Presentó recientemente en La Librería su primer cuento infantil, titulado ‘¿Qué color tiene la música?’, en el que aborda el tema de las emociones, la música y las relaciones intergeneracionales.
–Este cuento, quizás por lo de las emociones y los colores, me ha recordado bastante al ya clásico Monstruo de colores…
-Sí, sí, va en esa línea, tiene relación. Solo que ‘El monstruo de colores’ se queda solo en la emoción. Y aquí metemos otro concepto como es la música, el trabajo de los instrumentos musicales de una orquesta filarmónica. Y también buscamos el amor intergeneracional entre la protagonista, que se llama Alma, y su abuela María, que vive en una residencia.
–El cuento está escrito con letra entrelazada, ¿a qué público se dirige sobre todo?
-Es para niños de entre unos 5 años hasta más o menos los 8. Tiene la letra entrelazada para ayudar en esos primeros momentos que al niño le cuesta todavía leer. Y podría leerse hasta los 10 años. Pero entre los 8 y los 10, y eso lo he podido ver en las presentaciones a las que he ido, los niños -que no las niñas – empiezan ya a discriminar en las lecturas: si ponemos mi libro y, al lado, uno por ejemplo de fútbol, los niños se van directamente hacia este. Es así.
–Y esto de las emociones, ¿lo trabajamos bien en casa y en el cole?
–El tema de las emociones se trabaja mucho en Infantil. Pero cuando llegamos a primer ciclo de Primaria, parece que tiene que cambiar. Se nos olvida muchas veces que una persona relajada puede llegar a ser más efectiva que otra. Claro que influye el estudiar. Pero si tú estás bien, la misma actividad la haces con mucha más facilidad que otra cuando estás estresada. En Primaria nos encontramos con que tenemos que cumplir con un currículum muy extenso y no se puede dedicar una sesión a las emociones. O a algo tan simple como hacer una asamblea por la mañana o un par de preguntas al terminar el día: ¿cómo te sientes? ¿Cómo te has encontrado? En el mundo de las emociones queda mucho por hacer y hacia uno mismo, también.
–Habla de la necesidad de que los niños estén tranquilos. Pero, en muchos casos, por las tardes tampoco paran con deberes, extraescolares...
–Hoy en día el niño está perdiendo tiempo para el juego, que es muy importante. Es un vehículo imprescindible para que el niño aprenda, se desarrolle y tenga las habilidades necesarias para estar con otros niños. Nosotros –los de la generación de la EGB– salíamos a la calle, jugábamos y teníamos una libertad de movimiento y un aprendizaje que en las nuevas generaciones por desgracia no la tienen.
–¿Los niños tienen que jugar más?
-Sí. El niño necesita tiempo de juego. Necesita tiempo de relajación. Y por las tardes, aunque sea sacarles al parque y que anden un poquito. Lo que vemos en muchos casos son padres estresados, llevándoles a actividades y a cumpleaños. Al final el niño es que no sabe ni dónde está ni está disfrutando el momento ni se está enterando realmente. Porque cuando está terminando una actividad, ya hay que llevarle rápidamente a otra.
–Pero es que parece que hoy en día los niños no se pueden aburrir...
–Pero es que esto hace que no tengan un sentido de la iniciativa, de interactuar con otro. Antes, el niño bajaba a la calle, luego subía, se tomaba su chocolate con sus galletas… Eso se ha perdido en muchas familias. Ahora hay mucha competitividad: es que mi niño tiene que ser el mejor.
-Queremos niños perfectos, que no se frustren, que coman siempre sano...
–Totalmente. Claro que está muy bien animarles y el refuerzo positivo, pero sin abusar. Y el niño no va a perder salud por comer un día un bocadillo de lo que sea. Están más sanos que nunca. Me da pena cuando veo a mi alumnado que no sabe salir a la calle y jugar a las chapas. Un día hice esa actividad en clase, llevé chapas de botellas y no sabían qué eran ni de dónde venían. Aunque también hubo una mamá que se quejó las chapas tienen óxido y se podía cortar. Cuando su niño fue precisamente el que más disfrutó con la actividad… Y es una pena que el niño no se pueda ensuciar: el niño aprende ensuciándose y equivocándose.
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