Opinión

Membresía

Durante mucho tiempo, desde que se conoce la política parlamentaria y por ello democrática, la figura de los independientes tuvo gran valor. Fue, con cierta frecuencia, el “fichaje” de personas atraídas por el ejercicio de la política y sin pertenencia a siglas, sin filiación.

Creyeron en un proyecto determinado y se abocaron a participarlo y a defenderlo.

Fueron quienes, aunque no sólo, impulsaron corrientes internas que airearon a las formaciones en su seno aminorando el vicio de la uniformidad. Gozaron, relativamente, de espacio y posibilidad de aportar criterios distintos e invitar al debate en el seno partidario. Reforzaron la militancia que, siendo necesaria y sana, necesita en tantas ocasiones alejarse algo de la planicie de ideas y buscar su burbujeo.

Así mismo, sirvieron, en algunos casos, como puente para negociaciones con los adversarios de otras siglas y en beneficio de acuerdos por el bien general o del partido, también legítimo. Dieron un cariz más undoso, ondulado, más crítico y por ello más vivo, en perjuicio de la linealidad, ahora tan imperante esta segunda. Los hubo independientes que tornaron en fracaso, pese a las espectativas que su buena estrella profesional y personal les avalaba, pero también existieron quienes cumplieron una positiva misión. Dieron brío a la res pública por la vía del debate y no únicamente del escándalo.

Hoy en día, la membresía es en la práctica, casi totalmente, un requisito “sine qua non”, obligado, para ser algo o alguien en ese espacio del discurso único y casi frentista en el que se han convertido parlamentos, asambleas y, por supuesto, todos los escenarios de la comunicación. Fue otro tiempo en el que la figura del independiente bordoneaba el territorio del adversario para tentar el acuerdo o la simple utopía que supone la necesidad de transformar la política para que priorice la búsqueda de la felicidad de la gente y no el ejercicio del poder. Y ello, lo anterior, sin menoscabo de la legítima ambición personal y partidaria.

Esa figura, de existir ahora, es posible que hubiese aportado la salud y la conciencia necesarias en alcanzar acuerdos desde posiciones contrarias, como las que ahora se eternizan como conflictos. Sean de ejemplo la normalizacion e independencia real del poder judicial o la omnipresente amnistía. Ambos, de indudable interrelación, de clara simbiosis. Quizá sobre odio e inquina y falte, normal controversia aparte, crítica hacia dentro. Una cierta, prudente y saludable “disidencia”.

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