Atardece en El Rastro, uno de los barrios más céntricos de Melilla y a pocas horas de que dé comienzo la ruptura del ayuno por el mes de Ramadán. A estas horas se puede ver agrupaciones de hombres jóvenes, algunos mayores de edad y otros menores, que buscan algún alimento para que, cuando llegue la hora, puedan comer algo. No son vecinos y la ciudadanía los suele identificar por su aspecto, haciéndose cada uno una idea personal sobre ellos: son inmigrantes en situación de calle.
El cierre de la frontera, no solo con Marruecos, sino también las dificultades de movilidad entre países, ha cambiado la dinámica migratoria mundial y es algo que se puede observar en Melilla. Alguna de estas personas han llegado a la ciudad a nado durante la pandemia, pero hay otras que son extutelados por la Ciudad Autónoma y que al haber dejado el centro de acogida sin la documentación necesaria que le permita desarrollarse como adulto en un país extranjero, están condenados al ostracismo
Esta es una situación que conocen bien los educadores de calle, una figura perteneciente a la Ciudad Autónoma cuya labor principal es convencer a aquellos que todavía son menores que acudan a un centro de acogida. Son fácilmente reconocibles, suelen llevar un peto rojo y una carpeta en la mano mientras hablan con jóvenes extranjeros, anotando lo que estos les cuenta.
Musa, Karim y Siham son tres de ellos. Ella explicó que El Rastro, en el mes de Ramadán, aglomera a muchísimos menores que están en centros, a otros que están en la calle, a extutelados, a mayores que se han quedado con la frontera cerrada. Así pues, señaló que aprovechan para la mendicidad, pedir, montarse sus mercadillos y los más jóvenes piden, ya sean aún menores o tengan entre 18 y 21 años, simplemente piden en la puerta de los supermercados o ganan algo lavando coches. Karim detalló que el trabajo de ellos es convencer a los niños para que, a base de mucho trabajo, ingresen en un centro de acogida, donde podrán adquirir su documentación, formarse y tengan un techo donde dormir.
Los informes que elaboran consisten en recoger datos sobre los menores o extutelados para llevar un registro de cualquier actividad que realicen con ellos. En una tarde puede escribir seis y anotan las actuaciones que llevan con cada uno, como acompañarlos a extranjería.
Karim contó que la otra parte de su trabajo es atender a los extutelados. Los asesoran, acompañan y “hacemos todo lo que está en nuestras manos”. Acuden a los educadores para pedirles ayuda y que los acompañen y asesoren.
“Lo más duro es ver la situación que hay en la calle, cómo viven”, expresó Karim. Explicó que la tarea que tienen es muy ardua, porque por regla general, los menores que están en la calle no quieren ir a los centros, donde tienen que aceptar unas reglas a seguir. Aún así, apuntó que con mucho trabajo, lo consiguen.
Y esta realidad la pueden cambiar si ingresan en un centro, expuso Musa, siendo esta la idea que les intentan hacer entender. También resaltó que los educadores de calle colaboran con otras entidades como Save the Children o Proyecto Hombre, además de un curso que realizaron para formar al equipo de educadores en cuanto al tema del consumo de drogas y seguimiento en la calle con ellos. Además, reciben el apoyo jurídico de Carmen Lucía.
Sahim expuso que al principio, los menores extranjeros que eran reacios a acercarse a ellos y apáticos hacia las personas, pero poco a poco han ido cogiendo confianza.nResaltó que no dejan de ser niños aunque cumplan 18 años. “Ni son tan buenos ni son tan malos, hay de todo y yo pienso que no tenemos que ir a los estereotipos, tenemos que conocer a la persona y no dejan de ser niños aunque se les denomine mena”, señalando que cuando actividades acuden riendo y jugando, pero viven la realidad de tener que comportarse como adultos.