Opinión

Memoria

La memoria consiste en ir guardando información para luego recordarla. Los recuerdos, posteriormente, vienen solos o de manera voluntaria; otras veces, se incita a ellos y las más, se intentan que no vuelvan. En ocasiones, un simple olor, una sintonía, un lugar, una presencia o una ausencia provocan a la memoria.

Los prolegómenos a la batalla electoral, singularmente lo dado a llamar ‘campaña’, es un espacio peculiar para la memoria, también para la promesa y la negación del adversario sin ambages ni cautela. La campaña electoral y su cercanía es un diapasón que mide lo hecho, lo incumplido y lo por hacer. Afina para modular el sonido al interés de quienes entonan la sintonía de la candidatura. Hay una batuta que rige para evitar los desafinos, pero raramente se ­consigue una armonía que esté exenta de estridencias.

Así, lo más importante es jugar con la memoria del conjunto de electores y que las pasiones se vuelvan incondicionales, o al menos titubeantes o simplemente escoradas, para atender la llamada del voto reclamado. Derrotado el centrismo por abandono de las grandes formaciones y que un día hicieron de él, quizás, espacio para política más sensata y moderada, todos los que se precian de tener opciones de gobierno miran a los extremos; hacen incursiones pese al riesgo de perder pie en el borde y caer al precipicio.

Por otra parte, las pequeñas, las formaciones de menor envergadura pero con una ambición amplia e intacta de condicionar y por ello ser parte de cualquier solución de gobierno, siguen mirando con recelo y resentimiento a esa ley D’Hont que siempre les pone los precios más altos a la hora de conseguir escaños. Dos circunstancias han sido ampliamente reclamadas, según cuando y como les venga el viento a cada cual, por prácticamente todo el arco de partidos políticos: la gobernanza por el más votado y las listas abiertas en todas las citas electorales, sea cual sea su territorialidad. Algún día, puede, se evolucionará en ese sentido en nuestro ámbito y dejará de ser únicamente esa reivindicación recurrente de quienes, cuando los números no cuadran y las cosas no salen bien, abocan a la derrota y a la ausencia en el poder.

Perdido el ‘miedo’ a pactar con casi cualesquiera o, más bien, manteniendo la inquietud de perder la posibilidad de no estar en el poder, la memoria, la de los votantes, y su tratamiento, juega un papel primordial a la hora de pedir los apoyos. No se trata ya de la verdad como santo y seña para ofrecer la confianza y recibirla (nunca lo ha sido totalmente), sino de acentuar el ‘haber’ en detrimento del ‘debe’. Crear tantas lagunas en la memoria colectiva y personal sean posibles para que incumplimientos, errores u otros desvaríos no se hagan presentes y, por supuesto, no tener que dar espacio a la disculpa y sí, potenciar a la promesa que ‘tiene’ que ser creída a pies ­juntillas.

La memoria suele ser terca y pese a los antídotos, sobrevive. El conocimiento ayuda a decidir y contra él luchan el infundio, la división, para no dejar espacio a la reflexión, y el ruido. Y, pese a ello, lo bueno es poder decidir, aunque cada vez se sepa con menos seguridad que es lo que se está decidiendo.

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