Negar la realidad no es nunca un remedio, ni una opción ni tampoco una solución, menos aún cuando de lo que hablamos es de algo tan serio como la sanidad pública. A pesar de ello, el delegado del Gobierno vino a negar ayer, según difundida la agencia ‘Efe’, que se haya cerrado una planta del Hospital Comarcal, en un desmentido imposible a lo publicado por este Diario porque, como pueden comprobar los usuarios y ratifican los empleados del centro hospitalario, la planta de Cirugía se encuentra cerrada para su remozo, reparación y pintado.
Si a lo anterior añadimos que el propio Ingesa ya admitió que se cerraría la mitad de la planta, cuando en realidad y en la práctica se ha cerrado al completo, no resulta fácil entender por qué Antonio María Claret asegura que todo el hospital se encuentra operativo. Evidentemente, si una planta no está operativa, como es el caso actual de la de Cirugía, no puede decirse, como ha dicho Claret, que “sigue estando operativo todo el hospital”.
Podríamos entrar no obstante en un debate sobre matices, sobre si el delegado en realidad únicamente se refiere a los servicios y no al completo de las instalaciones, pero en todo caso seguiría rezumando el intento de la autoridad gubernativa por negar lo evidente-
Ya señalamos ayer en este Diario que no pretendíamos crear alarmismo pero sí reflejar una realidad que crea perjuicios para los melillenses y somete a una presión extrema al personal del ‘Comarcal’. Son precisamente los trabajadores del mismo centro los que no se explican por qué se han eliminado de un golpe 36 camas de una planta y no una veintena escasa de ellas, como se ha venido haciendo en otros años en los que han sido las de Traumatología, Toco o Medicina General las que se han sometido a un plan de limpieza y rehabilitación.
La realidad en el Comarcal se palpa en Urgencias, se vive en las plantas y la sufren los usuarios y los trabajadores del centro.
Nadie discute que los meses de verano son, por regla general, más propicios para realizar rehabilitaciones imprescindibles y que no resulta fácil cerrar parcialmente una planta para ir reparándola y pintándola, por las consecuentes molestias que se ocasionan a los enfermos ubicados en las habitaciones aledañas. Sin embargo, la situación de Melilla, con un hospital que soporta una presión asistencial muy alta durante todo el año y que incluso se incrementa en verano con la población marroquí flotante, exige tomar decisiones teniendo en cuenta todas las circunstancias. Y salvo que el mes de Ramadán determine una rebaja en la extrema demanda de servicios que sufre nuestro centro hospitalario, ha quedado demostrado en los primeros días del mes en curso y desde que el pasado 31 de julio se cerrara la planta de Cirugía, que la medida amén de controvertida resulta drástica e inconveniente para Melilla y los melillenses.
No creo que pueda considerarse alarmista que nos planteemos qué sucedería si ocurriera una tragedia que exigiera de nuevos ingresos más o menos numerosos y a un mismo tiempo. Los trabajadores del ‘Comarcal’ tienen claro que, en tal caso, nuestra sanidad pública no estaría en condiciones de reaccionar convenientemente.
Restar importancia por tanto a una realidad con consecuencias evidentes, negando lo igualmente evidente, resulta impropio de quien como Antonio María Claret se ha distinguido por su precaución y buen tino a la hora de pronunciarse públicamente.
Por otra parte, ayer vivimos un nuevo episodio increíble por parte de inmigrantes que intentan llegar a Melilla o saltar a la Península a costa incluso de jugarse la vida. Este el caso del joven marroquí que fue detectado en el interior de una bolsa de deportes apilada junto a más equipaje en el atestado maletero de un vehículo, presto para embarcar en unos de los buques que cubren las líneas marítimas con nuestra ciudad.
El caso sirve de ilustración de las artimañas varias de quienes intentan acceder a una vida mejor. No hablamos de un subsahariano, ni de un hindú o pakistaní, ni tampoco de un argelino, sino de un marroquí, familiar del conductor del vehículo en el que optó por jugarse la vida para intentar acceder a Europa. Y no porque Melilla no sea parte de la UE, que lo es, pero hemos de tener en cuenta que en realidad nuestras fronteras empiezan - nos guste o no- en el embarque en el Aeropuerto o la Estación Marítima y no en las lindes terrestres con Marruecos. Así lo determina en la práctica el cada vez más en entredicho acuerdo de Schengen que marca las políticas fronterizas en la Unión Europea.
El suceso conmociona tanto como llama la atención pero en verdad no tiene nada que ver con ese goteo de barcas de juguete que siguen llegando con inmigrantes, según la Unión Federal de Policía, empujadas literalmente por Marruecos y en medio de un nuevo episodio de presión marroquí sobre Melilla y Ceuta que, como he escrito varias veces, mal refleja el supuesto grado de buenas relaciones con nuestros vecinos, en detrimento de un Gobierno nacional como el de Zapatero, que en su debilidad actual tiene gran parte de responsabilidad en lo que está ocurriendo.