El pasado domingo, 23 de julio, se celebraron en España las Elecciones Generales al Congreso y Senado, tras la convocatoria adelantada de las mismas realizada por el presidente del Gobierno el pasado 29 de mayo, una vez conocidos los resultados de las elecciones municipales y autonómicas del día precedente.
A falta de incorporar los resultados de los votos procedentes del Censo Electoral de Residentes Ausentes (CERA), el PP obtuvo la mayoría de los respaldos en el Congreso, con un total de 136 Diputados, el PSOE obtuvo 122, VOX 33, Sumar 31, ERC 7, Junts 7, EH-Bildu 6, PNV 5, BNG 1, CC 1 y UPN 1. En el Senado, el PP obtuvo la mayoría absoluta, con 120 senadores de los 208 elegidos, siendo seguido, en segundo lugar, por el PSOE, que obtuvo 72, 7 para la Agrupación de Izquierdas por la Independencia, que une a ERC y EH-Bildu, 4 para el PNV y 5 senadores individuales para AHI, ASG, PSOE-Sumar Eivissa, Junts y UPN. El resultado, mucho más concentrado, en ambas cámaras, que el registrado durante la XIV Legislatura, pero aún con una fragmentación importante, 11 partidos en el Congreso y 9 en el Senado.
El primer análisis, realizado en la misma noche electoral, ponía de manifiesto que los estudios demoscópicos realizados con carácter previo, que mayoritariamente se habían inclinado por una mayoría absoluta del PP con el apoyo de VOX, resultaron fallidos, pues esta agrupación se quedó a siete escaños de esa mayoría absoluta. El único estudio que no contemplaba esta posibilidad contemplaba, por el contrario, una victoria ajustada del PSOE, que tampoco se produjo, quedando a 14 escaños de diferencia, por detrás, del Partido más votado, el Partido Popular. Ningún estudio demoscópico fue lo suficientemente preciso como para prever el veredicto final de los españoles y la situación a la que el mismo nos conduce.
La primera reacción de los Partidos mayoritarios fue de un cierto desencanto entre los votantes del PP, que no habían alcanzado la victoria vaticinada y de una cierta euforia del PSOE, de mayor relieve que el desencanto del PP, por haber sido capaces, aparentemente, de obtener un resultado menos negativo que el previsto, habiendo, incluso, incrementado el número de sus diputados en 2, si bien sus socios de cara a una anunciada coalición, Sumar, perdían 7.
En el debate público se ha venido a poner de relieve que el Partido Popular tiene muy difícil recabar apoyos para una eventual investidura de su candidato, Alberto Núñez Feijóo, pero lo cierto es que su oponente, el candidato del PSOE, Pedro Sánchez, tampoco lo tiene fácil, dado lo ajustado de la fragmentación del hemiciclo entre los partidarios de uno y de otro y las exigencias que, previsiblemente, pondrán sobre la mesa sus potenciales apoyos de investidura, para poner de manifiesto, cada uno de ellos, por separado, su eventual influencia en el Gobierno de Madrid y los logros a obtener para sus Comunidades Autónomas como consecuencia de esa influencia.
En esa fragmentación, aparecen 171 Diputados conformando el bloque de la derecha, con PP, VOX, CC y UPN, que, en principio, podrían respaldar la candidatura de Alberto Núñez Feijóo a la presidencia del Gobierno, por lo que éste ha explorado la aproximación al Partido Nacionalista Vasco, a fin de obtener, con sus cinco Diputados, los 176 necesarios para alcanzar la mayoría de cara a la investidura.
Dando un margen de unas veinticuatro horas para una primera respuesta, el presidente del EBB, Andoni Ortúzar, le ha informado de que, en ningún caso, contemplaban la posibilidad de sumarse a los grupos indicados por lo que ni siquiera se avendrían a mantener conversación alguna al respecto.
Como es conocido, el Partido Nacionalista Vasco se sitúa en el marco de la Democracia Cristiana y sus eurodiputados forman parte del grupo de los liberales europeos, en el que, igualmente, se encuadran los eurodiputados de Ciudadanos. Es, por lo tanto, una formación política de espectro sociológico más próximo al centro derecha o la derecha que a la izquierda. No obstante, el aspecto que más le aleja de una aproximación al Partido Popular es el de su componente nacionalista. En este ámbito conviven en el PNV dos almas, una más independentista, que sigue dando por buena la definición de su fundador, Sabino Arana, que manifestaba que “el buen bizkaitarra debe ser profundamente clerical y visceralmente antiespañol” y otra, a mi juicio, más moderna y equilibrada, profundamente regionalista, que antepone los intereses del País Vasco a cualquier otra consideración, incluso de mera solidaridad, pero que asume, aunque sin gran entusiasmo, su pertenencia a la nación española, buscando, eso sí, crecientes cuotas de autonomía con respecto al gobierno de Madrid.
Lo cierto es que, en esa línea de actuación, lo que se viene poniendo de manifiesto, elección tras elección, es que sus adversarios tradicionales en el País Vasco, PSE y EH-Bildu, continúan incrementando su ventaja y de no cambiar de alguna manera, corren el serio peligro de verse desbordados, cuando no absorbidos, por la creciente marea izquierdista en la que navegan, con solvencia, ambos y por la presión independentista que preconiza con mayor agresividad que ellos la izquierda nacionalista, representada por EH-Bildu.
Lo que, en ningún caso, cabe esperar del candidato a la Presidencia del Gobierno por parte del Partido Popular es una actitud que exprese el más mínimo desistimiento de su responsabilidad de intentar conformar un gobierno alternativo al del señor Sánchez.
De lo que no cabe duda es de que los reveses y las eventuales negativas no conducen a la frustración al que defiende un proyecto alternativo y sólido para España y se basa, para ello, en convicciones profundas.
La convocatoria de elecciones del 29 de mayo le privó a Alberto Núñez Feijóo de tiempo para celebración alguna tras el triunfo electoral municipal y autonómico. De igual manera, el resultado de las elecciones del 23 de julio y la tarea que, por convicción moral, se ha impuesto, de conformar un gobierno alternativo, tampoco le conceden tiempo para la frustración.
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