Tenemos las elecciones municipales a la vuelta de la esquina y todavía no he escuchado a nadie prometer que si sale elegido en los próximos cuatro años tendremos agua en los grifos de Melilla con el mismo sabor con que sale en Madrid o en Granada.
Nos dicen que nos van a sacar a los inmigrantes de España; que si la Ley de Memoria Histórica, que si Franco, que si el puerto, que si la eutanasia; que si la maternidad subrogada; que si el permiso de paternidad, pero nadie habla del agua asquerosa que tenemos en nuestras casas en Melilla.
Este miércoles el temporal dejó, por enésima vez, no sólo cortes en las comunicaciones con la península. También hubo un parón en la desaladora que secó los grifos de seis de la tarde a seis de la mañana. Doce horas sin agua y sin protestas de la gente que no tiene tanques ni reservas para capear el contratiempo. Estamos acostumbrados a los palos. Por eso nos los dan una y otra vez: porque aguantamos y, después, votamos.
A muchos les parece una vergüenza el problema del agua en Melilla. Yo me cuento entre ellos aunque más que una vergüenza me parece tercermundista e injustificable. Nos hemos acostumbrado a comprar el agua embotellada o a rellenar las garrafas en las fuentes públicas cuando deberíamos tener agua de calidad, las 24 horas y con buena presión en nuestras casas.
Al menos desde 2012 se habla en Melilla de mejorar el sabor del agua en la ciudad y desde entonces si se ha hecho algo, en mi casa no se nota. Lo que sale por los grifos es lo que los agricultores del Levante español llaman “agua desmayá”, procesada en las desaladoras y que ellos no utilizan tal cual ni siquiera para regar la menos importante de sus cosechas. Optan por mezclarla con agua de pozo o de regadíos para evitar que los tomates sean tan amargos como los limones.
Así llevamos muchos en Melilla la cara avinagrada de cocinar con ese agua infame que sale por los grifos... cuando le da la gana.
Aquí asumimos los cortes de luz y de agua con una deportividad incomprensible. Las familias deberíamos ponernos serias y hacer cuentas para saber cuánto dinero nos dejamos en garrafas de agua al mes. Debería, incluso, haber algún tipo de compensación para paliar ese gasto que tenemos en Melilla y que no tienen en Madrid.
En pueblos del interior de Málaga, donde el agua que llega a los grifos es de peor calidad que la que tenemos en nuestra ciudad, los ayuntamientos pagan camiones cisternas que abastecen de agua potable a los vecinos y además el recibo mensual no llega ni a 7 euros, con IVA incluido.
Aquí nos tienen cogidos por los güevos y no nos sueltan. El agua no es cara, pero debería estar subvencionada porque por más que digan que es potable, nadie que aprecie sus riñones la bebe.
Vivimos en el norte de África, no tenemos ríos sanos y los recursos hidrológicos son limitadísimos. Hacen falta inversiones y ese dinero debe salir del Estado porque mejorar la calidad del agua es responsabilidad de quienes nos gobiernan.
El agua debería ser una prioridad en esta ciudad y no lo es. Todos los años deberíamos tener en cuenta cuánto se está invirtiendo en mejorar el sabor, pero damos la causa por perdida.
Llevamos años con esta situación. Cuántos más tienen que pasar hasta que llegue un político dispuesto a prometernos (y cumplir) lo que de verdad hace falta en nuestras casas: agua de calidad, siempre en los grifos.
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