Sabíamos que tarde o temprano los medios nacionales se iban a hacer eco del escándalo que rodea a todo el proceso electoral en Melilla, donde el número de solicitudes de voto por correo se ha disparado hasta 8.000 aunque solo un centenar, de momento, ha ejercido su derecho a votar a distancia.
Desde Madrid seguramente no saben que llevamos años, proceso electoral tras proceso electoral, sufriendo bajo la sospecha del fraude del voto por correo hasta el punto de que en esta ciudad la gente lo ha normalizado.
Hemos importado prácticas nocivas para la democracia española que, a nadie le quepan dudas, es una democracia consolidada, pero carece de instrumentos para frenar a quienes la atacan con el ánimo de adulterar la voluntad colectiva, aprovechándose (en nuestro caso) de la pobreza estructural que padece Melilla.
Desgraciadamente para la democracia, cuando la gente no tiene un plato que servirle a la mesa a sus hijos hace lo que tenga que hacer para conseguirlo. Es ley de vida. Y de eso hablamos cuando hablamos de la compra del voto por correo. De pobreza y de corruptos dispuestos a aprovecharse de ella.
Puede, incluso, que éste sea uno de los motivos por el que la lucha contra la pobreza se ha estancado durante años. Hay gente que hace caja con quienes tienen la capacidad de inclinar la balanza en unas elecciones. Los grandes cambios sociales sólo son posibles con el voto masivo de quienes no tienen nada que perder. Si fueran conscientes del poder de su papeleta, no la cederían a los que, cuando gobiernan, no se acuerdan de ellos.
No es posible que no tengamos en esta ciudad un mecanismo que nos ayude a frenar la corrupción y el fraude electoral. No es posible que sospechemos que esto se está haciendo en Melilla y que carezcamos de herramientas para poner pie en pared y dejar fuera de juego a los corruptos.
Entre la valla y la compra de votos, la imagen de Melilla es la de una ciudad sin ley en la que todo vale. Y no nos merecemos esto. Si todos ponemos de nuestra parte, terminaremos acorralando a los corruptos.
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