Opinión

Melilla, ciudad sin ley

Un delincuente de Melilla tuvo la osadía de plantarse en la casa de un agente de la Policía Local y amenazarlo de muerte porque el día antes, el municipal, lo había detenido. No quiero ni imaginar la inseguridad que siente ahora su familia, que no tiene ni tendrá la certeza de que las instituciones impedirán que les agredan en cualquier momento.

Esto cada vez se parece más a un territorio de la Cosa Nostra, donde la mafia hace y deshace ante la pasividad del Estado. Así estamos en esta ciudad: no hay límites. La inseguridad está fuera de control y aquí, aunque se hacen gestos, no avanzamos.

No es que en años anteriores hubiéramos estado mejor. Tenemos memoria y sabemos que con El Barkani e Imbroda aquí también hubo mambo, flamenco, sexo, violencia y lenguaje de adultos en las calles. Lo que pasa es que nunca hemos estado tan amenazados como estamos hoy: más que mal, estamos peor y tirando a causa perdida.

No es que los malos se volvieron muy malos de un día para otro. Tampoco es que la gente se ha desquiciado con tanto encierro ni que los bandidos se hayan soltado la melena. Es que ya no pueden sacarse un dinerillo pasando droga a la península en los barcos porque, como todos saben, hay menos conexiones marítimas y menos pasajeros. Intentar subir con una faja repleta de hachís a un buque es más que temerario, cosa de kamikazes. Y esa gente no tiene trabajo ni esperanzas de tenerlo en el corto plazo. Esa gente tiene familia y bocas que alimentar. Señores, a la fuerza, ahorcan.

Y es de esta manera como nos hemos convertido en territorio comanche. Somos una mezcla de necesidad, pobreza, hambre y ganas de comer.

Hace unos días denunciábamos en esta misma columna, cómo en cuestión de horas habían atracado una gasolinera en Melilla para llevarse monedas, habían desvalijado un estanco y la Policía había encontrado a una mujer agredida por su pareja después de que el hombre hubiera consumido hachís sintético. Y todo eso, con la frontera cerrada a cal y canto desde hace ocho meses.

Tras la concatenación de asaltos y agresiones, la Delegación del Gobierno descargó toda la responsabilidad en los hombros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y hubo detenciones, pero yo me pregunto, ¿es esa la solución?

¿Es sostenible tener los calabozos llenos? Hace unos días no había plaza vacante en las celdas. A este ritmo vamos a tener que coger el dinero de la reconstrucción que nos toque de los fondos de la Unión Europea para ampliar la cárcel de la ciudad y todos sabemos que ese no es el camino.

Llevamos años reclamando el refuerzo del número de agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil en Melilla y, además, exigiendo la subida salarial que les prometieron. Ni PP ni PSOE cumplen su promesa y ninguno de los dos partidos ha movido hilos, piezas, dedos o lo que se tercie en Madrid para aprovechar que el DAO José Ángel González Jiménez fue comisario no hace mucho en Melilla y sabe que aquí la seguridad ciudadana cojea con ganas, hace aguas por todas partes y que esto es la selva.

Somos muchos los que estamos hartos de aceptar sin más que vivimos en una ciudad en la que es normal que un coche persiga a una mujer por la calle; en la que se te encoge el corazón cuando te cruzas con menores de edad porque nos han convencido de que nos quieren matar, robar y si los dejamos, seguro que nos sacan los ojos y se los tiran a las gaviotas. Estamos hartos de no poder pasear por el Parque Hernández en cuanto oscurece porque hay clubes con escenas menos lujuriosas que las que se ven en esa zona en cuanto cae el sol.

Y nada de esto es nuevo. Nos hemos acostumbrado a vivir en una ciudad sin ley. Hasta hace poco, como somos unos racistas, culpábamos a nuestros vecinos marroquíes de envenenarnos las calles. Pero resulta que con el cierre de la frontera nos hemos dado de bruces con la realidad: los cacos viven en Melilla, son de Melilla, han crecido en Melilla y son fruto del fracaso de nuestro sistema educativo y de nuestra sociedad.

Entonces y sólo entonces nos hemos dado cuenta de que estamos más jodidos de lo que creíamos. ¿Cómo vamos a pararlo? ¿Metemos barrios enteros en la cárcel o repensamos la Melilla que queremos para el futuro?

En mi opinión, la solución pasa por equiparar el número de efectivos policiales y de la Benemérita al de ciudades españolas en las que uno se puede dar el lujo de salir a dar un paseo sin tener que mirar para atrás cada cinco minutos por si te violan, te quitan el móvil o te arrancan el bolso. Señores, así no se puede vivir.

Estamos legando a nuestros hijos una ciudad sin valores y sin identidad. A este ritmo, nuestros niños tendrán un sueño fijo para cuando sean grandes: irse de Melilla. Y yo sigo creyendo que la droga está detrás de todo esto. Mientras un joven sepa que ganará más dinero pasando un fardo a la península que trabajando, no hay nada que hacer.

Si queremos empezar a poner orden en esta ciudad, empecemos por acabar con el narcotráfico, el lavado de dinero y los negocios pantalla. Sé que no es fácil, pero hacen falta agentes que se dediquen a eso no porque se lo mande su jefe sino porque esta ciudad los necesita. Son nuestra única esperanza.

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