El discurso del presidente de la Ciudad, Eduardo de Castro, en el día del aniversario 525 de la fundación de Melilla fue decepcionante. No sólo por su extensión (unos 16 minutos), sino también porque de una intervención en una fecha tan señalada se esperaba otro tono y otro contenido.
Los melillenses no merecemos que se utilice el discurso institucional por el Día de Melilla para exorcizar odios y exhibir rencores en un tono preelectoral que en este caso está completamente fuera de lugar.
El año pasado, De Castro convirtió el acto por el Día de Melilla en una vendetta que, so pretexto de la pandemia, terminó dividiendo al Gobierno y a la oposición en el homenaje a Pedro de Estopiñán.
Este año fue más allá y el presidente aprovechó la plataforma que tiene en su condición de jefe del Ejecutivo de Melilla para atizar al PP. Si tiene o no motivos no viene al caso. Aquí estamos hablando de la necesidad de promover espacios de unidad en fechas en las que todos los melillenses, independientemente de credos, culturas o afiliaciones políticas, celebran los 525 años de españolidad de esta tierra.
No hubo engalanamiento especial de la ciudad por sus 525 años. Tampoco hubo invitados especiales que hicieran los honores, más allá de los familiares de los dos melillenses que este año recibieron la merecida Medalla de Oro de la ciudad: Javier Imbroda (a título póstumo) y el artista Carlos Baeza.
Solo los fuegos artificiales nos hicieron caer en la cuenta de que estamos ante una celebración importante, especialmente en estos tiempos de acoso continuo por parte de Marruecos.
De Castro ha perdido la oportunidad de hacer un discurso de esos que se recuerdan. Ha tenido la fecha y la posibilidad, pero ha malgastado la ocasión con rencillas y pequeñeces que no cabían en una efeméride tan señalada.
Este tipo de comportamientos explica bastante bien el origen de la potente desafección y desconfianza que la política genera entre los ciudadanos. No era ni el momento ni el lugar del "yo" como protagonista. Este 17 de septiembre era el día de todos: el de nosotros, los melillenses.
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