Tener hijos te cambia la percepción del mundo. Nada vuelve a ser como antes, no sólo a nivel emocional, físico, económico, personal o profesional. Tus prioridades y tu forma de entender la realidad y la ficción varían sin que puedas precisar el momento exacto en que eso ocurrió. Te levantas un día y te das cuenta de que temas que antes te afectaban de lejos, ahora te tocan muy de cerca y te quitan el sueño.
No querría estar, por nada de este mundo, en la piel de los padres de Naira, la niña de 3 años que falleció en enero del año pasado poco después de ser dada de alta del hospital Comarcal.
El juzgado de instrucción número 4 de Melilla ha decretado el sobreseimiento provisional del caso porque considera que no se cumplen los requisitos para considerar que los profesionales que la atendieron incurrieron en una negligencia médica.
Respeto la decisión judicial, pero no creo que en este mundo exista un padre que se quede conforme con la teoría de que su hijo murió porque estaba para morirse y que, de haberse quedado en el hospital, nada asegura que el desenlace habría sido distinto.
Los seres humanos sentimos irremediablemente algo que no sabemos quién nos inculcó ni de donde salió: la culpa. Nunca dejamos de preguntarnos qué habría pasado si...
Los padres de Naira probablemente tienen un largo camino judicial por delante. Ya han anunciado que recurrirán la decisión del juzgado de Melilla porque les parece “precipitada”. Ellos harán lo que casi con seguridad haríamos todos: intentar que alguien asuma la parte de responsabilidad que entendemos, con el amor ciego de padres, que le corresponde. Da igual si es una persona o una institución: buscamos al culpable porque entendemos que no hizo lo que supuestamente se podía haber hecho para salvar la vida de una niña de 3 años.
El caso de la niña Naira hace mucho daño a nuestro sistema sanitario.Es un mazazo para los médicos y sobre todo para los padres primerizos. Los últimos tendremos esto en mente e insistiremos una y otra vez cuando le den de alta a nuestros hijos, sobre todo, si estamos en Melilla y nos vemos atrapados en unas urgencias colapsadas.
El personal sanitario, por su parte, tendrá que aguantar que desconfiemos de que nos manden a casa a sabiendas incluso de que lo que tiene el niño es un resfriado.
Si el caso de Naira hubiera sido un hecho aislado no habría calado tan hondo en la gente de esta ciudad. Pero está también el de Marina, una melillense que continúa luchando tras la muerte de su madre en el Comarcal. Ella defiende que supuestamente le inyectaron contraste yodado sin comprobar antes en su historial médico que era alérgica al yodo.
O el caso de la embarazada de 35 años que murió en abril pasado tras una cesárea o el de Dina Mohamed, otra mujer de 34 años que murió a los seis meses y medio de embarazo... Son ejemplos recientes, muy seguidos y que puede que en otra parte del mundo se puedan considerar “casos aislados”. En Melilla, tan pequeña y cómoda de recorrer, dan pánico.
Yo soy partidaria de la transferencia de las competencias sanitarias. Depender del Ministerio de Sanidad hace que nuestros reclamos se queden en agua de borrajas. Nadie nos escucha en Madrid. Ni siquiera cuando gritamos.
Lo suyo es que podamos exigir mejoras a los políticos de aquí, de manera que si las cosas van mal tengamos margen de maniobra para solucionar los problemas.
Mientras en otras comunidades autónomas las encuestas demuestran que la gente está satisfecha con la sanidad pública, en Melilla no es así. Los melillenses prefieren la privada, pese a que no tiene, ni de lejos, los índices de excelencia de la península.