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Melilla: impresiones y crónica de un viaje

Hace un par de meses, en una reunión de amigos, propuse una idea que rondaba por mi cabeza desde hacía mucho tiempo: hacer un viaje por carretera desde Ceuta hasta Melilla. La verdad es que no pensaba que dicha idea fuera tan bien acogida como lo fue por mis amigos, pero resultó que a éstos les gustó mucho y rápidamente comenzamos a hacer la planificación del viaje. ¿Por qué mi idea de ir a Melilla?. Porque creo que, siendo de Ceuta, es casi una obligación conocer la otra ciudad española en el norte de África, con la que compartimos problemas y deseos y a la que, probablemente, estamos unidos en cuanto a lo que nos deparará el futuro.
Sin embargo, creo que son una minoría los ceutíes que han visitado Melilla, del mismo modo que también son minoría los melillenses que han visitado Ceuta, quizás aún más éstos. Un desconocimiento mutuo que no entiendo.
Pues bien, una vez que decidimos hacer el viaje, la primera cuestión fue qué medio de transporte utilizar y puesto que implícitamente también estaba el deseo de hacerlo por carretera, mi amigo Pedro propuso que lo hiciéramos en su furgoneta, una Volkswagen Multivan de siete plazas que ahora, después de haber hecho el viaje, puedo decir que ha sido el mejor corcel que jamás hubiéramos podido encontrar. Un solo pero: no le funcionaba el aire acondicionado (de lo cual Pedro se extrañó) pero que, bien mirado, creo que ha sido más un elemento positivo que negativo.
¿Cómo puedo decir que viajar a mediados de junio por el norte de África, no llevando aire acondicionado en la furgoneta, es un elemento positivo? Pues para explicarlo debo comenzar diciendo que viajar por Marruecos representa dos cosas: una aventura y una prueba de paciencia.
Una aventura, en mayor o menor medida, porque siempre surgen cosas que en el noventa por ciento de los casos se resuelven satisfactoriamente. El viaje casi nunca es monótono ni aburrido. Y también una prueba de paciencia porque esas cosas imprevistas que casi siempre suceden implican armarse de paciencia para no tomarlas como algo adverso, tratar de sacar conclusiones positivas y salir reforzados anímica y espiritualmente.
Sin que nadie dijese nada al respecto, creo que todos teníamos asumido el compromiso de que en el viaje íbamos a disfrutar y, pasase lo que pasase, no estábamos dispuestos a que el mal humor o el enfado enturbiase el cálido ambiente que se respiraba en la furgoneta de Pedro.
La primera decisión era qué carretera tomar. Después de recabar información de algunas personas que conocían las diferentes opciones y teniendo en cuenta que, por motivos de trabajo, la salida hacia Melilla sería sobre las tres de la tarde, decidimos tomar la ruta hacia Fez, dormir allí y salir a la mañana siguiente hacia Melilla. Fueron bastantes más kilómetros que si hubiéramos tomado la carretera que pasa por el Rif pero, después de conocer a la vuelta dicha carretera, creo que fue una decisión acertada.
Así pues, nos pusimos en marcha el viernes sobre la tres de la tarde y tras varias horas de viaje, un par de paradas para descansar y muchas canciones y diferentes temas de conversación, llegamos a Fez ya de noche.
Fez nos recibió bulliciosa, como la mayoría de poblaciones de Marruecos, y con varios ofrecimientos de coches y motos que se ponían a nuestra altura para llevarnos a un hotel o hacer de guías por la ciudad. Uno de ellos fue especialmente insistente acompañándonos y siguiéndonos durante un buen rato. Sus intenciones no nos parecieron muy claras y, finalmente, Pedro supo esquivarlos con pericia.
Encontramos un hotel que estaba bastante bien y tras la cena y un corto paseo por la ciudad, nos fuimos a descansar. Tengo que decir aquí que las comidas (y cuando digo las comidas me refiero en general al desayuno, almuerzo, merienda y cena) en Marruecos son sorprendentemente baratas si las comparamos con España. Para que se hagan una idea, hacíamos un almuerzo o cena abundante y de buena calidad para seis personas por veintitantos euros. También hay sitios muy lujosos cuyos precios, sobre todo en lugares turísticos, se pueden equiparar a los de España, pero no es preciso recurrir a ellos.
A la mañana del siguiente, sábado, salimos para Melilla. De nuevo las horas de viaje que compartimos en la furgoneta nos dieron la oportunidad de charlar, contar chistes, cantar e incluso reflexionar sobre temas serios y, en definitiva, conocernos mejor y sacar hacia fuera una parte de nuestro mundo interior. Algunos revelamos parte de nuestras pequeñas miserias y nos sentimos reconfortados y apoyados los unos por los otros. Experimentamos esa benéfica y terapéutica sensación que aparece cuando vemos que los demás nos comprenden y no nos juzgan con severidad por aquello que pensamos que hemos hecho mal. Así pues, entre risas, canciones, conversaciones y reflexiones, llegamos a Nador sobre las siete de la tarde.
Nador nos sorprendió gratamente. La ciudad estaba repleta de banderas de Marruecos y al día siguiente comprendimos el por qué de esa exaltación patriótica. Nos sorprendió su luz, el intenso azul de su mar y el bullicio de sus gentes en el paseo marítimo y en las calles del centro. Allí merendamos, paseamos, hicimos bastantes fotos y, finalmente, la abandonamos para hacer nuestra “entrada triunfal” en Melilla.
Melilla nos recibió a través de su frontera de Beni Ansar, la cual es más pequeña que la de Ceuta y, en cierto sentido da una sensación de claustrofobia por los embotellamientos que se producen con frecuencia. La Policía marroquí de esa frontera me pareció mucho más meticulosa que la de Ceuta en sus tareas de revisión de pasaportes y demás documentación. Allí se nos presentó el primer problema de cierta envergadura. Uno de los expedicionarios tenía una pequeña anomalía en su pasaporte y la primera reacción del funcionario marroquí fue no dejarlo pasar y enviarlo a hablar con el jefe de la frontera. Aquí Pedro hizo un auténtico alarde de cómo se debe actuar en situaciones como ésta, demostrando unas maneras tan educadas y amistosas que desarmaron totalmente al funcionario, el cual no tuvo otra alternativa que buscar una solución y facilitarnos nuestra entrada en Melilla.
Debo decir aquí que en Marruecos hay muchos controles de Policía en las carreteras y, ante ellos, debe adoptarse siempre una actitud de educación y respeto, no mostrando nunca signos de nerviosismo ni impaciencia. Pedro, como conductor de la furgoneta, tuvo que parar en muchos de estos controles y su correcta y paciente actitud facilitó las cosas y no tuvimos ningún tipo de problema.
Por el retraso que nos produjo el problema del pasaporte, entramos en Melilla ya de noche. Nos dirigimos hasta la Residencia de Estudiantes, donde teníamos concertado el alojamiento, descansamos un rato y salimos a cenar y pasear por la ciudad.
La primera impresión fue buena, pero no fue hasta el día siguiente (domingo) cuando nos dedicamos a recorrerla para valorar lo que es realmente la ciudad de Melilla. Comenzamos caminando por el Paseo Marítimo, donde se encuentran las playas de los Carabos y San Lorenzo, seguimos hasta los puertos deportivo y comercial, llegamos hasta la Plaza de España donde pudimos contemplar el edificio que es sede del Gobierno Autónomo y, desde allí, nos dirigimos a las amplias avenidas de la Democracia, General Marina, Juan Carlos I y Ejército Español, donde hay abundancia de edificios de estilo modernista, pues no olvidemos que después de Barcelona, Melilla es la ciudad española con más edificios de este estilo. Terminamos nuestro recorrido visitando el Parque Hernández y la llamada Melilla la Vieja, recinto fortificado también conocido como “El Pueblo” y “La Ciudadela”, muy parecido a las Murallas Reales de Ceuta.
Mientras comíamos, comentamos la grata impresión que Melilla nos había causado como ciudad e, inevitablemente, surgieron las comparaciones con Ceuta. Debo decir que prácticamente todos coincidimos en el que el centro urbano de Melilla es más grande y valioso que el de Ceuta, pero también observamos que está menos cuidada y más sucia que nuestra ciudad. Particularmente tuve una sensación de aislamiento, de encontrarme en lugar distante y mal comunicado con el resto de España y que, salvo por la presencia de la cercana Nador, tampoco tiene otros núcleos urbanos marroquíes próximos, lo cual también la diferencia negativamente de Ceuta.
La tarde del domingo la dedicamos a ir a la playa, mejores que las de Ceuta sin duda. Estuvimos en la de los Carabos y, puesto que éramos una expedición inquieta con ganas de cambio constante y prácticamente habíamos visto ya todo lo que de interesante tiene Melilla, pensamos irnos a Nador (que también nos había gustado mucho el día anterior) buscar un hotel y pasar allí nuestra última noche de viaje. Así lo hicimos.
Cruzamos la frontera pensando que nos despedíamos definitivamente de Melilla y llegamos a Nador que de nuevo nos recibió repleta de banderas y con el bullicio y animación típicos de las ciudades marroquíes. Empezamos a buscar hotel y nos extrañó que fracasáramos en los tres primeros intentos ya que todos estaban completos. Hasta que alguien nos dijo que era porque al día siguiente el rey Mohamed VI venía de visita.
Según parece cuando el Rey hace estas visitas, multitud de gente de las comarcas próximas se dirige hacia la ciudad que visita con una carta pidiéndole algo: un trabajo, una casa, el pago de un tratamiento médico...  Si tienen la suerte de que, a través de sus asesores, la carta llegue hasta el Rey, puede que éste les conceda lo que piden. De modo que se produce una especie de peregrinación de gente hasta donde está el Rey, muchos de ellos portando esa ‘carta a los Reyes Magos’. Pasamos más de dos horas tratando de encontrar un hotel y cuando nos convencimos de que era imposible, decidimos cenar y volver de nuevo a Melilla para dormir.
Al día siguiente, lunes, último de nuestro viaje, salimos de la Residencia de Estudiantes a las nueve y media de la mañana y en cinco minutos ya estábamos otra vez en la frontera de Beni Ansar, la cual nos recibió esta vez con una nueva prueba de paciencia: Una enorme cola de coches que nos hizo estar allí esperando durante una hora y media. De nuevo, todos comprendimos que había que tomarlo con la misma tranquilidad con que hay que tomar todas las cosas que suceden en Marruecos. Aprovechamos para pasear por esa pintoresca frontera, en la cual hay numerosos bloques de viviendas, tiendas, supermercados y hasta una carnicería con carne muy barata. Todo eso en la misma frontera. Superada esa nueva prueba de paciencia, emprendimos definitivamente el viaje de regreso hacia Ceuta, esta vez por la carretera que atraviesa el Rif, de la que tan mal nos habían hablado.
Hasta Alhucemas la carretera está bastante bien, pero a partir de ahí comienza el terreno escarpado y la carretera empeora enormemente. Hay muchos tramos estrechos, con el firme en mal estado y peligrosos precipicios. Pero la paciencia y prudencia de Pedro al volante hizo que mientras la Volkswagen escalaba fatigosamente las duras rampas de las montañas del Rif o se deslizaba serpenteando sus maravillosos valles y laderas con espesos bosques de cedros, de nuevo aparecieran interesantes conversaciones y reflexiones en torno a su mesa, disfrutando otra vez de las ocurrencias e ideas siempre originales, ingeniosas y espontáneas de Pedro, de las contradicciones de su personalidad y de su enorme humanidad; de la alegría, simpatía y optimismo de Manolo y Fatiha, que me insuflaban ánimos renovados para seguir adelante; del saber estar, la educación y la erudición de Juan y de la naturalidad de Pedro Pablo con su torrente expresivo de emociones y sentimientos.
Pedro comentó que percibía la presencia del espíritu de Abdelkrim (el famoso rebelde rifeño de comienzos del siglo XX que tantos quebraderos de cabeza produjo al Gobierno español) todavía rondando por aquellos que fueron sus dominios. Pero realmente, sí que disfrutamos de paisajes y vistas inigualables y también experimentamos algo de lo que nos habían advertido en Ceuta: la presencia de vendedores de hachís a gran escala. Un par de veces que paramos para descansar y hacer fotos, se nos acercaron algunos de estos individuos que después de detener su coche junto a nosotros, nos tanteaban primero y al final acababan por ofrecernos su diabólica mercancía.
Haciendo gala de su diplomacia y exquisitos modales, así como del dominio de la lengua árabe, Pedro supo hablar con ellos pausada y amigablemente hasta que desistieron de su intento y se marcharon.
En la bajada definitiva en busca de Xauen  y Tetuán, debo dejar constancia de nuestro paso por Bab Berret, el pueblo más caótico y desastroso que he visto en mi vida. Con una carretera sin asfaltar que pasa por el mismo centro del pueblo, en el cual hay un zoco donde se puede encontrar de todo, pero de cuarta o quinta mano.
Una muestra genuina del Marruecos profundo que por momentos me trasladaba al lejano oeste americano, pero con una circulación absolutamente caótica que también me traía a la mente algunas imágenes que he visto de ciudades de la India.
Ya en las proximidades de Xauen, el cansancio por las muchas horas al volante hizo mella en Pedro, el cual cedió el mando de la furgoneta a Manolo para que nos trajera hasta Ceuta.
En resumen, para mí ha sido un viaje inolvidable, cansado, donde ocurrieron otras muchas cosas que no he podido contar por la limitación de espacio. Un viaje del cual he disfrutado no sólo por el viaje en sí, sino también por poder compartir la gran calidad humana de los que han sido mis compañeros.
Un viaje que recomiendo pero teniendo siempre en cuenta dos cosas que ha he dicho: Viajar por Marruecos es siempre, en mayor o menor medida, una aventura porque siempre suceden cosas. Y Marruecos es también casi una continua prueba de paciencia que examina nuestra fortaleza de ánimo y que, al mismo tiempo, nos hace ser más humanos si la superamos satisfactoriamente.
Recomiendo a los ceutíes que hagan este viaje cuando puedan porque, sin duda alguna, Melilla también merece ser visitada.

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