Viernes noche, apenas hace tres días, dos guardias civiles, dos servidores públicos, son asesinados por una ‘narcolancha’ en pleno puerto de Barbate. Embarcación bien visible, poderosa, a manos de maleantes que las tienen por doquier y que, haciendo gala de aparente impunidad en sus movimientos, fue jaleada por una manada de hienas que, sedienta de sangre y carroña, vitorearon el crimen. No es un suceso aislado, es uno más, pero muy grave, en una secuencia que por frecuente se ha convertido en rutina. Rutina asociada con la muerte en este caso.
Como hay estudiosos para todo, personas para cuya reflexión siempre hay un emolumento de contrapartida, existen quienes aseveran que ese ‘tejido productivo’, como es frecuente citarlo, que es el narcotráfico y sus redes de apoyo, debe ser sustituido, tener una alternativa, que mejore la vida y ofrezca expectativas a los habitantes de determinadas zonas, especialmente del litoral español. Pues es falso, un falso debate, no hay ‘tejido’ que valga, es gangrena hasta los huesos, delincuencia y putrefacción de la sociedad, lentamente, para beneficio de unos cuantos criminales ajenos siempre a las expectativas y mejora del lugar donde empozoñan.
Criminales, que haciendo acopio de todo lujo económico y poder de persuasión, adoctrinamiento y filiación para sus fines, van calando en la piel social y, a veces, hasta en la política representativa y por ello su consiguiente ‘presencia’ en las instituciones y sus decisiones (hay quienes reconocen haber influido o contribuido en citas electorales). Compran propiedades y voluntades, se jactan de ellas, se mueven y remueven en un estado de derecho que garantista como lo es el nuestro, se supone que sin querer, les ‘garantiza’ su supervivencia, su pútrida supervivencia. A esta gente, a esta gentuza, se les combate con la ley y si es necesario, como parece ser, su modificación, pero también con la dureza coercitiva y para ambas, los medios a disposición de quienes tienen por vocación y responsabilidad la tarea de combatirlos, es indispensable aumente, más que nunca.
Hay más que sobrada voluntad sincera por el lamento ante tan execrable y luctuoso suceso, uno más pero este singularmente grave. Hay pena y rabia extendidas, pero debe haber también el firme compromiso y la acción consecuente. Tres hijos huérfanos, dos agentes muertos y otro mutilado y muchas familias rotas por ese mal rampante de la droga y sus narcos, su hydra.
Recordar el valor fundamental de quienes componen las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, en este caso y singularmente la Guardia Civil, es reconocer lo que nos va en ello, en su valor para nuestra forma de vida que, pese a los acechos, se levanta cada mañana con la esperanza de una mejora en su calidad, en su sosiego, en su progreso. Una sociedad abierta, y ya no queremos otra cosa, necesita de la vigilancia y militancia frente a quienes se aprovechan de ella para dar cabida al mal, a su egocéntrico y delicuencial proceder.
El mejor homenaje a los hombres y mujeres de la Guardia Civil es, además de la gratitud y afecto continuos, la atención de lo que objetivamente solicitan y necesitan para que nuestra manera de vivir, no siendo perfecta, mantenga la senda de su imprescindible y razonable salud.
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