En el transcurso de la reunión del Comité sobre Democracia y Seguridad de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN que se ha celebrado esta semana en las ciudades de Washington y Nueva York, tuve la oportunidad de visitar el pasado jueves, en esta última ciudad, el memorial de las víctimas del ataque sobre las torres gemelas del 11 de septiembre de 2001.
El recorrido por el memorial construido entre los espacios donde en su momento se erigían las torres, sustituidos hoy por dos grandiosas cascadas que vierten sus aguas hasta perderse por lo que fueron los cimientos de las mismas, produce en el visitante la necesidad de analizar dos cuestiones básicas. En primer lugar, si el visitante es extranjero, como era mi caso, cuál habría sido la reacción de su nación ante una agresión indiscriminada de semejante magnitud. En segundo lugar, cuál es el grado de odio que es preciso acumular para planificar cuidadosamente un acto hostil tan cruel y llevarlo a cabo en el mismísimo centro del hogar del que consideras tu enemigo.
Sobre la base de esas dos cuestiones, acaba uno preguntándose cómo estamos acometiendo los problemas del mundo y cuál debería ser nuestra postura en la búsqueda colectiva de un mundo en el que este tipo de agresiones destructivas no pudieran producirse.
Metido en estas cavilaciones, se continúa con las consecuencias de aquella agresión, que, como es sabido, condujo a los Estados Unidos de Norteamérica y a sus aliados en la Alianza Atlántica, como consecuencia de la invocación del artículo 5 del Tratado constitutivo de dicha alianza, el de la mutua defensa colectiva, a activar un importante despliegue de fuerzas en Afganistán, país en el que se daba cobijo y adiestramiento a los movimientos terroristas internacionales que produjeron semejante masacre. El resultado final de ese importante despliegue de fuerzas lo hemos visto este pasado mes de agosto, casi veinte años después de aquel ataque, con la evacuación precipitada de los últimos miembros de aquellas fuerzas desplegadas y de los afganos que les proporcionaron su apoyo durante esos veinte años para llevar a cabo sus cometidos.
En lo que a España se refiere, se ha de expresar el reconocimiento al personal de nuestras Fuerzas Armadas por el ejemplar desempeño puesto de manifiesto de manera brillante en esta ocasión y en cuantas ocasiones son requeridos por el Gobierno de la nación, en representación de la sociedad española, para entregarse al cumplimiento de la misión sin límite de días ni de horas, ni de esfuerzo personal, anteponiendo el interés general y la seguridad de los españoles y el nombre de España a cualquier otra consideración.
Este reconocimiento debe hacerse extensivo al personal de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado así como al del Cuerpo Diplomático y el personal civil del Ministerio de Asuntos Exteriores y el de Defensa que cooperaron, igualmente de manera brillante, a que la misión pudiera cumplirse de la manera más exitosa posible.
Y digo de la manera más exitosa posible porque, como es sabido, aunque se quiso llevar a cabo la evacuación de más personas que lo requerían, en algunos casos con desesperación, se llegó hasta donde fue posible, lo cual, en estos casos, nunca es suficiente.
En el marco del análisis político de esta crisis, siempre es necesario recapitular sobre las cosas que podrían haberse hecho mejor, que deberemos hacer mejor en el futuro y que debemos someter a análisis fundamentalmente en el ámbito de la OTAN y de la Unión Europea, como consecuencia de nuestra pertenencia, como socios activos a ambas organizaciones.
Es de uso corriente, una vez vistas las consecuencias de un acto, argumentar que era lo previsible, que todo ha sido un fracaso y un desastre. En mi opinión, las naciones de la OTAN participantes en la misión, aportaron lo mejor de sí mismas para coadyuvar a la eliminación de la amenaza terrorista que utilizaba Afganistán como Base de Operaciones, desde la que irradiar sus delictivas actuaciones hacia nuestras naciones.
Una vez eliminada dicha amenaza directa, se consideró por parte de los países aliados y por parte del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que los efectos de la eliminación de dicha amenaza podrían verse mejorados, ampliando su duración temporal, mediante la ejecución de proyectos de desarrollo social para lo que se acometió la ejecución de dichos proyectos con importantes esfuerzos de defensa al tiempo que se desarrollaban los mismos.
Bienvenidos sean los análisis críticos y las búsquedas de lecciones aprendidas pero nunca poniendo en entredicho la solidez de nuestra alianza con los países cuyos principios esenciales compartimos. Toda brecha en la solidez de esta alianza debe hacernos reflexionar sobre a quién beneficia y a quién perjudica.
Como primera conclusión, quizás precipitada, del resultado de los acontecimientos en Afganistán, el Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad Común, el Señor Borrell, apuntó al objetivo de crear un Ejército Europeo, que, inmediatamente, fue rechazado por la mayor parte de las capitales de los países de la UE como objetivo inalcanzable por carecer, precisamente, de una Política Exterior y de Seguridad mínimamente armonizadas por no coincidir los intereses internacionales de los diferentes países de nuestra Unión.
Nuestra nación ha practicado satisfactoriamente la cooperación con estructuras semi permanentes como el Cuerpo de Ejército Europeo en el ámbito de la Unión Europea o el Cuerpo de Ejército de Reacción Rápida del Mando Aliado en Europa, en el ámbito de la OTAN. Personalmente, creo en esta modalidad de cooperación con nuestros aliados para el desarrollo combinado de capacidades militares en beneficio de nuestra seguridad y nuestra defensa.
En lo que concierne a nuestro compromiso con los ciudadanos de Afganistán en cuya nación hemos querido contribuir a generar un espacio de progreso y convivencia que tan abruptamente se ha visto interrumpido, hemos de mantener nuestro esfuerzo de cooperación con nuestros aliados de OTAN y UE para garantizar la seguridad de quienes fueron nuestros colaboradores y la vigilancia activa de las actuaciones del nuevo régimen talibán, contribuyendo a la seguridad de la población afgana frente a sus gobernantes, ante todos los foros internacionales ante los que España pueda intervenir.
Y por último, de cara a la próxima cumbre de la OTAN, que tendrá lugar a mediados del próximo año en Madrid y en la que se definirá un nuevo concepto estratégico, debemos aprestarnos a cerrar filas con nuestros aliados y buscar una aproximación colectiva, que garantice la seguridad de nuestras sociedades y del mundo en general, mirando al futuro.
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