El Pleno de la Asamblea de Melilla aprobó ayer la retirada de la estatua de Franco, que está a la entrada de la Estación Marítima. La decisión se ha tomado con el voto a favor de CpM, PSOE y Cs y la abstención del Partido Popular y el voto en contra de Vox.
Nunca como en el día de ayer, el PP se ha ganado el sambenito de derechita cobarde. No quiere que quiten la estatua, porque si lo hubiera querido la hubiera retirado en los 19 años que presidió el Gobierno. Sin embargo, da la impresión de que no tiene valor para meter las manos en el barro y decir abiertamente que no.
Yo, que he vivido y sufro la dictadura cubana, no puedo estar más de acuerdo con la retirada de la estatua de Franco de Melilla. No me imagino mi vida con un monumento de Fidel Castro a la entrada de mi ciudad. Se me revuelve el estómago sólo de imaginarlo. Como se le debe revolver a las víctimas del franquismo.
Pero entiendo que hay dos formas de afrontar este problema. Una, quitando la estatua para sufrimiento de los franquistas confesos y agazapados y otra, dejándola como monumento a la ignominia.
Esta segunda fue la opción elegida por Berlín para reconvertir en museo la sede de la Stasi, el Ministerio de la Seguridad del Estado, órgano de la Inteligencia de la Alemania Oriental (antigua RDA) hasta que cayó el muro el 9 de noviembre de 1989.
Yo estuve allí, hace unos años, y se me pone la piel de gallina al recordar las grabadoras escondidas en los muebles de las salas de reuniones o la colección de calzoncillos y bragas de disidentes conservados en frascos. Esas prendas las daban a oler a los perros para saber si el opositor que había conseguido escapar había estado en un determinado lugar. Doy por hecho que robaban esa ropa interior del cesto de la colada. Así son las dictaduras, no tienen ningún pudor.
También en Gori, Georgia, hay un museo dedicado a Stalin, que se inauguró en 1957, se cerró en 1989 y luego se reabrió, convirtiéndose en una atracción sin mayor interés que el turístico.
Ninguno de los dos se ha convertido en sitio de peregrinación de nostálgicos, como ha ocurrido con el pequeño pueblo boliviano donde fue asesinado Che Guevara. Dicen que en la zona le llaman San Ernesto de la Higuera y que los campesinos llevan sus vacas para que las salve el mismo hombre que autorizó al menos un centenar de fusilamientos sin garantías judiciales en 1959 en La Habana. Y el mismo que tuvo la desvergüenza de admitirlo ante las Naciones Unidas: “Sí, hemos fusilado y seguiremos fusilando”, dijo.
Para muchos cubanos, el Che, ese símbolo podemita, es el asesino de La Cabaña. Se cargó a un número indefinido de militares y policías de la dictadura de Fulgencio Batista, sin que pudieran defenderse ante la justicia. Pero también asesinó a campesinos que no quisieron colaborar con el Ejército Rebelde en la Sierra Maestra (zona oriental de Cuba) y lo dejó recogido por esa manía suya de saberse especial y escribirlo todo en diarios. En 1959 él tenía el poder para decidir quién vivía y quién no del bando enemigo. Y esa decisión la ejercía, tal y como él mismo se definió: sediento de sangre.
Está claro que la estatua de Franco a la entrada de Melilla nunca ha sido un monumento que atraiga turismo. Tampoco lo ha atraído la tumba del general Sanjurjo. Están aquí y aquí se mueren de asco, salvo cuando viene un grupito de franquistas de la península a trabajar en la ciudad y termina haciéndose una foto para la historia, sin mayores consecuencias para sus carreras dentro de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Yo, hasta que no vea la estatua de Franco colgada de una grúa, no lo voy a celebrar. Está claro que esta decisión del tripartito no crea empleo ni resuelve el problema de la frontera, pero tiene una carga simbólica poderosa. Ellos no sólo barrieron a Imbroda del poder, también se cargaron a Franco.
Sé que éste es un debate apasionado en el que hay opiniones para todos los gustos. Desde quienes reivindican la necesidad de mantenerlo porque fue él quien el 17 de julio de 1936 firmó el bando de guerra que se leyó en Melilla y que desembocó en la Guerra Civil hasta quienes creen que corresponde a Ferrol asumir el peso de la historia que le condenó a ser la cuna del ex caudillo de España.
A muchos se les olvida que con Franco no había derechos civiles ni políticos en este país. Como hoy no los hay en Cuba. El Gobierno de los Castro firmó en 2008 el Pacto de la ONU, pero a día de hoy no lo ha ratificado. Fíjese, allí se sigue aplicando la prisión a quienes se sospecha que pueden delinquir en el futuro.
En Cuba te caen 4 años de cárcel aunque no hayas cometido delito alguno pero al no estudiar ni trabajar cumples con los requisitos para que te apliquen la Ley de Peligrosidad. ¿Os suena familiar?
Eso por no hablar de la connivencia del franquismo con el castrismo. España se saltó el embargo de Estados Unidos y en los 60 Franco enviaba cargamentos de turrones de Alicante para que los castros endulzaran la Navidad. Todavía hay cubanos que recuerdan aquella época con nostalgia. Les mencionas a Franco y se relamen en medio de la crisis económica, pensando en los turrones.
Claro, eso fue hasta que Fidel Castro en el 70 suspendió la Navidad y pasó esa celebración cristiana, junto con los Reyes y los carnavales al mes de agosto.
Ayer fue un día histórico para Melilla, en efecto. No me duele que retiren la estatua de Franco, pero me gustaría saber qué van a hacer con ella.
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