Desde su nacimiento, y durante años, la vida se ensañó con Noura Saber, a quien le enseñó algunas de sus peores caras: la del abandono maternal, la de no poder estudiar, la del trabajo infantil, la de no tener nada, la de tener que dejarlo todo, la del maltrato...
Nacida en Marruecos en 1991, fue abandonada por su madre con pocos días de vida; su abuela y su tía se encargaron de ella. Allí empezó a trabajar con 7 años. Con 10, llegó a Melilla: fue recogida en la frontera por quienes le habían dicho a su familia que trabajaría como interna, iría al colegio y conseguiría los papeles. “Era mentira”: aquí se encontró con trabajo, sí, pero también con malos tratos. Reiterados y por parte de varias personas. Su cuerpo se tiñó de moratones. Se supo atrapada, no tenía escapatoria: “Solo sabía ir a la tienda del barrio y no hablaba español”.
Años de infierno
Tras dos años en ese infierno, recibió la visita de su tía, a quien saludó “como si nada”; había sido obligada a decir “que estaba muy bien”. La casualidad quiso que, cuando emprendía el regreso, una mujer le diera alcance antes de traspasar la frontera. Le contó la realidad de su sobrina. Sin pensarlo, volvió a la casa para llevarse a la joven.
Acababan dos años y medio de trabajo, malos tratos y sin que le pagaran por las labores realizadas: “Me fui con lo que había llegado de Marruecos. Me lo dieron en una bolsa de basura negra”. Su relato es duro, pero Noura no pierde la sonrisa ni la templanza. Tanto es así que, tal vez sin querer, salpica su relato con una admirable entereza. Su voz solo se quiebra en un instante. Su mirada se va a lo lejos. Para. Respira. Y suspira.
Al ir a comisaría a poner la denuncia, su tía fue detenida por haberla abandonado siendo menor, es decir, cuando se la confió a la familia melillense: “Pasó tres días en el calabozo. Lo recuerdo perfectamente; viernes, sábado y domingo”. Noura fue trasladada a la Gota de Leche. Después, la vida le llevaría a Castellón y, “por una temporada”, a Marruecos.
Vuelve a Melilla con 19 años. Solo entonces su historia parece enderezarse. Tras obtener los papeles, forma su familia. Ella y su marido tienen hoy tres hijos. Empieza a pintar, da clases y trabaja con la AMPA del Colegio León Sola, de La Cañada, desde donde se ha propuesto “desmontar estereotipos”. “Siempre se sale adelante” Exhalando paz después de la guerra que fue la primera parte de su vida, acompaña a otras mujeres, traduce documentos e imparte talleres. Lo hace ahora, después de haber estudiado. Aquí aprendió a leer y a escribir. Se preparó en jardinería y cocina. Cuando puede, practica la natación y juega al fútbol. Ha sido cocinera en varios restaurantes de la ciudad; también dependienta.
No olvida su pasado, pero mira al futuro. Hoy visualiza un horizonte que no hace tanto no existía para ella. “Aunque sufras, siempre se sale adelante”, dice. A veces la vida aprieta desde bien temprano. Por eso, tiene clara su meta como madre: “No quiero que mis hijos vivan lo que yo he vivido”. Si tuviera que describirse en una palabra, elegiría “libertad”. Noura es, también, la perfecta definición de resiliencia.
“La mujer tiene que demostrar día a día lo que vale”, clama ante las reivindicaciones de este 8 de marzo. Noura es una mujer hecha a sí misma a la que nadie ha regalado nada y a quien la vida, más de una vez, intentó arrebatárselo todo. Pero ha ganado ella… y con mujeres como ella ganamos todas.