Morgan es un joven de Gabón que entró ayer en Melilla tras saltar la valla. Lo intentó unas 50 veces hasta conseguirlo. Atrás deja dos años en el Gurugú y las expulsiones a Rabat y Oujda.
Morgan saltó ayer la valla, poco después de las seis de la mañana, junto con varios cientos de subsaharianos que, aprovechando la niebla, intentaron entrar en Melilla. Sólo 140 de ellos lo consiguieron. Y él, dentro del grupo. Pero Morgan no sabe cuántos de sus compañeros de avalancha no lograron saltar o se quedaron encaramados a la alambrada. “Cuando estás escalando no miras para atrás. Sólo piensas que tienes que entrar y cuando estás dentro, sabes que tienes que correr hasta el CETI para que la Guardia Civil no te devuelva a Marruecos”, comentó ayer a El Faro.
Sobre las doce del mediodía de ayer, Morgan ya estaba inscrito en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), duchado y vestido de punta en blanco. “Ya me han dado habitación. Hay mucha gente”, apuntó de forma escueta a este periódico.
Contrario a lo que sucede con la mayoría de inmigrantes que entra en Melilla tras saltar la valla, Morgan ayer no era un hombre feliz. Este joven de 29 años salió de Gabón con 27 y llegó a Marruecos a través de Argelia. Ha intentado saltar la valla al menos en 50 ocasiones y las Fuerzas Auxiliares marroquíes lo han expulsado del Gurugú hacia Rabat y Oujda muchas veces. Tantas que ha perdido la cuenta. “Tuve suerte de que sólo me montaran en el autobús y no me partieran las piernas y los brazos, como le hacen a los que recogen tras los saltos a la valla”, dijo ayer a El Faro.
De la capital de Marruecos y de la frontera con Argelia, Morgan regresaba a pie al Gurugú. “Yo no tenía dinero para hacer el camino en autobús o en tren. Sólo mis piernas”, apuntó a El Faro.
Del año que Morgan vivió en el monte lo que más recuerda es el hambre y la sed que se pasa en las montañas y el miedo a la Policía marroquí y a la Guardia Civil, aunque admite que nunca sufrió en carne propia ninguna agresión. “No tuve problemas ni con unos ni con otros, pero sé que es gente peligrosa”, recalcó.
De los largos días del Gurugú, Morgan no quiso hablar porque ayer, además de triste, se sentía “confuso”. “Hay gente que pierde la cabeza en las montañas”, señaló con desgana.
Haciendo recuento de su viaje, desde Gabón hasta Melilla, Morgan admite que inició su camino a Europa sin preguntar ni consultar nada. “Nadie me dijo que eran tan difícil ni que había tanta vigilancia. La vida ha sido dura”, recalca.
Tampoco sabía que en España no hay trabajo y que su sueño de estudiar y trabajar a la vez, quizás está ahora más lejos de cumplirse que cuando abandonó Gabón.
Consultado por El Faro sobre si tiene amigos en el CETI o si llamó por teléfono antes de saltar, Morgan es tajante. “Yo vine solo. No tengo a nadie en el mundo. Ni dinero ni teléfono. Atrás dejé algún familiar, pero no sabe nada de mí desde hace dos años. Ahora quizás le escriba un correo electrónico”.
A la pregunta de si tiene intención de pedir asilo, Morgan lo niega tajantemente. “No voy a pedir nada. Sólo necesito que alguien me ayude para empezar una nueva vida”, recalcó.
Quizás esa soledad fue la que le empujó a saltar la valla de Melilla. Y la experiencia la recuerda como una de las más duras de su vida. “La gente se pelea por saltar. Sé que escalé con mucha gente”, dice con la vista perdida.
Morgan no sabe si finalmente se quedará en España o seguirá camino hacia otro país de Europa. “Me gustaría quedarme, pero no sé qué voy a hacer con mi vida. Estoy cansado. Muy cansado y confuso. Y estoy triste. He conseguido entrar en Melilla, pero ahora no sé qué va a pasar conmigo. Tengo que seguir, pero estoy solo”.