Profesor de Relaciones Internacionales y director de dicha área, el decano de la Universidad Católica San Antonio de Murcia, Pablo Blesa (Alhama, 1973), cuenta sus visión sobre la situación en que queda Melilla tras el acuerdo entre España y Marruecos sobre el Sáhara.
–¿Qué opina del acuerdo firmado entre Pedro Sánchez y Mohamed VI para la autonomía el Sáhara Occidental dentro de Marruecos?
–Está por ver la naturaleza benévola de este acuerdo, en el sentido de si verdaderamente va a crear un marco estable para unas relaciones fundamentales. Ciertamente, las más relevantes que tiene España en el norte de África son con ese país, socio privilegiado de la UE y de España, hasta el punto de que, por una parte, medio Marruecos habla español y, por la otra, España es el mayor inversor en Marruecos. Y también es un país que poco a poco en algunos aspectos compite con España. Tiene unos puertos hoy en día que claramente compiten incluso con Barcelona o con Valencia, con los puertos más importantes de España.
Pero, si se hubiese creado un marco estable a largo plazo para solidificar esas relaciones especiales con un vecino especial que reclama territorios españoles, tal vez, en una balanza, puede que tuviera valor este acuerdo. Si es simplemente una concesión hecha de manera bastante gratuita o, aún peor, bajo presiones, bajo la presión de la amenaza migratoria, obviamente Pedro Sánchez habrá demostrado muy poco juicio. El acuerdo entonces no traerá ninguna estabilidad a la relación de España con Marruecos, ni tampoco a la relación de España con los vecinos de Marruecos, y principalmente Argelia, al que le compramos el gas y, por tanto, habría sido un regalo a cambio de nada hecho por el Gobierno español. Porque, obviamente, modificar o traicionar una posición histórica como la que España ha mantenido desde que abandonó con cierta prisa sus responsabilidades sobre el Sáhara Occidental postulando que debe haber una solución democrática mediante un referéndum y en el marco de Naciones Unidas, es algo francamente muy arriesgado.
Además se ha hecho mal, porque, como vemos, no se ha calculado el impacto que iba a tener en el otro socio estratégico de España, por cuanto le provee de algo hoy tan preciado y tan caro como es el gas. El día que conocí de este acuerdo pensaba que había habido un acuerdo trilateral: que España, Marruecos y Argelia se habían puesto de acuerdo en el contexto de la guerra de Ucrania y el rápido abandono de Rusia como proveedor energético de Europa, sobre todo de los países más cercanos a su frontera, y fundamentalmente de Alemania. Que lo que se había vislumbrado entre los tres países era la opción de beneficiarse los tres y de convertirse España, dentro de Europa, en ese puente, en ese país que iba a desgasificar el gas licuado e iba a ser un proveedor mayor de energía al resto de socios europeos. Tanto Argelia como Marruecos eran beneficiarios y, en ese sentido, eran socios y había un acuerdo previo. Pero, cuando me di cuenta de que no había tal y de que Argelia se sentía abandonada y dañada y que después intentaba practicar una política de castigo con España, entendí que se había calculado mal, que se había hecho mal, que se había negociado mal y que se había hecho todo con prisa, y había daños colaterales (como la relación con Argelia) que también hay que ponerlos en la balanza cuando se evalúen los aspectos venturosos o positivos que pueda tener esa relación posiblemente estable con Marruecos a medio o largo plazo.
–¿Qué se ha obtenido entonces a cambio del reconocimiento de la autonomía?
–De partida, se ha cedido mucho sin aparentemente obtener nada tangible más allá de que dejen de amenazarte con enviarte a miles de migrantes sobre tu frontera. Nada que sepamos. No sabemos si hay algún adendum secreto al acuerdo, cosa de la que yo dudo, pero no se ha obtenido nada tangible. Sin embargo, sí que se ha cedido en algo muy tangible, en una posición histórica de España que se servía para actuar como mediador y tener un peso importante en la política del norte de África, y también tener una herramienta oportuna para presionar a Marruecos en caso de que tuviese un comportamiento errático o negativo para los intereses españoles, en concreto, para los intereses territoriales, para la soberanía española sobre Ceuta y Melilla.
Creo que aparentemente se ha cedido mucho a cambio de algo que parecen ser sólo buenas intenciones y un planteamiento de ‘dejo de pisarte el pie’. Un planteamiento de ‘dejo de pisarte el pie’ y tú, a cambio, vas a aceptar unas lógicas que son lógicas marroquíes, que en principio derivan en que España deja de contar con una herramienta muy importante de modulación, de moderación y de presión a un Marruecos que pudiese ser beligerante u hostil a España en el futuro.
–A veces da la impresión de que Marruecos tolera más o menos los acercamientos a la valla dependiendo de su relación con el Gobierno español de turno. ¿Lo ve usted de esa forma?
–Yo creo que Ceuta y Melilla lo que quieren, sobre todo, es un bien muy básico, que es seguridad, integridad territorial, seguridad a todos los niveles, y eso evidentemente pasa por sentir que el vecino con el que compartes frontera (que es un vecino potente, poderoso y que te tiene arrinconado junto al mar) tiene una postura positiva hacia el país y también una postura de entender, considerar y declarar que esas dos ciudades son españolas. Es decir, no retar la soberanía española.
Y creo que, en ese sentido, por el acuerdo de Sánchez, como ha apaciguado las tensiones migratorias y parece, a corto plazo, haber aliviado y haber creado un marco de entendimiento, un marco constructivo con ese país, creo que deben estar satisfechos o sentirse aliviados, más seguros. Una sensación de más seguridad actual en este momento. Pero no sabemos cómo pueden evolucionar las cosas a más largo plazo y el viraje en la posición de España, que es de carácter histórico, tendrá también que ser evaluado con una visión histórica, no una visión coyuntural de una legislatura, o unos años, o incluso unos meses.
Más allá de eso, la presión migratoria en sí es consustancial al factor de la diferencia de calidad y esperanza de vida entre España y tanto Marruecos (como, multiplicado, los países del Sahel o por debajo de esa franja, donde se vive una situación de violencia y de estados fallidos, de violencia terrorista, de yihadismo, de violencia radical, en una situación de penuria). Obviamente, el hecho de que España es el sur del norte, es el país más al sur del polo rico, que es Europa, siempre va a actuar como fuerza magnética atractora de personas desarraigadas, de personas que viven en la penuria y en la necesidad, o que buscan asilo, porque son personas perseguidas por diversas razones.
En consecuencia, están la dualidades de democracia-dictadura y riqueza-pobreza en esa frontera histórica que es el Mediterráneo, e intrínseca a ellas, al menos en el siglo XX-XXI, es la tensión migratoria. Eso va a existir incluso aunque Marruecos fuese un Marruecos muy responsable que practica una vecindad muy rigurosa y además con buena fe hacia España. El factor migratorio estará siempre ahí porque, si hay un Marruecos responsable y solidario con España y con la UE, no va a subsanar el factor geopolítico de que una parte de África mira a Europa, al mundo desarrollado, como la única salida a su situación de desamparo y también ahora agudizado esto por el deterioro de los derechos humanos y el cambio climático, que es un factor que también hay que tener en cuenta en los flujos migratorios.
–¿En qué situación quedan Melilla y Ceuta? ¿Se ha sacado algo en claro para ellas?
–Yo creo que, a corto plazo, sí. Es evidente que la coyuntura ahora es mucho más favorable, porque está de manifiesto que la postura marroquí actual es mucho más empática, benigna y responsable con España, pero no sabemos si esta postura puede, antojadizamente, cambiar de nuevo pasado mañana (en dos o tres años). Tampoco sabemos si un Gobierno español de otro color político pudiese devolver a España a la misma posición que ha tenido históricamente sobre el Sáhara, porque tampoco ha habido un acuerdo internacional firmado entre España y Marruecos, sino una declaración política. Eso tampoco tiene un peso extraordinario.
El Gobierno español ha jugado al doble juego de que Marruecos filtró la carta donde se percibía ese cambio de postura, pero también España, el Ministerio de Exteriores, ha reiterado que España no ha cambiado su postura. España es también ambivalente. Marruecos es ambivalente y puede cambiar de tono su política respecto a España según la coyuntura, pero también España la puede cambiar según el color político del Gobierno. Con lo cual, creo que a corto plazo sí que hay un clima mucho más pacificado y estable para Melilla y Ceuta, pero sigue estando condicionado a muchos factores que tienen que ver incluso con el color político del Gobierno español y lo que pueda decidir un diferente Ejecutivo o cambios antojadizos que a veces hemos percibido con anterioridad del Gobierno marroquí respecto a las ciudades autónomas y respecto a España en su conjunto
–¿Es tan importante la aduana comercial?
–Creo que los territorios que están en una posición entre dos mundos, o metidos en dos continentes, pueden actuar y beneficiarse de su carácter puente entre dos territorios. Teniendo en cuenta que Marruecos es el alumno privilegiado de la UE y que la UE lo ha premiado con fondos, con apertura comercial, con acuerdos específicos que sólo benefician a Marruecos en el marco de todos los países del arco mediterráneo árabe… en ese contexto a Ceuta y Melilla, y especialmente a Melilla, les conviene maximizar su posición geográfica y actuar de puente entre Europa y, más concretamente, España, y este país por el que España está apostando claramente y con el que quiere una relación privilegiada (y la ha intentado construir no sólo durante este Gobierno, sino durante muchos y sucesivos gobiernos, pero ahora incluso mediante el sacrificio de herramientas, en este caso la capacidad mediadora con el Sáhara Occidental y el Frente Polisario y con Argelia). Creo que Melilla debería, en esa relajación de las tensiones, aprovecharse e intentar presentarse como ese lugar seguro y europeo desde el que se puedan realizar operaciones comerciales de tránsito hacia Marruecos y también hacia el resto de África.
No olvidemos que Marruecos se está posicionando dentro del mundo africano como un país de transición entre Europa y el resto de África, y lo está haciendo muy bien. Creo que está obteniendo beneficios muy tangibles que se reflejan en su crecimiento y en su fortaleza diplomática. No olvidemos que Marruecos tiene una relación especial con los Estados Unidos desde prácticamente la fundación de los Estados Unidos. Y es un país que ha establecido, y también es importante, relaciones diplomáticas con Israel recientemente. Fue un país privilegiado por Donald Trump y fueron los Estados Unidos los que dieron un paso importante al reconocer los intereses de Marruecos en el Sáhara Occidental, y a partir de ahí siguió Francia, y últimamente España en esa línea. Melilla tiene una posición geográfica francamente interesante y puede ser maximizada de una manera muy positiva.
–¿Y qué hay de la relación de España con Argelia?
–Durante el mandato de la anterior ministra de Asuntos Exteriores, se acogió a un alto mando del Frente Polisario, Brahim Ghali, en un hospital español para ser tratado de coronavirus aparentemente. Aquello despertó todas las iras del Gobierno marroquí, porque decía que se estaba dando tratamiento médico y tratando como asilado político a un mando militar que, obviamente, había creado hostilidades y llevado a cabo actos de violencia contra los soldados marroquíes en esa frontera invisible entre Marruecos y el Sáhara Occidental, que es una especie de trincheras o dunas de arena… Aquello desató las iras de Marruecos y la contrarréplica de Marruecos al abandonar toda responsabilidad sobre su frontera en relación a Ceuta y Melilla creó la crisis que después parece haber amainado con ese cambio de postura española.
Y a mí lo que me parece sorprendente es que no se vislumbrase desde el Gobierno y el Ministerio de Asuntos Exteriores que Argelia, que tiene un acuerdo energético importantísimo con España y con la UE, iba a sentirse francamente incómoda. Argelia es la retaguardia del Frente Polisario y el país que más lo apoya. En ese sentido, era inevitable que Argelia, antes o después, también intentase tomar medidas de retorsión contra esa decisión española de privilegiar claramente la visión marroquí en el Sáhara Occidental y, por tanto, deprimir las opciones de un Sáhara Occidental independiente, que es por lo que apuesta Argelia.
Y Argelia ha intentado manifestar su descontento con esta medida de cierre de las relaciones comerciales con España. Es verdad que rápidamente ha habido una especie de paso atrás por el peso que tiene la UE en la política exterior de Argelia y la dependencia que tiene Argelia de los consumidores europeos de su energía. Pero es una situación muy desafortunada. Es como si se hubiese calculado muy mal, desde que se escribió aquella carta sin firma del presidente del Gobierno que luego evidentemente filtró Marruecos, el efecto de bola de billar que iba a tener ese cambio de postura en esa relación triangular entre España, Marruecos y Argelia. Y yo, en ese sentido, percibo falta de profesionalidad y de previsión por parte de la diplomacia española. Se ha creado una cascada de situaciones indeseables, primero con Marruecos y después también con Argelia, que han puesto en evidencia que las decisiones no se toman o bien en el momento adecuado o bien de la manera adecuada. Quizás son las decisiones adecuadas, pero no de la manera correcta y no en el momento preciso.
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