Opinión

Melilla, la ciudad renqueante

Casi un 26% de los melillenses mayores de 16 años tiene un título universitario, según el Censo de Población y Vivienda de 2021 que publicó este miércoles el Instituto Nacional de Estadística.

Si nos fiamos de los números, tenemos mejores cifras que Ceuta, Murcia, Toledo, Alicante o Almería. Hablamos de que un cuarto de la población melillense mayor de 16 años es universitaria, pero a pie de calle no se nota.

Tampoco se nota en la Asamblea. Nuestros representantes no nos deleitan con debates de altura. Todo lo contrario. Con la de problemas sin resolver que tenemos en Melilla y dedicamos las sesiones plenarias a destapar los supuestos deslices etílicos de los diputados y las escasas destrezas al volante que tienen nuestros diputados.

Pero el rifirrafe se queda ahí. Nadie tiene la vergüenza torera de dimitir ni nadie tiene la vergüenza torera de reclamar una y otra vez que quien no está a la altura de la responsabilidad que recae sobre sus hombros, dimita ya por el bien de su partido, de la institución a la que representa y haciendo honores a la ejemplaridad que se le presupone.

En los plenos de Melilla triunfan las versiones autocomplacientes de la gestión personal. Nuestros diputados hablan de una ciudad idílica, europea y mediterránea, bañada en millones de euros y de proyectos fantasma, muy aplaudidos por cierto, que casi siempre se quedan en agua de borrajas.

La oposición no está en forma. No hace su trabajo y, además, pretende utilizar a la prensa para que destape las miserias ajenas que ellos conocen pero no se atreven a denunciar por aquello de que solo quien está libre de pecado puede darse el lujo de lanzar la primera piedra.

Estamos rodeados de mediocridad y a eso hay que sumar que vivimos en una sociedad enferma que no es capaz de caminar hacia adelante sin destrozar lo que encuentra a su paso.

Mirad a vuestro alrededor: Melilla está apagada. No se animó ni el Black Friday ni el Cyber Monday. Tuvimos una maratón el domingo que acabó a las tres de la tarde y a las cinco todavía estaba cortado todo el centro de la ciudad porque no había nadie que retirara las vallas para devolver la normalidad a la circulación por el centro.

Muchos de nuestros políticos no se enteraron porque pasan el fin de semana fuera de Melilla y los que se enteraron reclamaron por el perjuicio que esto provoca en los comercios del centro. Casualmente son los mismos que en 2018 iniciaron el hundimiento de nuestra tiendas cuando inventaron lo de la reorganización de la frontera y controlaban hasta la extremaunción la salida de mercancías hacia Marruecos en régimen de viajeros.

Melilla está instalada en la desidia y el ataque permanentes. La semana pasada, en un partido de fútbol infantil, escuché cómo una madre increpaba al portero del equipo de su hijo porque "por su culpa" iban a perder.

No hay que ir a la universidad para adivinar el grado de escolaridad que puede tener un adulto que se encara a un niño de 7 años porque no puede parar un par de goles. Supongo que pensará que de los campos de fútbol de Melilla salen Ronaldos millonarios casi a diario. No entiende que para los niños es y debe ser un juego en el que lo más importante no es ganar o perder sino pasárselo bien, trabajar por el equipo y asumir las victorias y reveses con deportividad.

Pero me temo que en esta ciudad hay padres y madres que pierden los papeles y no les importa en el marco de qué escenario montan su espectáculo. He visto a un padre en el pabellón Lázaro Fernández amenazar a su hijo con no llevarlo más al fútbol si no sacaba la pelota con más fuerza desde la portería.

A grito 'pelao' aterrorizaba al niño de unos 6 o 7 años. Me pregunto qué hace en Melilla un experto en fútbol sala de tamaña magnitud y cómo es posible que no esté asesorando a la Selección. Es lo que tiene la incultura, no tiene vergüenza.

Por eso digo que vivimos en una sociedad enferma. He escuchado a madres burlarse de niños en el campo de fútbol: "Mira, ése, parece un pato mareao" o reprochando a su esposo el "planazo" que le tenía preparado para un sábado por la mañana: ver a su hijo jugando al fútbol.

Esa es la Melilla que nos rodea. Esa es la Melilla que no avanza pese a que un cuarto de la población de esta ciudad es universitaria. De qué sirven los estudios si somos una sociedad renqueante, en la que quienes vienen a regenerar la política terminan pervirtiéndola.

Por eso, a día de hoy, tenemos dos Planes Estratégicos sobre la mesa y ninguno de los dos tiene presupuesto para echar a andar. Nadie reclama porque los unos han hecho lo mismo que los otros. Donde las dan, las toman.

A cinco meses para las elecciones, hay un enfado generalizado en los barrios porque nos prometieron mucho y nos han dado o muy poco o nada pese a que en este 2022 hemos tenido el mayor presupuesto de la historia de Melilla. Está claro que el dinero no lo es todo. Necesitamos buenos gestores. Gente que trabaje para que los papeles no se acumulen encima de la mesa; para que a pie de calle se note el cambio.

Melilla hoy tiene el ánimo por los suelos. Vivimos la sensación de que todo lo que hay forma parte de un parche temporal y la provisionalidad debilita a los políticos. Mirad a vuestro alrededor. Para el Black Friday se encendieron las luces de Navidad de las grandes capitales de España. Melilla se quedó como los pequeños pueblos de provincia esperando a la espantada del puente de la Constitución para encender una parte de la ciudad. No vemos la Navidad como una oportunidad para impulsar una economía débil. Lo vemos como un gasto y no como una inversión.

Las luces de Navidad nos traen alegría, esperanzas y el mensaje de que este año tan cuesta arriba se acaba ya. ¿Son caras las luminarias? En 2022 pagaremos un consumo de entre 6.000 y 7.000 euros, frente a los 3.000 que costó en 2018 del 1 de diciembre al 6 de enero. La energía está más cara y también tenemos el túnel de O'Donnell cuya instalación ha hecho mucha ilusión a los melillenses. De eso se habla cuando hablamos de Navidad: de ilusionar; de soñar, de celebrar y compartir.

Hay otras partidas de las que recortar, por ejemplo, de los 10.000 euros destinados a dietas en los presupuestos de la televisión pública. Es la misma cantidad que dedican a formación. Como si fuera lo mismo. De ahí se puede sacar para luces de Navidad. ¿A que no es tan difícil?

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