Vuelvo a mi habitual sección tras quince días de vacaciones que no me han permitido ausentarme de Melilla por cuestiones estrictamente personales aunque sí desconectarme relativamente de la intensa actualidad de una ciudad que, al menos, este verano, no ha sufrido los cortes fronterizos del pasado 2010, pero sí las extremas colas en la frontera o el nuevo repunte en la presión migratoria que viene sucediéndose especialmente desde el primer lustro de la década de los 90 por parte de subsaharianos e inmigrantes de más allá de Marruecos. Melilla, nuestra querida Melilla, es en cada estío como un hit parade veraniego que siempre se repite con la misma intensidad y la misma temática. A veces cambia mínimamente el sonsonete del estribillo pero vuelve recurrente con sus misma cantinela verano tras verano.
De turista casi ocasional, porque poco he podido dedicarme en realidad al dolce farniente, he notado como este año más que nunca nuestra hermosa Ensenada de los Galápagos se ha convertido por fin y de una vez en un espacio totalmente integrado en la vida del melillense.
La hermosa cala, que hasta hace poco sólo frecuentaban vecinos del barrio del Mantelete y jóvenes atrevidos que, incluso hoy en día, siguen burlando a la suerte practicando saltos imposibles desde los montículos que la rodean, ha pasado a reunir a melillenses de toda clase social y edades. Algo curioso en una ciudad como la nuestra que hasta hace poco más de tres décadas separaba la playa de los pobres de la de los ricos, con una alambrada incrustada mar adentro y un vigilante sin paragón que, porra en ristre, se dedicada a intimidar cuando no a pegar literalmente a todo aquel que intentase burlar la grotesca linde.
Los que como yo ya superan con creces los 40 años tendrán grabada en su mente la escena que se sucedía en el acceso marítimo a la playa de La Hípica, otrora exclusiva, como el recinto anexo de carácter miliar, para socios civiles o castrenses.
Ha llovido mucho desde entonces y Melilla afortunadamente se ha democratizado. En esa medida, la Ensenada de los Galápagos se muestra este año como un ejemplo vivo de cuanto hemos cambiado sin duda para bien.
Ya no hay zonas acotadas en el litoral costero de obligado dominio público, el Ramadán se anuncia sin complejos en plena Avenida y la ciudad muestra otra cara más acorde con los nuevos tiempos, con este tercer milenio que sigue lleno de interrogantes para Melilla y los melillenses entre tanto no logremos normalizar de manera más efectiva las relaciones con Marruecos y con ello modernizar de una vez nuestra angustiosa y aún tercermundista frontera.
Ya sé que los deseos no dependen para hacerse realidad de lo que los melillenses queramos. Que en este asunto de las relaciones con el vecino marroquí necesitamos de muchos apoyos, si me apuran más allá incluso del Gobierno central pero con el compromiso indudable del mismo Ejecutivo nacional que debe hacer de Europa nuestra principal garante ante uno de sus socios preferentes, tal cual es el reino alauita.
Con unas relaciones normalizadas, lo sucedido días atrás en la frontera de Beni-Enzar no tendría porqué ocurrir, como tampoco ese goteo inhumano que expone en barcazas de juguete a un sin fin de inmigrantes como los que a centenares han llegado a nuestras costas y las ceutíes desde el pasado mes de julio.
Es de reconocer que el Gobierno Zapatero, lejos de incurrir en la indolencia de otros que le precedieron, ha reaccionado como debía hacerlo, promoviendo traslados de inmigrantes a la Península en aras a impedir que el CETI acabara convertido en una bomba de relojería. Aún así, actualmente acoge a casi doscientos más de lo ajustado a su capacidad máxima, lo que no deja de ser un problema que al menos parece no escapar al interés y conciencia del delegado del Gobierno, Antonio María Claret.
El origen del problema no es a pesar de ello distinto ni diferente. Como he escrito varias veces, radica en muchos factores pero tiene en el vecino marroquí al principal responsable, en la medida que resulta indiscutible su capacidad para regular y controlar esos flujos que de nuevo se manifiestan con una extrema y preocupante presión migratoria sobre nuestras dos ciudades africanas y parte de la costa andaluza.
En mi opinión, lo que viene sucediendo tiene mucho que ver con la debilidad del actual Gobierno nacional. Marruecos, no lo olvidemos, es especialista en actuar de forma oportunista, y en las horas bajas del actual Gobierno de España está encontrando el resquicio perfecto para librarse de los inmigrantes que mantiene en su territorio a causa del cancerbero que hace años decidió asumir a cambio de sustanciosas ventajas por parte de Europa.
Está claro que al campo no se le pueden poner puertas y que el problema de la inmigración descontrolada hinca sus raíces en los desequilibrios de un mundo injusto y exento de solidaridad y sensatez. No obstante, nada justifica que, verano sí verano también, Melilla y Ceuta deban verse entre las cuerdas por la sinrazón de la macropolítica y el ventajismo de quienes se consideran nuestros socios y amigos preferentes.
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