Amani tiene solo 21 años y un sueño enorme en la cabeza. "¿Me puedes ayudar a llegar a España para jugar al fútbol?" Con ojos atentos, espera la respuesta a una pregunta que se da de bruces con la realidad: el puente que, debajo suyo, le servirá de cobijo en unas horas.
Atardece en Oujda, una ciudad del noreste de Marruecos pegada a Argelia, y Amani (nombre falso) se prepara para pasar la noche en un recoveco de uno de sus pilares, sobre un cauce seco lleno de basura, acompañado de otros veinte sudaneses con quienes comparte años de huida, maltrato y deseos frustrados.
A uno y otro lado de esta improvisada casa, en los márgenes de una gran plaza jalonada por una moderna estación de tren, los migrantes se cubren con mantas regaladas y viven de la mendicidad, con la esperanza de cruzar por mar o tierra a Europa después de atravesar 4.500 kilómetros de África -por Sudán, Egipto, Libia y Argelia- y vivir el "infierno" en centros de detención libios.
400 euros por cruzar desde Libia: 4.000 de Marruecos
Amani comenzó su viaje en 2017 y ya lo ha intentado en cuatro ocasiones, desde Libia. En tres la patera ni siquiera llegó a salir de la playa y los guardias los detuvieron, explica a Efe. Había pagado 400 euros a las mafias por cada una de ellas. La cuarta, que hizo gratis porque se encargaba de manejar el GPS, se hundió a 200 metros de la costa. Él no sabe nadar, pero un amigo lo llevó hasta la orilla.
Las tres intentonas frustradas le costaron cuatro, dos y un mes de internamiento en centros libios, denunciados repetidamente por la ONU por sus precarias condiciones y el maltrato al que someten allí a los migrantes.
Amani lo describe como "el infierno" y junto a él Munir, de 24 años y que pasó 25 días en el centro de detención de Sirte, da más detalles.
Eran, dice, trece personas en una celda de tres metros por tres metros, "todos pegados". Comían un trozo de pan lo largo de un dedo y un "tetra brick" pequeño de zumo al día. "Nos amenazaban con armas y nos pegaban con la culata", añade señalándose la espalda.
En ese espacio lo hacían "todo" y usaban un cartón para sentarse, que quitaban para comer. La manera de salir de allí, en su caso, fue sobornando a los guardias con 300 euros que le prestaron unos "amigos". Ese dinero había que devolverlo luego trabajando.
Como Amani, Munir quiere pasar a España por Melilla o Ceuta. Lo harían sin dudar por mar, sin importarles los centenares de muertos que quedan en el camino, pero es muy caro. Les piden 4.000 euros. ¿Y hasta dónde? "Donde me reciban bien, donde me acojan bien y pueda aprender". ¿Aprender qué? "Inglés", responde Munir.
Con su padre muerto y su madre sobreviviendo a base de trabajar de lo que fuera (limpiando ropa, vendiendo té...), él salió de Jartum hace tres años porque allí, explica, no puede cumplir sus sueños, algo más pequeños que los de Amani. "Quiero casarme y tener hijos y no quiero vivir en la pobreza".
Deportación de ida y vuelta
En Oujda, un cruce de caminos a 10 kilómetros de la frontera argelina, ubicada en la zona conocida como "el Marruecos inútil", empobrecida y puerta de un desierto aún más pobre, los migrantes viven acechados por la Policía, que acude cada poco al puente y los detiene para expulsarlos de vuelta a Argelia.
"En plena noche los dejan allí (en la frontera), pero las autoridades argelinas los detienen y los devuelven a Marruecos. Es como un partido de ping-pong", explica a Efe Youssef Chemlal, activista de la asociación Ayuda a Migrantes en Situación Vulnerable (AMSV), de Oujda.
Una mecánica que no tiene visos de cambiar entre dos países que mantienen sus fronteras cerradas desde 1994, ninguna cooperación en materia migratoria y con relaciones cada vez más tensas.
La AMSV de Youssef Chemlal denunció la situación de estos sudaneses cuando, hace dos meses, se contaban por cientos. Poco a poco se han ido yendo de la ciudad, algunos más al norte buscando el paso a España como dos compañeros de Munir que están ahora en Nador. Porque la vida en Oujda supone estar en constante alerta.
De hecho, este sudanés recuerda cómo uno de los momentos más duros el día que las autoridades marroquíes quemaron sus pertenencias en el puente. Pone esta experiencia al nivel de sus cuatro días sin agua en el desierto entre Libia y Argelia, cuando le dejaron allí tirado junto a otros siete migrantes.
Persecuciones en Libia que también sufrió Zahir, otro de los sudaneses del puente, de 26 años, que confía en obtener el estatus de refugiado en el país magrebí.
Era pescador en Sudán, pasó varios meses en una cárcel libia -"nos pegaban y si pagabas dinero, lograbas salir"- y lleva migrando desde hace una década, tiempo en el que ha cambiado de opinión.
"Me he quitado de la cabeza la idea de irme a Europa, voy a instalarme aquí en Marruecos".
Algo a lo que el joven Amani, que desafía la aparente seguridad en sí mismo cuando pregunta por qué alguien se interesa por la vida de unos "monstruos" como ellos, no está dispuesto a renunciar.
"El mundo del fútbol en España es muy difícil. Pero yo juego muy bien", explica.