Aislado de la vida pública y con la instantánea en el imaginario colectivo de las Elecciones Presidenciales como fraude masivo, Estados Unidos, supera la barrera psicológica de los 250.000 decesos por el SARS-CoV-2. Con hartazgo, decadencia y más fluctuaciones que certezas, Donald Trump (1946-74 años) repele la transición de poder y se atrinchera en una peligrosa cruzada, pretendiendo deslegitimar e invertir la situación de los sufragios, no dando su brazo a torcer que es él, quien todavía lleva la voz cantante, aunque solo sea hasta el 20 de enero.
Ahora, da la sensación que querer modificar su estrategia y ha pasado de cuestionar el desenlace de los comicios, a la manipulación del proceso de elección en el Colegio Electoral que votará el próximo 14 de diciembre.
De la noche a la mañana y en un abrir y cerrar de ojos a través de un tuit, como es habitual en el proceder del mandatario, ha destituido al director de la Agencia de Seguridad de Infraestructura y Ciberseguridad, Christopher Cox Krebs (1977-43 años), después que este confirmase la absoluta validez de las votaciones celebradas el pasado 3 de noviembre, con declaraciones apabullantes en las que refutaba las acusaciones de chantaje masivo por parte del presidente.
En otras palabras: no existen evidencias que algún sistema de votación haya excluido o privado de votos, valga la redundancia, o haya permutado o comprometido de alguna manera la integridad de las elecciones, contrarrestando la falacia electoral y desbancado los hipotéticos supuestos conspiratorios.
Luego, en el Capitolio persiste el fuego cruzado con Facebook y Twitter, las armas favoritas de Trump para descabezar a quién considere oportuno, librándose de cualquier revelación interna en sus recriminaciones de estafa, empleando su campaña particular para desmentir los resultados y exteriorizar que no tiene la más mínima intención de admitir la derrota.
Con estos precedentes iniciales, tal como se ha desgranado en los dos pasajes que anteceden a esta narración, Joe Biden (1942-77 años) reconquista cinco puntos entre sus seguidores con relación a los referendos de 2016. Toda vez, que Trump, consigue más papeletas entre los católicos hispanos que hace cuatro años no le nominaron.
A pesar de todo, gobiernos y fuerzas políticas de América Latina y del Viejo Continente que han acogido con indiferencia la futura marcha de su referente, Trump, a día de hoy, continúa teniendo un imponente nivel de resonancia.
A ciencia cierta, su salida de la Casa Blanca ha dejado a los populistas sin su cabeza más visible en la hegemonía mundial. Incuestionablemente, numerosas administraciones y líderes como Brasil, Polonia o Hungría, entre los más definidos, contaban con la ratificación del presidente estadounidense.
Objetivamente, no ha salido como aguardaban, pero su fracaso en las urnas queda distante de entrever el término de unas directrices electivas, que en los últimos tiempos han estacionado a los partidos de ultraderecha en la senda de no pocos ejecutivos o al frente de la oposición.
Como se ha fundamentado en líneas anteriores, el triunfo de Trump en 2016 aparejó un claro optimismo en vaticinios de dirigentes como Jair Messias Bolsonaro (1955-65 años) en la República Federativa de Brasil; o Viktor Orbán (1963-57 años), en Hungría; o Narendra Damodardas Modi (1950-70 años), en la República de la India; o Vladimir Vladímirovich Putin (1952-68 años), en la Federación Rusa; o incluso, Rodrigo Duterte y Rosa (1945-75 años), en la República de Filipinas.
Por entonces, la autoridad más poderosa del planeta irrumpía en un círculo de confines imprecisos, coronado por cabecillas nacional-populistas. A tientas, Trump, no ha apelado a la disciplina indispensable para perpetuarse en el poder. Posiblemente, con algo más de perseverancia y pragmatismo hubiera vencido.
En Europa, tanto las filas aparecidas con anterioridad a la ventaja del mandatario en 2016, como las que han ido prosperando a rebufo de su gestión, mantienen un importante porcentaje de entusiasmo como sucede con el primer ministro de Hungría.
Si bien, la tragedia del COVID-19 ha llevado a un segundo plano sus alocuciones xenófobas e identitarias, los observadores previenen que la marea económica y social que está abocando la crisis epidemiológica, puede incendiar el impulso electoral de fuerzas concéntricas como la ‘Agrupación Nacional’ de extrema derecha, en Francia; o la ‘Lega’ o ‘Liga’, en el espectro político de Italia; o ‘Alternativa’ por Alemania, de ideología nacional-conservadora y euroescéptica.
La fama y los aplausos conquistados por un político del perfil de Trump, adquirió más repercusión entre los populismos, que la pérdida reciente del republicano. No obstante, el envite de 2016 resistirá a los retraimientos del actual presidente, porque ha mostrado con creces que no rondan tabúes y eso hace crecer más a los populistas de Europa, o de cualquier otro lugar.
El engendro de los populismos poseen varios semblantes, tanto visibles como ocultos. Su influjo ya no se circunscribe tan solo a las extremidades del arco parlamentario, sino que manan en el núcleo de cuadros tradicionales de derecha e izquierda. Tanto el ‘Partido Popular Europeo’, por sus siglas, ‘PPE’; como los socialistas ‘S&D’ y los liberales, ‘Renew Europe’, acogen masas abiertamente identificadas con la tendencia populista, que en la horquilla de los años 2016 y 2018 alcanzaron la exaltación en EE.UU., Filipinas o Brasil; quedándose con la miel entre los labios en Italia y los Países Bajos; además, del éxodo del Reino Unido de la Unión Europea, UE.
Sin duda, la derrota se atraganta a los acólitos de Trump sufriendo un fuerte varapalo, pero el trumpismo y el populismo permanecen activos. Algunos investigadores consideran que los ímpetus tradicionalistas cometerían un traspié, si dieran por destruidas las concurrencias populistas. Insinuando que debería aprovecharse el compás de Biden en la presidencia, para hilvanar una continuidad transatlántica progresista, que neutralice la concertación internacional que los populismos han establecido en el itinerario transitado por Trump.
Téngase en cuenta, que el apremio populista alcanzó Europa en su punto más candente entre los años 2016 y 2019, respectivamente: el Brexit, se atribuyó un tanto a su favor en el referéndum del Reino Unido; la extrema derecha de Marine Le Pen (1968-52 años) surgía a las puertas del Elíseo; o Geert Wilders (1963-57), creía aglutinar cualquier resquicio para ocupar la Dirección de los Países Bajos.
Simultáneamente, el ídolo de la ultraderecha Matteo Salvini (1973-47 años), obtuvo la vicepresidencia de la República Italiana. A la par, Steve Bannon (1953-66 años), antiguo consejero de Trump, se asomó en el continente occidental con la tentativa de reavivar un tsunami populista que demoliese en el Parlamento Europeo.
Sin embargo, los augurios más dramáticos no se consumaron. La superación de Enmanuel Jean-Michel Macron (1977-42 años) en Francia, punteó ilusorias expectativas en el devenir de los populistas, que al mismo tiempo, se convirtieron en el dinamismo del hemiciclo europeo. Obviamente, a Bannon no le quedó otra que marcharse en retirada y Salvini cayó estrepitosamente por un desliz en los cálculos electorales.
Y, es que, la reelección de Trump, hubiera conjeturado la secuenciación en el resurgir de los populismos nacionalistas, generando una percepción de agravio que distorsiona los hechos objetivos y las perturbaciones creadas por la globalización. Con todo, el reflujo de votos demócratas ha imposibilitado su segundo mandato, aun teniendo bastantes secuaces por la parte republicana que reverbera más allá de las fronteras.
Curiosamente, la voluminosa participación americana se originó igualmente en las presidenciales de Polonia, donde el populismo dirigido por Jaroslaw Aleksander Kaczyński (1949-71 años), prosigue ocupando el peldaño más elevado, pero cada vez se topa con más nervio popular.
Europa Central y del Este se han transformado en uno de los principales arsenales de voto populista de la UE.
En coyunturas donde los líderes más cercanos a Trump se hallan en la cúspide, bien de modo aferrado, como Orbán en Hungría; o de manera transitoria, como Iván Janez Jansa (1958-62 años) en Eslovenia. Tanto Orbán como Jansa, están vinculados al ‘PPE’, pero sus maniobras políticas se entroncan más a los populismos de Trump, que propiamente al conservadurismo enraizado por la canciller alemana, Angela Dorothea Merkel (1954-66 años). Con lo cual, la superación de Biden en las presidenciales, dificulta el estilo político de ambos.
Hungría y Eslovenia y otras naciones de Europa Central, tendrán más complicado llevar adelante este tipo de políticas, que defienden fórmulas de autoritarismo y la denominada democracia iliberal, o séase, ni democracias plenas ni dictaduras al uso, con la libertad individual restringida.
En principio, los populistas europeos verán disminuidos el soplo que les confería el Gobierno de Trump, mediante la presencia de sus delegados a los territorios afines. Recuérdese al respecto, que los embajadores americanos amasaban el molde del populismo, amén de desconsiderar a la UE y desgastar el sistema democrático.
Probablemente, el más combativo de los diplomáticos provenientes de Washington, cayese en la figura de Richard A. Grenell (1966-54 años), puesto perspicazmente en la capital germana y enviado especial en los Balcanes, al objeto de arbitrar entre Serbia y Kosovo. Lo cierto es, que en poquísimo tiempo, Grenell, llegó a ser considerado en Alemania como “una máquina de propaganda sesgada”.
Al poco de arribar en Berlín y en plena efervescencia del ultraderechista, con reticencia al relevo de formaciones políticas como la de Merkel, afirmó que su ocupación como representante era “empoderar a otras fuerzas conservadoras en Europa”.
Con la incursión del Brexit, Johnson, creía lograr un vertiginoso y provechoso pacto comercial con Estados Unidos, gracias a esa afinidad aventajada con la Casa Blanca que presionase a la UE a someterse a unos términos similares. La conveniencia de Londres con Washington no resultó y la admisión de Biden pospone esa viabilidad, lo que le exige adecuar su porte negociador con Bruselas, a escasas semanas del 31 de diciembre, fecha de la salida definitiva del Reino Unido de la zona euro.
Conjuntamente, en los próximos años en la oposición a Biden, los ultraconservadores americanos habrán de dedicarse en la premisa de retornar nuevamente a la Casa Blanca, lo que dejará a líderes como Kaczyński, Orbán o Johnson, sin interlocutores disponibles en Washington.
Mientras, en este entresijo de influencias políticas, la contribución populista trasatlántica se acentuará, disponiendo de una agenda a largo plazo y la experiencia de Estados Unidos les ha enseñado, que las que todavía no estén duchas para dar el salto, en cualquier instante podrían hacerlo.
Los expertos coinciden en ratificar que el cataclismo económico hostigado por la epidemia, cuyo mazazo tocaría techo en el primer semestre de 2021, ofrecerá a los populismos la encrucijada de reconquistar el terreno perdido.
En estos últimos lapsos, se han visto relegadas por las medidas de ayuda de emergencia y de empuje fiscal asumidas por la amplia mayoría de Gobiernos. Si el padecimiento epidemiológico se dilata en el tiempo, la frustración de las sociedades se agrandará y los populistas estarán al tanto para dosificar sus recados como punta de lanza.
Por lo tanto, los populismos europeos están resentidos, pero no desmoronados, si acaso, blindados, a la espera de su momento más acertado.
Fuera de Europa, Brasil, es uno de los prototipos preferentes del populismo. Los efectos desencadenantes de las elecciones estadounidenses, atribuye a Bolsonaro una inquietud personal y castigo político y diplomático, al perder a su socio más potente y valioso.
Es sabido que la irrupción de Trump dio alas a la consecución de los anhelos electorales de Bolsonaro, al ser su incondicional más firme, pero este no es el único componente multiplicador. El brasileño se incrusta regiamente en el folklore caudillista latinoamericano. Con Trump en la plenitud de la cima, la deferencia y el escrutinio sobre el gigante hispanoamericano se amplía sustancialmente.
Caso contrario ocurre con Biden, un hombre más de Estado y consolidado en el multilateralismo y el medio ambiente, de cara al exterior se agrandará el papel más radical y drástico de Bolsonaro.
Amortiguar sus enfoques tanto frontalmente, como superficialmente al margen de la realidad de Brasil, entraña un deterioro del puntal imprescindible que le brindan sus adeptos más ultras. La política exterior ha dado un vuelco notable para imponerse en cuestiones que, en analogía con los trumpistas, remueven a su soporte electoral más constante, como los reproches meticulosos y ensordecedores a China; o la alineación con Israel; la adopción de valores conservadores cristianos; la ofensiva contra el feminismo o los derechos de las minorías.
Por ende, el país carioca estará más apartado que antes estratégicamente, pero sorprendentemente la popularidad y el renombre de su presidente se han acrecentado, pese al rehúso tajante en la praxis sanitaria, teniendo saldos demoledores. Sin obviar, los parados cuantificados en 14 millones.
Sin ir más lejos, Bolsonaro ha dado muestras innegables de su sentido político, sancionando apresuradamente uno de los paquetes de ayudas públicas más grandes del mundo, lo que ha avivado el impacto de llamada en sus incondicionales y su prestigio se ha disparado.
Otro de los correligionarios de Trump, como es la envolvente de Andrés Manuel López Obrador (1953-67 años) en México: la culminación de Biden ha desacomodado su política exterior, resistiéndose a dar el parabién al demócrata.
A primera vista, la rebeldía de Trump tras el descalabro, trae a la memoria el afeamiento administrativo que materializó López Obrador en 2006, cuando vio dilapidadas sus posibilidades en los comicios presidenciales por una diferencia apretada de 250.000 votos, frente a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa (1962-58 años), congregando a cientos de miles de partidarios en las calles y provocando actos turbulentos.
En paralelo, la recalada de Biden demanda a López Obrador una cintura política nada usual en él, porque tendrá que modernizar las excelentes redes forjadas con Trump, a quien persistentemente refiere en términos ponderados como un gobernante aplicado. En el fondo, denota la resignación a los silencios en cada uno de las acometidas del republicano, consintiendo que acaparase desde su primera campaña en 2016 los improperios a México, como receta para incluir votos del electorado más racista.
De todo este entramado en ocasiones imperceptible, no hay que perder la pista del engarce bilateral tomado por la República Popular China, porque mientras está a la expectativa del rumbo en la hechura de la Dirección de Biden, sin pausa, desplaza sus piezas en el tablero geoestratégico.
Me explico: China, habiendo rubricado el mayor de los acuerdos comerciales, la ‘Asociación Económica Integral Regional’, por sus siglas en inglés, RECP, que no registra la aportación de Estados Unidos, el presidente Xi Jinping (1953-67 años), está dispuesto a proyectarse como el paladín del multilateralismo en las cumbres internacionales.
En consecuencia, llegados hasta aquí, este análisis requeriría de un recorrido muchísimo más amplio para fundamentar en su justa medida el tema en cuestión, de lo que realmente me otorga el texto, a pesar de desgranarse en tres partes.
Digamos, que Estados Unidos, como la primera potencia, convive enquistada en irregularidades con los rivales electorales dándose mutuamente la espalda. Los últimos días de Trump al frente, auguran ser demasiado convulsos al generalizar sus ofensas; no haciendo mención a la propagación inexorable de la pandemia, como la madre de todas las olas.
Un virus que, por doquier, se prolonga en la curva epidemiológica y no se aniquila a golpe de tuit, y mucho menos, fantaseando con chivos expiatorios. Repudiando irónicamente las confirmaciones del voto, por tal de subvertir el proceso electoral; además, de hacer hincapié en inventivas figurativas e induciendo a argumentarios que obstruyen la transición y que no ceja en su insólita obstinación.
En cambio, Biden, desdeña lo acontecido que no es poco, haciendo encaje de bolillos para acondicionar una trasferencia de poderes sin la colaboración expresa de la Administración saliente, pasando a duplicar la premura para que Trump ceda el testigo de la presidencia.
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