La presencia de menores extranjeros no acompañados se hace cada vez más patente en nuestra ciudad.
Tras la Operación Feriante es frecuente ver por distintos puntos de Melilla a pequeños grupos de estos niños deambulando por las calles.
Hasta ahora las redadas puestas en marcha de manera coordinada por la Guardia Civil y la Consejería de Bienestar Social no han dando ningún fruto. Y, desgraciadamente, no es previsible que vayan a dar algún resultado duradero en el futuro. Aunque la Ciudad se hiciera cargo de todos los menores extranjeros que llegan de manera irregular a Melilla, el problema no dejaría de crecer; lo que no es excusa para no cumplir con la obligación de respetar la ley.
Cuando vemos a estos niños hay que mirar a Marruecos, el país vecinos con el que mantenemos unas relaciones “extraordinarios”, según repite sin cansarse el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz. Probablemente no diría lo mismo su compañera en el Gobierno Ana Mato. La ministra de Asuntos Sociales y más aún el fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce, saben que en el asunto de los menas la colaboración de nuestros vecinos del otro lado de la valla es, en el mejor de los casos, escasa. En su informe anual de 2013, publicado el pasado jueves en El Faro, la Fiscalía señalaba que “otro año más el procedimiento de repatriación (referido a los menores extranjeros) se erige en una figura jurídica cuasi-ornamental con escasísima transcendencia práctica”. Según la Memoria del Ministerio Público, sólo se llevó a cabo la repatriación de una joven colombiana. No se produjo ningún caso de niños marroquíes, que en nuestra ciudad son abrumadora mayoría. Ni existe colaboración de Marruecos en este campo ni se espera que la haya en el corto plazo. Tanto es así, que ningún responsable público, dirigente político o ONG se plantea la posibilidad de exigir que se trate de identificar a uno de estos niños para, en colaboración con las autoridades del país vecino, devolvérselo a sus padres.
Ocurre como con otras muchas ‘cargas’ que nuestros vecinos dejan caer sobre nuestras espaldas; cuando España plantea soluciones, parece que nuestros vecinos hablan el mismo idioma que los suecos.
La supuesta buena sintonía hispano-marroquí que el Ministerio del Interior observa en algunos campos es absolutamente inexistente en otros. Para poder considerar sincera esa relación (además de “extraordinaria”) tendría que extenderse a todas las áreas. La situación de estos niños marroquíes que deambulan por nuestras calles es tan humillante para los pequeños como para su país de origen, cuyas autoridades deberían sonrojarse cada vez que se les recuerda su existencia.