María Concepción Martín de la Rosa, la señorita Conchita, recibirá el premio ‘Una vida dedicada a la enseñanza’ de CCOO por sus 48 años como maestra
Pidió todo los permisos del mundo para continuar dando clases. Lo tuvo que dejar en 2011 porque cumplía 70 años y el Ministerio de Educación ya no le permitía alargar más su jubilación. Pero se resiste a dejar el colegio. De vez en cuando, se acerca al Anselmo Pardo, el centro que le permitió dar mil y una clases a centenares de alumnos, para echar un vistazo en las clases. María Concepción Martín de la Rosa, o como la conocen sus alumnos, la señorita Conchita, es vital, alegre y una gran maestra. Su relación con los niños ha sido tan buena a lo largo de sus años como docente que se siente más cómoda entre ellos que con personas adultas. “Me entiendo mejor con los niños que con gente de mi edad”, aseveró ayer a El Faro. El claustro del Anselmo Pardo pidió por unanimidad a CCOO que le concediera el premio ‘Pilar Fernández. Toda una vida dedicada a la enseñanza’. La señorita Conchita recogerá este galardón el 17 de junio en este mismo centro.
Esta mujer de 74 años ha pasado 48 años, casi toda su vida, en un aula impartiendo lecciones de Lengua, Matemáticas o Naturaleza. Su experiencia con los niños es tan grande, tras tantos años de trabajo, que asegura que puede saber si un niño, por su actitud y comportamiento, viene de “una familia como Dios manda, aunque ya no sea políticamente correcta esta frase, o procede de un hogar donde hay problemas”. Explica a El Faro que los niños son “tablas sin escribir” que absorben todo lo que ven, escuchan y sienten. Por ello, destaca la gran labor y la gran responsabilidad de los maestros, aunque ahora no se valore su trabajo en la sociedad actual.
Pero la señorita Conchita va más allá en esta reflexión. Asevera que todas las personas somos “gotas de veneno o de agua purificadora” para los niños y por eso, apunta que toda la sociedad forma parte de la educación de cada uno de ellos. Resalta que no habría gente en las cárceles, si desde pequeños, alguien les hubiera enseñado el camino correcto. “Los niños no tienen culpa de nada, pues el responsable es su entorno”, añade esta maestra.
Labor imprescindible
Los padres, explica, son un factor determinante en la vida de un niño, pero el maestro es “imprescindible”. La señorita Conchita es de las que piensa que ser maestro es vocacional porque los docentes son conscientes de que cualquier decisión que tomen sobre un alumno puede condicionarle en su vida personal y profesional.
“Los niños son para mí como un cargador para un móvil”, afirma. Cuando está cerca de ellos, se llena de energía y de alegría, se descarga de los prejuicios y disfruta de la vida.
Señala que el Ministerio la obligó a jubilarse. Cree que nadie debería hacer algo así. ¿Si una personas se siente con ganas y con fuerza, por qué debe dejar de trabajar?, se pregunta. Hace cuatro años que se jubiló, el 30 de agosto de 2011, y aún escucha el timbre de las 9:00 horas en su cabeza. De hecho, de vez en cuando, se acerca al Anselmo Pardo de visita. Antes iba más, pero se entristece cuando ve marchar a los alumnos con sus profesores para sus clases y ella se queda sola en el patio.
El primer día de clase
El año que se preparó las oposiciones, el Estado aprobó un plan de alfabetización para adultos. Se había preparado mentalmente para ir a un pueblo perdido de España. A uno de ésos a los que sólo se podía llegar en burra, incluso se fue al Hospital de la Cruz Roja para aprender de las enfermeras cómo poner una inyección y hacer curas por si le servía en su destino.
Pero fue de las primeras en las oposiciones y se quedó en Melilla dando clases a mujeres adultas. Las recuerda como unas auténticas heroínas. Asevera que aprendió ella mucho más de lo que pudo enseñar. Estas mujeres le enseñaron sobre economía familiar, cocina y resolución de problemas con sus familiares.
Maestra de saharauis
La señorita Conchita se enamoró de un militar y con él marchó a Villa Cisneros, una ciudad del Protectorado Español en Marruecos, que ahora se llama Dahla. Allí conoció al pueblo saharaui. Afirma que se siente orgullosa de que sus alumnos aprendieran castellano y conocieran las cuatro reglas matemáticas gracias a sus clases en una escuela de la ciudad.
Resalta que si no se hubiera liberado esta zona del Protectorado, probablemente se hubiera quedado allí a vivir. Se enamoró de los saharauis, de su cultura y de su pacifismo. Pero con la revolución los niños y las mujeres fueron evacuados y volvió a Melilla, con su familia, donde continuó enseñando.
Los mejores maestros y sindicalistas
La Federación de Enseñanza de CCOO premia a María Concepción Martín de la Rosa con el galardón ‘Pilar Fernández. Toda una vida dedicada a la enseñanza’. El sindicato destaca que ha estado durante 48 años dando clases y desde 1977 en el Anselmo Pardo, centro educativo que presentó la propuesta a CCOO para que reconociera a esta docente ya jubilada.
Además, el sindicato ha galardonado con el premio ‘Ángel Gutiérrez’ a uno de sus afiliados más antiguos. Se trata de Miguel Ángel Heredia, maestro del IES Juan Antonio Fernández. CCOO destaca que lleva 25 años perteneciendo a esta organización y desea agradecer esa fidelidad.
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