Probablemente el covid-19 haya sido el hecho más relevante acaecido durante los últimos 70 años. Es casi seguro que, desde la II Guerra Mundial, no ha habido acontecimiento alguno que haya golpeado el planeta de una manera tan tremenda. Ni la guerra fría, ni la caída del Muro de Berlín, ni siquiera los atentados islamistas del 11-S -y los sucesivos- han creado tal psicosis mundial como esta enfermedad, desconocida hasta hace poco y de la que ahora, unos con más y otros con menos conocimiento, todo el mundo habla.
Si algo parece evidente, es que el covid-19 ha cambiado nuestra manera de relacionarnos con nuestro entorno. Al principio de la pandemia, especialmente durante la época del confinamiento, cuando las mascarillas no eran obligatorias ni había la producción que hay actualmente, la gente se separaba unos cuantos metros de las otras personas que se cruzaban por la calle por miedo a infectarse. Cuando llegaron los mascarillas, al principio fue difícil; la gente se sentía extraña sin poder contemplar los rasgos faciales completos de su interlocutor. Cuando se lleva un tiempo sin ver a alguien, incluso cuesta reconocerlo con la mascarilla. Pero a todo se hace el hombre, que es un ser de costumbres.
Así que el problema viene ahora, cuando teóricamente la pandemia está transitando hacia endemia y las mascarillas ya no son obligatorias, salvo en lugares muy específicos como puedan ser los centros de salud. A pesar de ello, mucha gente que prefiere seguir llevándola puesta en interiores. Algunos, incluso por la calle. Con todo, seguramente, quienes más están sufriendo esta inseguridad sean los niños y los adolescentes, quienes aún están terminando de formar su personalidad. Diversos psicólogos han ido advirtiendo del miedo que podía crear en ciertos grupos la retirada de la mascarilla. Y, efectivamente, esto está sucediendo.
El viernes se publicó un reportaje en este diario que titulamos 'Desnudo sin mascarilla' para referir la psicosis que viven muchos menores en sus aulas, rodeados de tantos compañeros sin el cubrebocas. A algunos la mascarilla les sirvió para tapar sus defectos; a otros, para ocultar su vergüenza. Los hay que la siguen portando por simple y pura costumbre. Y ahora va a costar mucho trabajo convencer a todas esas personas de que el ser humano ha vivido durante casi cinco millones de años sin mascarilla y que es preciso retornar a la normalidad lo antes posible.