Melilla ha registrado una caída importante de la natalidad en septiembre pasado si lo comparamos con los datos de nacimientos que tenían lugar en la ciudad en el año 2019, cuando todos sabíamos de la existencia de pisos pateras de embarazadas marroquíes y de que los paritorios del Hospital Comarcal estaban colapsados por usuarias de la vecina provincia de Nador.
Sin embargo, el descenso de los nacimientos detectado en Melilla no responde solo al cierre del grifo en la frontera porque ya el año pasado se había notado un recorte de la natalidad del 29% que ha ido a más este año hasta alcanzar el 33%.
No se puede desligar la bajada de la natalidad, que se está dando de forma generalizada en toda España, de la mala situación económica que obliga a los melillenses a posponer los planes de ampliar la familia.
En todas las crisis se resiente la natalidad y el contexto local no ayuda. Los jóvenes, en cuanto terminan el Bachillerato hacen lo posible por marcharse de Melilla y dejan atrás a los padres sufriendo el síndrome del nido vacío.
Hay que buscar alternativas de desarrollo local que a día de hoy no se vislumbran ni siquiera en la lluvia diaria de promesas que nos llegan desde nuestros representantes políticos.
Melilla necesita un revulsivo que todos prometen y que nadie consigue impulsar. No es un problema de izquierdas o derechas; de colores políticos o de ideología. Es un problema de falta de capacidad generalizada para cumplir con las buenas intenciones.
Está claro que la judicialización de la política, la bronca diaria, los enfrentamientos mediáticos y las zancadillas a plena luz del día no resuelven los problemas de la gente. Sino todo lo contrario: contribuyen al hartazgo colectivo.
Cada vez menos melillenses se esconden para criticar o quejarse. La gente empieza a dar la cara porque quien no tiene nada que perder solo puede quedarse como está o mejorar lo presente.
Durante años hemos tirado del carro de la natalidad en España, pero era un crecimiento ficticio, engordado por madres del país vecino. La realidad apunta a una ralentización del crecimiento poblacional. No solo hay menos nacimientos sino que, además, los jóvenes se marchan.
Los políticos tienen hoy más que nunca la responsabilidad de trabajar para que el talento regrese. Exportar jóvenes nunca ha solucionado los problemas de nadie. Mucho menos el de las familias.
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