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Montse Cortés. Sindicalista: “Fue una satisfacción que echaran abajo la cocina del hospital”

Militante de UGT desde hace 35 años, ayer recibió el premio Primero de Mayo de manos de sus compañeros.

Montse Cortés lleva 35 años de militancia en UGT, buena parte de ellos en Melilla. Ayer recibió por parte de sus compañeros un emotivo homenaje en el que se le concedió el premio Primero de Mayo en agradecimiento a todo el tiempo que lleva trabajando en defensa de los trabajadores.
Tras haber sufrido un infarto y una operación a corazón abierto, “con un doble bypass”, se jubila de su trabajo en el Hospital Comarcal como TCAE (técnico en cuidados auxiliares de enfermería), pero tine claro que seguirá ayudando en todo lo que pueda en UGT.
Después de que Paco Díaz, secretario general del sindicato en Melilla, le entregara el premio, Cortés, muy emocionada, agradeció a todos sus compañeros, en especial a Cristina Hernández Villena, que siempre estuvo pendiente de ella a lo largo de los duros momentos de la operación, todo el apoyo que le han brindado. Tras ello, dedicó unos minutos a El Faro.
–Lleva 35 años de militancia en UGT. ¿Cuántos en Melilla?
–Quince años. Yo vivía en Barcelona y allí empecé a trabajar como administrativa en una empresa privada. Después me formé como  auxiliar de enfermería y entré en el Hospital Príncipes de España. Trabajaba en la UCI, hasta que mi marido decidió que nos viniéramos a Melilla y pedí el traslado. Una vez aquí, me llamaron para seguir colaborando en UGT y ya me quedé. El gusanillo del sindicato lo llevo desde que vine al mundo. Y así hasta que me dio el infarto y me he tenido que jubilar. Me han obligado, prácticamente.
–¿Qué significa para usted el premio Primero de Mayo?
–El día 1 de mayo es una reivindicación del trabajador. Ahí tendríamos que estar todos. Este acto que han hecho hoy (por ayer) para mí es realmente un premio para todos.  Yo lo siento así.
Mi trayectoria como sindicalista siempre ha sido defender a los trabajadores y ser honrados con todo el mundo. Y hablo de todos los trabajadores, estén o no estén en el sindicato.
–¿De qué momento guarda mejor recuerdo de su trabajo como sindicalista en Melilla?
–Fue una satisfacción el día que echaron abajo la cocina (del hospital). Porque eso era como una pesadilla para mí. Ver en qué condiciones estaban trabajando los empleados y cómo siguen... Ahí estuve peleando sola junto con el sindicato. Lo de la cocina fue algo glorioso, pero creo que no han terminado de darles a los trabajadores lo que se merecen: la dignidad en el trabajo. Porque son personas.
–¿Qué quedaría por hacer?
–Que los señores que mandan, a los que yo llamo cabezas parlantes, tienen que ver en qué condiciones están trabajando en la cocina, es algo muy duro. ¿Que han hecho unas mejoras? Sí, pero queda mucho por hacer ahí dentro.
Los celadores son otro punto que el hospital tiene abandonado. El hospital es toda una cadena. Para que un centro así dé el rendimiento que tiene que dar y haya una sanidad en condiciones, hay que pensar en todos los trabajadores: médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería, celadores, pinches de cocina... Todos forman la base para que en un hospital el ciudadano, el paciente, tenga dignidad: medicación, sábanas, comida... El profesional, cuando trabaja, tiene que estar en condiciones. Y esto se empieza a construir por abajo, no por arriba. Todo el mundo merece un respeto, sea auxiliar o celador. Es tan digna una cocinera como un médico.
Y no hay que olvidar cómo están trabajando en Urgencias. No sé cómo pueden estar en pie. Hay cosas que se solucionarían con organización, no con dinero. Sin organización se gasta el doble.
–¿Seguirá trabajando para el sindicato?
–En principio me tengo que reponer, porque aún no estoy bien de la operación. Pero cuando me recupere me van a tener siempre. Tengo que estar más tranquila, no puedo hacer esfuerzos, pero la cabeza sí la tengo para usarla. Me moriré siendo sindicalista.
Empecé en Barcelona. Hace 20 años en el hospital donde trabajaba había tres mil y pico trabajadores. Cuando yo entré, había 15 afiliados a UGT y al marcharme ya había más de mil. Y cada vez que vuelvo por allí, visito a todos los compañeros, porque hemos sido una familia, pese a que hubiera diferentes formas de pensar entre nosotros.
–¿Alguna cosa que le haya quedado por hacer en la profesión?
–Yo he hecho casi de todo. Cosas como ayudar a médicos a entubar. Menos pinchar, que eso no lo tenemos permitido, ayudaba en todo lo demás. Había gente que me preguntaba ¿por qué no estudias para enfermera? Y sí, me queda el gusanillo de no haber estudiado enfermería.
–Supongo que ya tiene la vida hecha en Melilla y no piensa volver a Barcelona.
–Me costó mucho adaptarme cuando llegué a Melilla. Venir desde Barcelona es un cambio que no se imagina nadie. Pero después me acostumbré y ya estaba como en familia. Me siento identificada con la gente de aquí, con el hospital, con los compañeros. He echado raíces en Melilla y mis nietos han nacido aquí. Estoy muy agradecida a todos.

 

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