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Melilla tampoco paró

Como se preveía, España no paró ayer y Melilla, como el resto del país, tampoco lo hizo. Las cifras de seguimiento que han dado los sindicatos contrastan vivamente no ya con las ofrecidas por las administraciones públicas respecto del grado de respuesta de funcionarios y empleados públicos; contrastan sobre todo con la realidad de una ciudad que ayer permitía hacer todo tipo de compras, llevar los niños al colegio, acudir al mercado y hasta adquirir a primera hora la prensa nacional, que a pesar del día de huelga general sí llegó puntualmente a Melilla.
Su escaso seguimiento se redujo al 20% de docentes, a un cierre intermitente de comercios en la zona centro y a un apoyo igualmente escaso en el resto de la Administración. Sí, es verdad, tuvo mucho éxito en el Mercadillo de ‘El Real’ y también hubo quien cerró las puertas de sus negocios motu proprio, pero no nos engañemos, fueron los menos.
Nada tuvo que ver el día de ayer ni con la última huelga general, la que en 2002 se llevó a cabo contra el Gobierno de Aznar, ni mucho menos con la anterior contra el Gobierno de González. Está huelga ha sido un paripé que, en realidad, supone un sonoro fracaso para los sindicatos, por mucho que quieran disfrazar con datos abultadísimos su seguimiento en el conjunto del país. Es también una buena coartada para Zapatero, que ahora puede jugar a enmascarar mejor ante los socios europeos su desastrosa política económica.
No voy a repetir lo que ya he escrito estos dos últimos días en esta nueva reentré postvacacional a mi habitual sección de opinión, pero que nadie crea que tras el día de ayer alguien puede salir de rositas como vulgarmente se dice. Ni Zapatero, que poco podrá rentabilizar lo sucedido a pesar del escaso seguimiento de la huelga, ni los sindicatos, cuyo distanciamiento de la clase trabajadora de este país es cada vez más flagrante e indiscutible.
Nos vamos a terminar tragando igual la maldita reforma laboral contra la que ayer se atrevieron a protestar incluso algunos de los diputados socialistas que la votaron favorablemente. Con tales compañeros de viaje, quién podía esperar un apoyo masivo a una huelga en la práctica más al servicio del Gobierno socialista que en contra de su nefasta política.
Mal anunciada, peor defendida por sus promotores, en el SATE se lamentaban de no haber sabido trasmitir a los docentes la gravedad del calado de la reforma laboral, como si en esta huelga fuera esa la única motivación. Como si el ánimo por disfrazar al destinatario de la protesta no le hubiera quitado fuelle hasta el punto de permitir que algunos de los parlamentarios votantes de esa misma reforma tuvieran el despreciable descaro de sumarse a la convocatoria o, al menos, a alguna de las manifestaciones sindicales que también se celebraron ayer.
De todas formas no fue ayer un miércoles normal en Melilla, el miedo o simplemente la vocación de algunos de evitar conflictos en una ciudad “donde todos nos conocemos” también se dejó notar y motivó que algunos cerraran las puertas de sus establecimientos o fueran menos los que acudieran a hacer compras o simplemente se dejaran ver por los comercios. También alteró el ritmo en la frontera, tuvo una especial incidencia en el sector de construcción y acotó a los servicios mínimos los enlaces aéreos y por vía marítima, los servicios de la COA y los de FCC, en este último caso más al parecer por la presión de los piquetes sindicales que por la voluntad mayoritaria de los trabajadores.
Lo dicho, mucho paripé y poca protesta veraz, al margen de los graves incidentes en capitales como Barcelona, donde los antisistema encontraron un filón para hacerse oír y notar.
Tras la pose huelguista el nuevo curso político si parece arrancar definitivamente. En el plano local lo hará hoy con un nuevo Pleno de Control que esperemos sirva de algo y no sólo de nuevo pulso con proyección mediática entre el Gobierno Imbroda y la coalición PSOE-CpM. Los melillenses también estamos cansados de tanto discurso político sin más sentido que el enfrentamiento partidista entre unos y otros. Aunque sólo fuera de forma testimonial, la huelga de ayer debería servir para una cosa, para recordarnos a los cinco millones de parados que no ven perspectiva de trabajo y que, en Melilla, desgraciadamente, no encuentran mayores opciones que las de los manipulados Planes de Empleo.

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