Opinión

Melilla: La tragedia de Barrio Chino

No sabemos a ciencia cierta qué pasó el viernes en la valla, por la parte marroquí, para que estemos hablando de un número fluctuante de entre 18, 37 y 60 muertos. Depende de la fuente. Marruecos minimiza la tragedia y se apresura a enterrar a los fallecidos en las fosas habilitadas en el cementerio Sidi Salem, de Nador. Las ONGs sólo han podido confirmar una treintena de fallecidos mientras que los migrantes dan por desaparecidos a más de medio centenar. La mayoría de ellos, sudaneses. 

Fuentes marroquíes aseguran que las muertes se han producido por aplastamiento al caerse una valla. Pero lo normal sería hacer una investigación seria; practicar autopsias a los fallecidos y explicar por qué la Policía marroquí mantuvo a los detenidos hacinados en el suelo, como si fueran bestias, junto a la alambrada. Unos encima de otros, hasta las cinco de la tarde. En Melilla ya se comenta que probablemente esto le cueste el puesto al gobernador de Nador. La delegada del Gobierno, Sabrina Moh, engullida por la tierra desde que sucedió la tragedia, se va a quedar sin interlocutor del otro lado de la frontera.

Este lunes hemos tenido acceso al testimonio de uno de los supervivientes de la tragedia. Dice que el viernes estuvieron amontonados como cadáveres, desfallecidos, hasta que por la tarde los montaron en autobuses y tal y como establece la Ley de Extranjería marroquí los alejaron no hacia la frontera de Argelia sino hacia la región de Beni Melal.

Los sobrevivientes de la masacre de Barrio Chino fueron trasladados en autobuses hasta Jurigba, una ciudad ubicada a casi siete horas y media de viaje desde Nador. Hasta allí se llevaron a los que tuvieron la suerte de no estar graves para ir a parar a la UCI del Hospital Hassani, de Nador, o al Universitario de Oujda o a las fosas comunes del cementerio de Sidi Salem.

Marruecos debe contar con que en Argelia hay miles de inmigrantes preparados para entrar en Melilla. Algunas fuentes hablan de 30.000. Es una cifra inasumible con los recursos de tenemos. Cincuenta guardias civiles no dan para frenar esa avalancha.

Las imágenes que hemos visto de la masacre de Barrio Chino son durísimas. Terribles. Ni siquiera en dramas de ficción que recrean los tiempos de la esclavitud y las travesías de los barcos negreros se han visto escenas tan horribles por lo que son y por lo que representan: una manifestación insultante del racismo medieval que perdura en gran parte del mundo.

Estuve el viernes en las inmediaciones de la valla durante el salto masivo. Desde un montículo vi una multitud contra la valla. Desde lo lejos se escuchaban gritos de los migrantes empujando para entrar. Vi jóvenes entrar corriendo en Melilla, armados con piedras y palos. A otros los vi arrastrarse por Alfonso XIII en dirección al CETI heridos y sangrando. Parecía que venían de una guerra.

La mayoría de los chicos que protagonizaron el salto violento del viernes son jóvenes sudaneses. Todos esos muertos se podrían haber evitado si se hubiera abierto un corredor humanitario para los solicitantes de asilo, implicando no solamente a Europa, sino también a las monarquías ricas del Golfo Pérsico.

Todos coincidimos en que estamos ante una tragedia como nunca se ha vivido en la valla. Si esto llega a pasar con un Gobierno del PP en España, aquí ruedan cabezas, pero ha pasado con el PSOE, que agradece la colaboración de Marruecos en la tragedia y con la ultraizquierda, que se ha quedado muda ante la masacre. La ministra de Podemos Irene Montero, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, no fue capaz de explicar su postura. Probablemente tiene varias y no sabía por cuál decidirse y optó por la más fácil: mantener su nómina.

Ni falta que hace que articule palabras. PSOE y Podemos prometieron derogar los rechazos en frontera y al llegar al Gobierno unos no han podido y otros no han querido. En definitiva: promesa incumplida. Suma y sigue.

Y mientras tanto, los guardias civiles enfrentándose a una guerra de guerrillas en la valla: demonizados, insultados y vilipendiados. Todo el planeta pidiéndoles explicaciones. Alemania, Podemos, Amnistía Internacional, CEAR... todos quieren que se investigue lo ocurrido como si no supieran que lo que pasó responde a la falta de compromiso de Europa con derechos fundamentales como el derecho al asilo que a estas alturas, ya tiene un componente geográfico insultante. Su respeto depende de dónde lo pidas.

Es cierto que la violencia que estamos viendo en la valla no se había visto nunca. Los migrantes han pasado de poner escaleras en la alambrada en 2005, a entrar con una radial o una cizalla en 2022. Antes bastaba con pasear una patrulla de la Guardia Civil por la valla para que funcionara el efecto disuasorio. Pero ahora es entrar o morir. ¿Qué ha cambiado? Que hoy hay más hambre, menos trabajo y menos oportunidades en el África negra. Que hoy importan muchísimo menos las vidas de los negros; que hoy ha ganado terreno el discurso xenófobo y racista, y que hoy tenemos una red más potente de ONGs que viven de la industria de la inmigración.

Eso se ha convertido en un cóctel Molotov en el que los migrantes tienen todas las de perder. Las política migratorias han fracasado porque la inmigración no se para con muros más altos ni cuchillas más afiladas. Se para con inversión en cooperación al desarrollo; con misiones de paz de la ONU que pongan orden de una vez en el avispero del Sahel y en Sudán o en Yemen, donde ahora tenemos una tregua intermitente.

A diario vemos noticias de la guerra de Ucrania en los telediarios, pero no se habla de la ingobernabilidad en Sudán, del avance del yihadismo en el Sahel; de los continuos golpes de Estado en África. ¿Qué son 500 migrantes intentando saltar la valla frente a todo un continente superpoblado que quiere escapar de todo eso?  Si aquí estamos mal, imagínense en Chad, en la República Centroafricana o en Mali.

Europa tiene que tomarse a África en serio. No es una tarea que se pueda aplazar mucho más tiempo. Si el hambre, las guerras y la sequía aprietan, nuestro problema nos va a estallar en la valla.

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