Huyó de la República del Congo en 1998 porque tenía “cara de ruandesa”, nacionalidad perseguida en ese país.
Frente a la imagen de concertinas, sangre y violencia que en las últimas semanas llegaban de Ceuta y Melilla, la inmigración en España está llena de historias de éxito como la de Nicole, que llegó a Madrid huyendo de la muerte en su país y que ahora trabaja ayudando a mujeres que, como ella, sueñan con una vida después de las vallas. “Es inhumano lo de las pelotas de goma, los tratan como si fueran ganado y son personas”, lamenta Nicole, original de la República Democrática del Congo e inmigrante nacionalizada en España.
Se emociona al hablar de los sucesos ocurridos en la frontera de España y Marruecos que dejaron 15 muertos el pasado 6 de febrero en Ceuta. Ella también fue inmigrante y, aunque no saltó las vallas, lo traumático de su experiencia la ha marcado de por vida. “Era 1998. Tuve que marcharme del Congo porque corría el riesgo de que me violaran”, cuenta Nicole, que fue encarcelada tres veces en su país por el simple hecho de “tener cara de ruandesa”, nacionalidad perseguida en el Congo a causa de la guerra.
“Mi padre me dijo que me marchara. Mis hermanos ya se habían ido a Europa, al igual que mi hermana, aunque ella se fue siguiendo a su marido”, explica al asegurar que estar casada es determinante para las mujeres emigrantes. Dámaris Barajas, portavoz de la ONG Karibú de apoyo a inmigrantes y experta en inmigración, asegura que cada vez son más las africanas que, al igual que Nicole, viajan solas a Europa. Según cuenta, una de cada tres llega con estudios universitarios.
“Muchas vienen sabiendo oficios, pero finalmente solo trabajan en lo que las dejan”, denuncia Dámaris, asegurando que es “injusta” la falta de homologación de estudios y la causante de que muchas acaben como empleadas domésticas. Cuando con 18 años Nicole compró un “costosísimo” vuelo a Bruselas, no se imaginaba lo duro que sería salir adelante sola.
La ayuda del Padre Antonio
“Estaba muy asustada. Nada más bajarme del avión vi en el aeropuerto cómo unos policías asfixiaron con un cojín a una inmigrante ilegal después de que les mordiera mientras intentaban repatriarla”, recuerda emocionada.
“Las mujeres son las más vulnerables, muchas llegan solas con sus hijos”, expone Dámaris. Según la trabajadora social, “hay un tópico cruel muy extendido, que es que hay mujeres que vienen embarazadas para poder quedarse en España; muchas han sido violadas por el camino... hay que tener cuidado con los llamados 'bebés ancla”, advierte Dámaris. “Otro de los tópicos es que, cuando llegan, todas acaban en la prostitución. Es verdad que algunas vienen engañadas por una red, pero las estadísticas prueban que es una proporción mínima”, añade.
Cuando llegó a Madrid, Nicole acudió a una Iglesia donde conoció al Padre Antonio, director de la ONG Karibú, con quien pudo sincerarse en francés y contarle su historia. “Pero no me creyó. Algunas mujeres llegan a la asociación mintiendo, por eso tuve que volver al hotel”.
Por si acaso, el Padre Antonio mandó a una monja de avanzadilla al hotel de Nicole para averiguar si decía la verdad. Al corroborar su historia, fue trasladada a un albergue de Karibú para mujeres inmigrantes donde comenzó su camino hacia una vida con la que sueñan los que cruzan ilegalmente las fronteras. Con el tiempo, su estómago empezó a acostumbrarse a las lentejas y al cocido del comedor del albergue, su boca se fue haciendo a las ‘zetas’ y a las ‘erres’ de la lengua española y sus zapatos a las calles de un Madrid infinito. Un par de años más tarde, y después de una intensa formación en idiomas y gestión empresarial, Nicole trabaja para la asociación Karibú, la misma que la formó y que apoya actualmente a un centenar de africanas al año. “Lo que más me gusta de mi trabajo es poder ayudar a los demás”, cuenta sonriente desde su despacho, donde atiende a diario a decenas de mujeres que han encontrado en Nicole una compañera y un estímulo de esperanza para ejercer el derecho universal de vivir en libertad
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