El mochuelo es un cazador nocturno que utiliza los olivos y otros árboles mediterráneos, como el algarrobo, de apostadero y escondite para localizar sus presas, normalmente pequeños roedores y saltamontes, los eternos enemigos de los cultivos. Esto lo convierte en un excelente aliado del hombre, pues la mayor o menor presencia de mochuelos en una zona agrícola incide directamente en la salud de ésta, preservándola de plagas que puedan acabar con los cereales y hortalizas. Los mochuelos son una de las principales especies que contribuyen a lo que se denomina ‘lucha biológica’ contra las plagas, y que no es más que controlar dichas plagas utilizando los recursos que nos proporciona la misma naturaleza, como la fauna insectívora o la que se alimenta principalmente de roedores.
El beneficio que proporciona esta especie al hombre es reconocido desde tiempos inmemoriales; era un animal sagrado para los griegos, que lo relacionaban con su diosa principal, Atenea; ese es el origen de su nombre genérico, Athene. En cuanto al calificativo científico de noctua, hace alusión a sus hábitos nocturnos, pero se muestra más activo al atardecer y al alba, que es cuando se suelen escuchar sus agudas voces parecidas a los maullidos de un gato mientras se desplazan de un lugar a otro. Sus grandes ojos le ayudan a vislumbrar sus presas cuando la claridad empieza a escasear con la puesta del sol o aún no es perceptible en las primeras horas del día; su extraordinaria visión es, junto a un oído no menos excepcional, la principal baza para localizar a sus escurridizas presas. Hoy en día es frecuente verlos apostados en señales de tráfico o postes eléctricos, que utilizan como sustitutos de sus apostaderos tradicionales. En los ambientes mediterráneos donde habita, también es habitual verlos en edificios viejos, acantilados y barrancos, posados sobre algún lugar lo suficientemente alto para permitirle otear el mayor espacio posible. No es raro ver algún ejemplar en los salientes de las paredes del barranco del Nano, aunque su librea ocre lo hace casi invisible en este ambiente rocoso.
La vinculación del mochuelo común a los olivares mediterráneos es tan fuerte que aún es fácil observarlo, siempre que su mimetismo nos lo permita, en lo que queda del que fue años atrás el mejor olivar de Melilla, la antigua huerta de Weil. Este olivar es un triste ejemplo del profundo deterioro que han sufrido los campos y huertas de Melilla en los últimos años, por causas difícilmente explicables y de cuyas consecuencias todavía tendremos que arrepentirnos más en el futuro. En su día este olivar era un lugar excepcional para hacer excursiones y para ver todo tipo de fauna, especialmente aviar, ya que servía de zona de descanso y aprovisionamiento a las aves migratorias que cruzan el estrecho cada otoño y primavera en su periplo de África a Europa y viceversa. Años después y hasta fechas recientes en lo que quedaba del olivar había un circuito de vehículos todo-terreno, flanqueado por unos cuantos olivos maltratados por el polvo, la compactación de la tierra y las cárcavas provocadas por la acción de la lluvia sobre una tierra antaño fértil y hoy totalmente desnuda. Muchos olivos también fueron arrancados cuando comenzaron las obras de la que iba a ser la segunda carretera de circunvalación, que iba a ir paralela a la que ya existe, un proyecto tan alocado que resume muy bien las políticas que han acabado con nuestras zonas verdes en estos últimos años.
Especies como el mochuelo serán las primeras beneficiadas si por fin recuperamos la cordura y empezamos a cuidar y regenerar el maltratado entorno rural de Melilla para disfrute de sus ciudadanos.
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