Categorías: Opinión

Melilla y la minoría salafista

El minoritario salafismo en Melilla ha vuelto a ser noticia este fin de semana en el diario ‘El País’, quizás para buscar, en medio de la presente campaña electoral, otros temas que puedan resultar especialmente atractivos o llamativos para los lectores. En ese contexto, hechos muy concretos aunque con cargas muy conflictivas y distintas a la imagen de ciudad plural y de buena convivencia interconfesional que queremos trasmitir, se reproducen como tales, pero aún así resulta imposible evitar que no generen una imagen distante de la realidad que afortunadamente disfrutamos.
Leí ayer, como muchos melillenses, el reportaje del periodista José María Irujo en el que se da cuenta de un nuevo conflicto en el IES ‘Rusadir’ de Tiro Nacional, donde según publicó también ‘El País’ en julio pasado, se dio el caso de la niña de 15 años que había decidido dejar de asistir a clase, tras prohibírsele acudir al aula con el niqab o burka que sólo deja ver los ojos.
El periodista, especializado cada vez más en los brotes de fundamentalismo radical islámico en Melilla, se centró este fin de semana en el caso de tres menores -dos niños de 12 años y una niña de 14-, alumnos también del aludido centro, que se niegan a dar clases de música.
Como sus padres, los estudiantes piensan que la música no es el arte universal que reconocieron los islamistas desde el principio de la misma religión. No, en una interpretación rigorista y extrema del Corán, toman la música como una ‘tentación maligna’ que confunde al hombre y lo incita a cometer actos ilícitos. “La música –concluyen como decía Ben Laden- es la flauta del diablo” o “la trompeta de Satán”.
Los padres de los niños -hermanos en dos de los casos y primos del tercero-, no esconden su sentido fundamentalista de la religión musulmana y piden libertad para los menores, como si a esa edad los niños pudieran tener otra opción que la extrema influencia de su entorno, en este caso con carácter preeminente el ejemplo de sus propios  padres.
La casuística que representan, como la de la menor que dejó de ir a la escuela, a pesar de que la enseñanza es obligatoria hasta los 16 años (edad que aún no ha cumplido), es afortunadamente muy concreta y minoritaria, pero también da cuenta de una tendencia muy peligrosa si anidara y se extendiera entre el resto de la comunidad musulmana de Melilla
Particularmente, no creo que sea fácil que algo así suceda. Los musulmanes melillenses tienen una concepción tradicional del Islam muy diferente a la de estos nuevos grupos, alimentados en gran medida por emigrantes retornados de comunidades afincadas en el resto de Europa o España, donde el extremismo y el radicalismo se hacen más presentes en la práctica del Corán.
Se trata en este caso de fieles de la llamada ‘Mezquita blanca’ de la Cañada, una de las 14 que actualmente existen en Melilla, y cuya inspiración más ortodoxa comparte únicamente con otra más de todas las que existen en la ciudad.
A sus seguidores es fácil identificarlos. Las mujeres, cada vez visten más el niqab, que las tapa de arriba abajo con un hábito negro y que sólo deja ver los ojos a través de una rejilla cuando están en público. Usan también guantes negros hasta los codos.
Los hombres, por su pare, llevan blusones largos, gorros de lana, pobladas barbas y sólo muestran sus tobillos, en señal de pureza.  
Afortunadamente, son grupos minoritarios, en claro contraste con una mayoría que práctica un Islam mucho más aperturista, aunque sean muchas las mujeres melillenses que opten cada vez más por el hiyab o pañuelo islámico, sin que ello les impida besar a Rajoy en campaña electoral, como acertadamente destacaba también el pasado domingo, en su blog de ‘El País digital’, el periodista Ignacio Cembrero, para quien Melilla “es sin duda una ciudad atiborrada de defectos”, pero es también una ciudad donde a las mujeres que usan el velo islámico, “el hiyab no les impide adaptarse a los usos y costumbres de una España en la que las personas de sexo opuesto que se conocen y se cruzan suelen besarse en los carrillos. Eso es convivencia”, concluía Cembrero.
Creo que todos podemos convenir que la mejor manera de luchar y combatir tendencias a todas luces retrógradas pasa por dar oportunidades a esos colectivos de melillenses hispanobereberes y religión musulmana, que en su mayor discriminación histórica encierran el potencial propiciatorio para convertirse en adeptos o seguidores de las tendencias más ortodoxas e intolerantes.
La libertad religiosa debe existir y es respetable, siempre y cuando no choque con nuestra legislación vigente, porque entonces ya habrá trasgredido todas las libertades admitidas para convertirse en una imposición contraría a nuestras normas, nuestra forma superior de entender la vida y nuestros valores fundamentales, entre los que la música no es sólo un arte universal, es una gran manifestación humana, de enorme valor espiritual y, en gran medida también, una forma incluso de terapia para el mayor equilibro del ser humano.

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