El centro asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) en Melilla comenzará, el martes, día 8 de noviembre, unas jornadas sobre ‘La Operación Torch: principio del fin del nazismo’. Las jornadas, que durarán hasta el viernes, coincidiendo con el 80 aniversario de aquel episodio, que consistió en un desembarco que se produjo el día 9 de noviembre de 1942.
El ciclo empezará con una conferencia a cargo del profesor de Ciencias Políticas de la UNED en Ceuta Enrique Ávila, quien dará una conferencia titulada ‘1942. El vuelco geopolítico y geoestratégico’ en la que contará que la II Guerra Mundial, en realidad, empezó a gestarse al término de la I, cuando se firmaron los Tratados de Versalles, que impusieron unas condiciones tan duras a Alemania que favoreció la subida del nazismo al poder. Tal como aseguran los expertos y confirma Ávila, “las dos guerras están íntimamente entrelazadas”.
De hecho, la II Guerra Mundial comenzó, en 1939, siendo parecida a la I, una guerra básicamente europea, aunque también en otros territorios en el extremo oriente y el norte de África donde las potencias del continente poseían colonias.
El gran cambio se produjo con la entrada de los Estados Unidos en la guerra tras el ataque del Japón a Peark Harbour, el 7 de diciembre de 1941. Ello desencadenó que los estadounidenses, que tan sólo eran una potencia naval por aquellos tiempos, reaccionaran y se hicieran con una maquinaria de guerra que fue muy importante para el triunfo de los aliados”.
“1942 es muy similar a 1917 en la I Guerra Mundial, porque es el año que cambia por completo, da un vuelco la situación y se va a producir la derrota alemana en el norte de África, se va a producir a finales de 1942 la derrota de Stalingrado y ya, a partir de ahí, se terminaron todas las victorias del eje y lo que va a comenzar son las derrotas”, afirma Ávila.
Tal como explica el director de la UNED en Melilla, Ángel Castro, “el norte de África fue muy importante” en dicha contienda, “tanto que cambió el signo de la guerra”. La URSS estaba soportando el frente alemán y se hacía necesario abrir otro para que las potencias del Eje se vieran obligados a dividir fuerzas, porque Europa estaba muy controlada por aquellos momentos.
Por este motivo, cuenta Castro, los aliados decidieron invadir el norte de África, algo que les sirvió de “ensayo” para futuros desembarcos, como el famoso que se produjo en Normandía, que comenzó el 6 de junio de 1944 y conocido en clave como ‘Operación Overlord’.
A finales de octubre o principios de noviembre de 1942, unas 600 naves cargadas de munición y hombres salieron desde puertos estadounidenses y británicos y se esparcieron entre la costa atlántica africana (Casablanca, afueras de Larache o Rabat) y el norte de Argelia (Orán o Tánger).
Durante las fechas previas al desembarco, en medio de un cúmulo de espionaje, España era no beligerante –aunque apoyaba a las potencias del Eje debido a las simpatías de Franco y a la ayuda que había que recibido éste durante la guerra civil-, según Castro, empezó a darse cuenta de que había que posicionarse de manera distinta ante la posibilidad de que los aliados ganaran la guerra, lo cual se produjo finalmente gracias, en gran parte, a la entrada de los Estados Unidos en el conflicto.
El general Mark Clark desembarcó en Orán para preparar el desembarco clandestinamente. Allí hubo una entrevista entre las autoridades del protectorado francés y los aliados. Por aquellos entonces, Franco invadió Tánger, que, aunque formaba parte del Protectorado español, con el conflicto se había convertido en una ciudad internacional, y se nombró autoridad allí.
Los alemanes también tenían presencia en el norte de África, por parte del general Rommel, aunque el la parte de Túnez y Egipto. En esta zona no les hacía falta, pues contaban como aliados con Franco y el mariscal Philippe Pétain, quien controlaba la Francia de Vichy, también aliada de Hitler y que controlaba la parte argelina.
Entonces los estadounidenses enviaron a esta zona a los generales Mark Clarck y George Patton, entre otros, para asentarse en el lugar, que Alemania no tuviera nada que defender y que decidiera trasladarse a Europa de nuevo.
Pese a que el desembarco no se produjo en el Protectorado español, sino en el francés, en Melilla hubo muchas conversaciones y encuentros. De hecho, poco después de la Operación Torch, en 1943, Clark, Patton y otros mandos del ejército aliado visitaron la ciudad y España los recibió “bien”, a tenor de las palabras de Castro. De hecho, el cartel del curso muestra la imagen de un paseo que se están dando por las afueras de la ciudad el general Clarck y el general Luis Orgaz, alto comisario del Protectorado español.
Tal como afirma el investigador en Historia contemporánea Santiago Domínguez, “Melilla fue, quizá, el sitio de España que estuvo más cerca de lo que ocurrió ese día”, ya que, pese a que hubo convoys por el estrecho de Gibraltar y que hubo otro desembarco en Casablanca, la Operación Torch se produjo a 60 kilómetros en línea recta desde la ciudad, y más cerca aún de las islas Chafarinas.
Hubo aquellos días un desembarco aéreo de paracaidistas que salieron de Inglaterra sobrevolando la península, y el punto de reunión que habían fijado los aviones para reunirse si se dispersaban, tal como ocurrió, era precisamente la zona del cabo Tres Forcas. A las seis de la mañana del 9 de noviembre de 1942, “los melillenses se despertaron sobresaltados cuando empezó la ciudad a ser sobrevolada por un montón de aviones (36 concretamente)”, cuenta Domínguez. Todos pasaron por Melilla, aquí se reunieron y de aquí salieron hacia Orán para soltar a los paracaidistas y ocupar unos aeródromos, que era su misión.
Todo esto sucedió porque, unos meses antes, había venido a Melilla un coronel del ejército estadounidense, William Bentley, que fue precisamente el que mandó este asalto paracaidista. A esta autoridad le pareció que el cabo Tres Forcas era un sitio prominente y que destacaba en el paisaje para ponerlo como lugar de reunión de todos esos aviones.
A partir del desembarco, Melilla vivió muy cerca de las tropas aliadas que se quedaron en la zona. Todo lo que era el Protectorado español estuvo rodeado de fuerzas estadounidenses principalmente y hubo una serie de contactos con los oficiales de ese país. Los soldados estadounidenses muchas veces pasaban la frontera y se venían a Melilla, donde había más opciones de más entretenimiento –por ejemplo, los cines- que donde estaban destacados en sus campamentos y cuarteles. Hubo muchas historias y muchas anécdotas de esos días de convivencia entre los melillenses con los soldados estadounidenses.
Efectivamente, relata, influyó mucho en la ciudad la presencia de esos soldados estadounidenses. Domínguez cree que “indudablemente fue beneficiosa para la ciudad”, porque, entre otras cosas, traían dólares y francos franceses en unos momentos en que las divisas eran necesarias y después, aparte, trajeron otras cosas que no se veían en España. Por ejemplo, los chicles, el chocolate, caramelos, la penicilina… De hecho, el primer jeep que circuló por las calles españolas fue el del Consulado estadounidense en Melilla, porque se instaló un consulado estadounidense en la ciudad, y causó “sensación”, apunta el historiador.
Domínguez está de acuerdo con Castro en su visión del cambio de postura de Franco, y lo explica así: “Efectivamente, los vientos empiezan a soplar favorables al bando aliado, pero, claro, tampoco había que olvidarse de la ayuda que habíamos recibido de Alemania e Italia. Entonces, en un momento determinado, se vuelve a cambiar de ser no beligerantes a ser neutrales otra vez, a retirar las tropas que había en Rusia y a mantenerse neutral dentro de lo que cabía. Y en Melilla pasó lo mismo. En Melilla se siguió esa política. Al principio, aquí era todo el mundo pro alemán y pro italiano, pero, a raíz de tener cerca de los estadounidenses…”.
En resumen, ¿cuál fue el papel de Melilla entonces? El historiador reitera: “Fuimos unos espectadores privilegiados de ver la II Guerra Mundial muy de cerca. También en las aguas de los alrededores de Melilla se produjeron batallas navales que se veían desde la ciudad y Melilla fue un punto privilegiado para ver esa operación y todo lo que hubo alrededor. Porque Melilla fue un centro de casi primer orden de espionaje. Por aquí pasaron espías aliados de mucho nivel. Fuimos espectadores privilegiados de los acontecimientos”.
De todo esto es de lo que se va a hablar en el curso y Castro espera que queden las cosas “muy claras”. Desde la primera conferencia de Enrique Ávila, que va a situar “perfectamente” el estado de la cuestión y cómo estaba en el otoño de 1942 el mundo, Europa y el norte de África, hasta los pormenores de cada una de las intervenciones. Incluso, añade, habrá conferencia sobre sus derivados en el cine sobre la II Guerra Mundial y “cosas curiosas, como el contrabando de kif durante esos tiempos que hicieron rica a mucha gente”.
“Espero que cause en la gente la suficiente curiosidad e interés, porque es uno de los cursos que más proyección debe tener y que más importante para la historia es. Es verdad que ahora se vive de espaldas a la historia y que no hacemos caso de esa frase que dice que el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Es muy importante saber dónde estamos y qué papel desempeña la región donde está enclavada Melilla, que fue visitada y asistida por gente muy importante para la historia contemporánea”, concluye el director de la UNED melillense.
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