Sociedad melillense

"Melilla era un sitio ideal para conocer un país próximo"

Javier Pro Bueno, más conocido como Javier de Pro, nació en Tetuán en 1957, un año después de que acabara en Protectorado español en Marruecos. Su padre, Antonio de Pro, nacido en Cádiz, era funcionario de Hacienda. Su madre, María Bueno, de Melilla, terminó la carrera de Derecho con 52 años y estuvo ejerciendo de abogada en la ciudad autónoma hasta los 80.

En los años 50 del siglo pasado, destinado en Tetuán su padre, nacieron cuatro de los seis hijos del matrimonio, entre ellos Javier. En 1960, cuando él tenía cuatro años, se trasladaron a Melilla. Hasta 1969 estuvieron viviendo en la calle García Cabrelles y después se mudaron cerca de la plaza de toros.

Allí Javier, quien asegura que hacía básicamente lo que los demás niños y que su vida no destacaba entonces “por ninguna cosa excepcional”, permaneció hasta 1974, cuando se marchó a Granada a estudiar Medicina. Volvió a Melilla para ejercer su profesión hasta que, en 1986, salió una oposición a inspector médico de la Seguridad Social. Entonces se marchó a Cáceres, donde permaneció algo más de dos años, y luego estuvo otros dos años en Toledo. En 1991 regresó a Melilla en el puesto de director del Hospital Comarcal, cargo que ejerció hasta 1995. También es muy conocido porque en entre 1999 y 2003 fue diputado por el PSOE en la Asamblea.

Permaneció en la ciudad autónoma hasta 2004, cuando se fue a Málaga, donde reside a día de hoy. Durante este último tiempo en Melilla también estuvo dando clases en la Escuela de Enfermería.

Su padre sigue viviendo en Melilla y él aún con frecuencia viene a la ciudad, que nota muy cambiada “no sólo en el aspecto físico, sino en la forma de vida”. “En los años 80 se vivía de una manera absolutamente diferente. No había valla y uno entraba y salía de Marruecos con facilidad. Podías llegar a la Bocana en cinco o diez minutos”, recuerda Javier. Podía ir con frecuencia a la playa, con su familia o con los amigos, dice, y añade que también solía salir en bicicleta y subía sin pasar ningún control al monte Gurugú.

Durante esa década, aunque también iba mucho por la península, las salidas a Marruecos eran continuas. De hecho, uno de sus recuerdos más nítidos es la preparación de los viajes con sus amigos, con quienes prácticamente recorrieron el país entero. “Melilla era un sitio ideal para conocer un país próximo”, afirma. Le gustaban especialmente Tafilálet y la zona del Atlas. También la zona paisajística –y en este punto hay que anotar que una de sus pasiones siempre fue la fotografía-, Fez y, sobre todo, Tetuán, ciudad de la que, aunque no conserva recuerdos de la infancia, siempre le ha gustado volver.

En su opinión, la ciudad está ahora “mucho más cerrada” como consecuencia de la situación de la frontera y “se vive peor desde un punto de vista lúdico”. Y ello, anota, sin contar con lo que puedan pensar los comerciantes, quienes, desde un punto de vista económico, “viven infinitamente peor”. Piensa Javier que los cambios que ha sufrido la ciudad, pues, tienen más que ver con la forma de vida que con la estética.

Cuando él, aún hoy día, piensa en Melilla, recuerda su infancia en la calle García Cabrelles. Había en su edificio una azotea muy grande donde se juntaba con sus amigos. La Plaza de España o el Parque Hernández eran otros dos de sus lugares favoritos.

En cualquier caso, Javier prefiere no pronunciarse sobre si prefiere la Melilla antigua o la actual, porque cada época tiene sus cosas positivas y sus cosas negativas. Además, opina que tampoco son comparables los momentos, porque tampoco tiene él ya la inocencia de un niño. Para terminar, la situación política es muy diferente, ya que ahora existe más libertad que durante el franquismo. “No creo que sea cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor ni que todo cambia para mejor. Cada época tiene lo suyo”, concluye.

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