Aquí hay algo que no encaja. El Gobierno central acaba de sorprendernos a todos con el anuncio de que este 26 de junio quedará levantada la obligatoriedad del uso de la mascarilla en exteriores. La noticia llega 15 días después de que el Ministerio de Sanidad fijara nuevas restricciones para el verano en toda España.
¿Qué ha cambiado para que hace 15 días fijaran el cierre de las terrazas a la una de la madrugada y ahora no hagan falta mascarillas en la calle? Eso por no hablar del límite de personas por mesas en el interior y exterior de los locales y de las limitaciones de hasta el 60% del aforo en el interior de los establecimientos.
Si os fijáis, las medidas que se tomaron supuestamente por consenso, pero que en realidad no contaron con el apoyo de 6 comunidades (por eso las convirtieron en imposiciones a través del Boletín Oficial del Estado) van dirigidas casi en exclusiva a limitar la actividad del ocio y la restauración.
Básicamente significa que el Estado responsabiliza a ambos sectores de la propagación de la pandemia del coronavirus y nos dice que esas normas restrictivas estarán vigentes hasta que se vacune el 70% de la población.
Si ya nos parecía valiente el anuncio del consejero Mohamed Mohand Mohamed de levantar la obligatoriedad del uso de la mascarilla en exteriores en julio, ahora nos parece atrevido que el Gobierno de Pedro Sánchez y Podemos, sin aviso previo y con sólo el 47% de la población vacunada, nos diga que ya no es obligatorio usar protección en la calle.
Es verdad que en Melilla vamos algo más avanzados en la vacunación que el resto de España, pero deberíamos enviar mensajes claros a la gente. Una cosa es salir a correr sin mascarilla y otra, muy distinta, hacer ‘botelleo’ en grupo y encima sin protección.
Nos estamos arriesgando a una regresión. En mi opinión, la decisión es precipitada y temeraria. Se nos olvida que los jóvenes y niños no están inmunizados. Que no sean población de riesgo no significa que estén libres de contraer el virus.
Rusia está viviendo una nueva ola de contagios de coronavirus pese a que ellos supuestamente tienen una de las vacunas más eficaces del mercado. ¿Qué pasa si ahora que estamos viendo la luz al final del túnel, descubrimos que una nueva cepa altera la inmunización recibida?
En este país hemos pasado de decir al inicio de la pandemia que la mascarilla no era necesaria, a imponerla por orden y ahora a levantar su obligatoriedad deprisa y corriendo.
Yo estoy ya vacunada y reconozco que estoy harta de la mascarilla, pero si quiero que mi hijo pequeño la siga usando, no puedo quitármela. Es una decisión personal que muchos padres tendremos que tomar porque la mascarilla nos demostró que en un año con poco contacto social y protección apenas hemos tenido casos de gripe. La de resfriados y catarros que nos habríamos quitado del camino con una simple mascarilla.
Sería iluso pensar que la vida volverá a ser como antes. No sabemos cuánto tiempo de inmunidad nos garantizan las vacunas. Lo sabremos en diciembre cuando los primeros que se vacunaron cumplan un año de inmunización. Sólo entonces sabremos si esto es una sola dosis de por vida o si hay que reactivarla.
Ahora de momento, a la gente hay que pedirle responsabilidad. El coronavirus nos ha golpeado de lejos o de cerca a casi todos. Está ahí aunque a veces se nos olvide. En nosotros está sobrevivir a esta primera gran pandemia del siglo XXI. Habrá más, seguramente, pero esta prueba parece que la hemos pasado con éxito.
Que no sea obligado usar la mascarilla desde el próximo sábado no significa que el virus haya dejado de existir. No hay que sacar las cosas de quicio. Basta con ser responsables y aplicar el sentido común. Debemos protegernos en el transporte público, en lugares cerrados; entre personas no convivientes. Y tenemos que hacerlo por nosotros, pero sobre todo, por nuestros hijos.
Sé que es muy difícil ser joven en estos momentos. No sólo por las pocas salidas laborales que al menos dos generaciones de españoles están teniendo sino también porque la pandemia ha convertido el vis a vis en peligroso. El ligoteo queda oficialmente criminalizado como modo de transmisión del coronavirus. No hablamos ya del sexo. El VIH y las enfermedades de transmisión sexual no han podido con este instinto tan primario como el hambre o la sed, pero cada vez se estrecha más el cerco.
Tenemos un gran reto por delante cuando este sábado deje de ser obligatorio el uso de mascarillas. Mientras no exista una vacuna para los niños, estamos obligados a ser prudentes, sin excesos, pero también sin quitarle importancia a la vida.
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