La ministra de Sanidad, Carolina Darias, ha asegurado este viernes en Palma que todos los datos apuntan a que nuestro país ha superado ya el pico de la sexta ola de la pandemia del coronavirus. Es, indudablemente, un mensaje de esperanza, aunque con la advertencia de que hay que ser prudentes. Y deberíamos serlo. En Melilla, al menos, no hay motivos para celebrar ni lanzar las campanas al vuelo.
Este sábado, el Sistema de Vigilancia Epidemiológica de la Consejería de Salud Pública ha informado de dos nuevas muertes por covid en la ciudad y un aumento de los ingresos en UCI. En estos momentos hay seis personas peleando por sus vidas en la sala de cuidados intensivos del Hospital Comarcal.
Estos datos colocan a la UCI de Melilla como la cuarta del ranking nacional con una situación más comprometida, sólo por detrás de Cataluña, Aragón y Baleares. Muy pegados a nuestras cifras están Castilla y León y Madrid.
Y eso que no sabemos exactamente cuántas personas se han infectado en esta sexta ola. Nos cuesta entender por qué en estos momentos se hacen tan pocas PCR y nos fiamos sólo de test de antígenos que pueden no estar retratando con veracidad la magnitud de la tragedia.
¿Es que no tenemos presupuesto para hacer PCR? ¿Estamos ahorrando en sanidad?
En estos momentos, seis olas después del inicio de la pandemia, muchos estamos anímicamente agotados; estresados o al borde del colapso, pero la situación del personal sanitario, al menos en nuestra ciudad, es alarmante. Ellos no llevan dos sino muchos años forzando la máquina en un estado de emergencia constante.
Tras el cierre de la frontera, cuando parecía que podían tomarse un respiro al cortarse de cuajo la sobreexplotación de nuestros servicios sanitarios con pacientes provenientes de Marruecos, llega la pandemia y los vuelve a colocar en posición de jaque.
Es hora, por tanto, de diseñar la sanidad del futuro porque el coronavirus es el primero, pero no será el último gran virus que nos ataque. Hay que estar preparados para que otra gran infección no nos coja desprevenidos. Por lo menos, que nos coja con más recursos de los que hoy tenemos.
Estar preparados significa invertir más en sanidad pública. El Gobierno central, del que dependemos las ciudades autónomas al no tener las competencias transferidas, es consciente de que gran parte de la desafección de los ciudadanos de Melilla nace en los servicios públicos deficitarios que se prestan de este lado del Mediterráneo.
Por tanto, avisados están. Hay que abrir cuanto antes el Hospital Universitario y para eso es necesario que las inversiones comprometidas no sólo se vendan con grandes titulares sino que además se ejecuten. Sabemos que el año pasado sólo llegó menos de la mitad de lo presupuestado. ¿Saben cuántas explicaciones se han dado al respecto? Cero.
La propaganda política sigue tirando del discurso recurrente de que el PP paralizó las obras del nuevo hospital. Pero señores, eso es el pasado. Hasta cuándo vamos a seguir con la estrategia de la niña del exorcista, girando la cabeza hacia atrás cuando no nos gusta la pregunta. Ese argumento se ha quedado pequeño, lejano y ridículo. Ahora toca explicar por qué no se invirtió ese dinero en 2021 y quién es el responsable.
Agarrarse a estas alturas a la herencia recibida, después de casi tres años de legislatura, es además de penoso, lamentable porque los ciudadanos necesitamos menos promesas, menos justificaciones y más compromisos cumplidos, pero no de boquilla.
El papel y el micrófono aguantan lo que les pongan. Aquí necesitamos grandes compromisos como rebajar el paro, la pobreza extrema, mejorar la conexión por mar y por aire con la península, ventajas fiscales para atraer empresas y un plan de rescate urgente que llegue a todos los autónomos sin distinción de credos, ideologías ni cosas raras. Todo lo demás es cuento y negocio.
Da hasta miedo revisar el Boletín Oficial de Melilla y enfrentarse al desglose de las ayudas públicas que se están repartiendo. Es cierto que vienen bien, pero también es cierto que no resuelven el problema estructural que padece la ciudad. Darle dinero, por ejemplo, a un locutorio es una apuesta decidida y noble en favor de las comunicaciones transfronterizas y la libre circulación de capitales, pero no cambia la ciudad.
Lo que de verdad puede hacer cambiar a Melilla es esa misma apuesta decidida por sembrar árboles o, como mínimo, respetar lo plantado; intentar bajar los índices de contaminación de la ciudad, especialmente ahora que al puerto no entran ni las gaviotas; apostar por el transporte público sostenible; seguir peatonalizando calles para ganar espacio para los viandantes; evitar cortes constantes de luz y agua; reforzar los efectivos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad para ganar seguridad en las calles... Estamos hablando de cambios profundos, no de maquillaje.
Hay tanto por hacer que en estos momentos no deberíamos estar debatiendo por dónde empezar sino qué es lo siguiente que debemos hacer. Pero resulta que no hemos dado el primer paso y ya nuestros políticos tienen un aspecto deprimente. Se les ve más que cansados, fulminados.
Somos muchos los ciudadanos que hemos captado perfectamente el mensaje del tripartito de que la fragmentación política paraliza la Administración. Es así como nos sentimos en estos momentos: en stand-by. Y es ese el mensaje que cala en las redes sociales, donde se producen debates muy interesantes.
Alguien escribió hace poco que Melilla es como el Titanic, se hunde y la gente sigue aplaudiendo. Palmeros, puñales y detractores hay por todas partes. Pero hay que vivir con ello. Eso no es lo importante. Lo realmente prioritario en estos momentos es evitar que nuestro barco se hunda. En unos meses entraremos en precampaña electoral. Estoy deseando ver cómo empieza el 'show' que nos tienen preparado.
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