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Melilla y el Golpe del 23-F

La jornada sin incidentes transcurrió sin incidentes en la ciudad. Los dirigentes políticos y sindicales vivieron los sucesos con inquietud, pero ninguno de ellos optó por huir a Marruecos. Los 30 años trascurridos desde el Golpe del 23-F sirven de auténtico retrovisor de una historia reciente y aún muy desconocida para el conjunto de los españoles, tanto para los que lo vivieron como para las nuevas generaciones.
Aquellas 24 horas escasas en que el Congreso y, con él, la soberanía popular de este país quedaron secuestrados por un grupo de golpistas encabezados por el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, se vivieron en Melilla con la misma expectación, miedo, perplejidad y atención que en el resto de España, ante el curso de unos acontecimientos que amenazaban con la involución democrática en nuestro país.
Francisco Avanzini, durante 40 años secretario de la Delegación del Gobierno, ya lo era por entonces, aunque en aquel febrero de 1981, Melilla no contaba con una autoridad gubernativa civil, sino que era el comandante general quien ostentaba también la máxima representación del Gobierno de la Nación en nuestra ciudad.
El titular de ambos puestos era el general José María Bourgón López Dóriga, “un gran militar y un magnífico delegado del Gobierno”, según Avanzini, que precisamente se había encargado de poner en marcha el CESID, Centro Superior de Investigación de la Defensa, al que el periodista Jesús Palacios atribuye la autoría original del Golpe de Estado frustrado de Tejero, si bien con unos matices que resume en una operación combinada encaminada a un ‘gobierno de salvación’ presidido por el general Armada y en el que el socialista Felipe González actuaría como vicepresidente.
El libro de Jesús Palacios ’23-F: El golpe del CESID’ parece cumplir el dicho de que no hay mejor forma de guardar un secreto que escribir un libro. Quizás por eso, hoy en día, aún nos preguntemos por la trama civil de una asonada que hunde sus raíces en los tremendos desencuentros que por aquel entonces mantenían Adolfo Suárez y el Rey Juan Carlos y que desencadena, según Jesús Palacios, “una presión de anillos concéntricos desde todos los poderes fácticos, para crear una nueva mayoría en un gobierno de gestión UCD-PSOE –de salvación nacional- con un general a su cabeza”. La persona escogida –apostilla el periodista- era el general Alfonso Armada, que encarnaría una especie de Operación de Gaulle, similar a la que llevó al general francés al poder en 1958.
El mismo periodista asegura que la ‘Solución Armada’ contaba con el respaldo del PSOE y que del ‘gobierno de salvación’ participarían representantes de todos los partidos, incluidos los comunistas.
De toda esa trama, difusa y sujeta hoy en día a la leyenda y la interpretación interesada de la historia, nada se sabía en Melilla, o al menos nada sabían los representantes de los partidos políticos más influyentes o de izquierdas en nuestra ciudad. Según José Torres, exsecretario general del PSOE melillense y entonces secretario de Organización del mismo partido, “a la izquierda y a la derecha el golpe les pilló igualmente por sorpresa”.
En Melilla, reinó la calma, pero las versiones de cómo reaccionaron unos y otros, amén de no ser siempre coincidentes en algunos aspectos, sí dejan claro que a la perplejidad se sumó la precaución. La sede local del Partido Comunista, por entonces mucho más pujante que el PSOE melillense en número de afiliados y tirón entre los ciudadanos, permaneció cerrada a cal y canto. Lorenzo Lechuga, primer secretario general de Comisiones Obreras en Melilla, lo certifica y, como tantos otros, no optó por huir a Marruecos en previsión de posibles represalias si el Golpe prosperaba.
Tampoco lo hizo Manuel Soria, entonces secretario general del Partido Socialista en la ciudad, a quien la operación Tejero no le pareció seria y, por el contrario, “sí sirvió para asentar la figura del Rey”.
Entonces, el Rey no gozaba del respaldo tan unánime que tiene hoy entre la sociedad española. Fruto de una transición heredera del franquismo, algunos lo apellidaban ‘el rey cuchara’ porque ni pinchaba ni cortaba. Tampoco parece que esta fuera del todo la realidad: Su ascendencia ante el Ejército no se cuestionaba, pero la situación de extremo paro, crisis económica profunda y atentados diarios de etarras contra militares, no favorecía una estabilidad social que barruntaba un Golpe de Estado y que encontraba mayores dificultades con la descomposición clamorosa de la UCD de Suárez y los abiertos desencuentros del entonces presidente del Gobierno con el jefe del Estado.

Sin movimiento en Melilla

El Gobierno local de la ciudad, presidido por Rafael Ginel Cañamaque, se mantuvo en reunión de crisis hasta avanzadas horas de la noche en el mismo despacho que hoy ocupa Juan José Imbroda, quien por entonces ostentaba el cargo de primer teniente de alcalde.
“Estuvimos aquí –comenta el actual presidente de la Ciudad- porque creímos que había que mantener abierto el Ayuntamiento y estar reunidos por lo que pudiera pasar”. Pero no pasó  nada. Antes de que el Rey saliera por Televisión Española dando el mensaje que afianzaba la Democracia, despejando dudas entre los más incrédulos y echando por tierra el uso que de su nombre hacían los golpistas, el ejecutivo de ‘Bubi’ Ginel, como se conocía coloquialmente al entonces alcalde, ya había echado el cierre y marchado a su casa a la espera de acontecimientos.
“Nunca temí por mi vida”, asegura Imbroda. Una sensación que comparte Manuel Soria pero no el por entonces secretario general de UGT, Miguel Ángel Roldán, que cuando fue conducido, ya el día 24, a una reunión con el comandante general sin que le dieran en principio mayores explicaciones, reconoce que se vio próximo al fusilamiento.

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Los tiempos eran otros, no podemos olvidarlo, y aún estaban muy a flor de piel las revanchas entre rojos y ultraderechistas, la pesadilla de una Guerra Civil amasada en cuarenta años de franquismo, y las ínfulas anacrónicas de antiguos seguidores de Franco que no dudaron en amenazar a Miguel Ángel Roldán en su mismo puesto de trabajo –el antiguo ‘El telegrama de Melilla’, cuando era prensa aún del movimiento- con “cortarle los cojones” por rojo. Lo cuenta en su libro, ‘Entre moros y cristianos”, Ricardo Crespo, periodista por entonces en Melilla  y suplente ocasional de Roldán como corrector de pruebas en ‘El Telegrama’.
También trabajaba en ‘El Telegrama’ aquel año el hoy secretario general del PSME, Dionisio Muñoz, quien recuerda cómo a sus 17 años el Golpe de Tejero no varió sus hábitos. Como una tarde más, se fue de paseo con su pandilla de amigos. Treinta años después no duda que el ‘tejerazo’ fue mucho más serio de lo que puede parecer con la perspectiva del tiempo. “Un intento de golpe en toda regla que, afortunadamente, quedó frustrado”:
Pero las opiniones varían. No todos lo vieron ni vivieron igual. Alfredo Martínez, entonces delegado de personal de Gaselec, que se encontraba en conflicto laboral permanente con huelgas de hambres de sus empleados, encierros en la Parroquia del Sagrado Corazón y despido de trabajadores, tampoco vio serio el golpe. “No vi movimientos de militares. Cuando me enteré de lo de Tejero por mi mujer, me pareció una gilipollez. Luego tuvimos una asamblea de trabajadores y fuimos conscientes de lo que nos pasaría si el golpe prosperaba. Al día siguiente, todos fuimos a trabajar, porque ese día, precisamente, no estábamos en huelga”.

El mensaje del Rey, un bálsamo

La calma fue lo que imperó aquella noche en Melilla y aunque alguno que otro se preocupó al ver movimientos de vehículos militares que recogían mandos, porque toda la guarnición quedó acuartelada, lo más que podían esperar algunos como Juan José Imbroda “es que nos tocara pasar toda la vida picando piedras en los Pinares”. “Yo decía esto de broma –añade- aunque sabía que si el Golpe triunfaba, nos detendrían como miembros del Gobierno democrático del Ayuntamiento de Melilla”.
A José Torres, la situación se le presentaba más dudosa, pero aún así no optó, “como algunos personajes pintorescos y sin mayor relevancia”, por huir a Marruecos. Lo que sí hizo fue irse a la sede del PSOE y llevarse los ficheros de los militantes, que por entonces en Melilla rondaban a lo sumo los dos centenares largos. “Hablé con los hermanos Valderrama, que tenían la Nissan, para guardarlos en un garaje de la concesionaria. También me llevé los de UGT, cuya sede estaba en el mismo edificio que la del PSOE en la calle Ejército Español. Al final, se me olvidaron en el maletero de mi coche y allí estuvieron hasta que todo se aclaró”.
Avanzini, desde su puesto privilegiado como secretario de la Delegación del Gobierno, se mantuvo junto al comandante general José María Bourgón López Dóriga, en un despacho asaltado por teléfonos y teletipos pero en el que predominaba ‘el sosiego”, según su testimonio. Se determinó una vigilancia especial en la frontera de Melilla y no hubo incidentes de ningún tipo en el total de la ciudad, en su totalidad también refugiada en sus casas y atenta a las radios y la televisión. La SER fue la que informó de cuanto pasaba mientras RNE emitió durante horas marchas militares por orden de los golpistas, suscitando con ello preocupación en muchos ciudadanos, entre otros José Torres.
“Fue una infamia que se utilizara el nombre del Rey”, asegura Avanzini, para quien el 23-F ha quedado como un “hito importante” en su larga carrera como secretario de la Delegación del Gobierno de Melilla. “El mensaje de madrugada de Don Juan Carlos, no es que impusiera relax, porque aún podía pasar de todo en el Congreso de los Diputados, pero sí fue un bálsamo”.

Manifestación multitudinaria

Pero la normalidad dejó de imponerse a pesar de que desembocara en la calma final con la salida del Congreso de los diputados y miembros del Gobierno que pasaría a presidir Calvo Sotelo. José Torres y otros médicos dejaron sus consultas en el Ambulatorio de la Seguridad Social porque tampoco había pacientes que demandaran servicios. Hay quien sostiene que el representante por Melilla en la Cámara Baja, García Margallo, cayó desmayado. Anécdotas de una intensa jornada que motivó manifestaciones en el conjunto del país, incluida Melilla, a favor de la democracia y la legalidad constitucional.
Precisamente, fue en el despacho del general Bourgón, al que fueron llamados a comparecer los líderes de los distintos partidos locales y sindicatos principales, donde se fraguó esa manifestación que reunió a todo el pueblo de Melilla en una multitudinaria concentración el día 27  y que convocaron los sindicatos para evitar protagonismos políticos.

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