Ya han pasado dos años desde que los melillenses conocimos, con cierta alegría, de la inminente apertura de una playa en la ciudad de la que poder disfrutar. Sin embargo, a fecha de hoy, todavía no ha sido posible por distintos problemas. Primero fue su acondicionamiento, en el que se enzarzaron las dos administraciones –por aquel entonces de diferente color– para dirimir cual de ellas tenía que correr con estos costes y que áreas competían a una y a otra.
Solventado ese escollo, llegó el que todavía se mantiene en el tiempo, el contenido de su fondo marino más cercano a la arena y que suponía un riesgo grave de accidente para los bañistas que se atrevieran a meterse en el agua.
Al haber sido zona de vertidos de escombros durante mucho tiempo, el litoral estaba lleno de todo tipo de material que hacia impracticable su uso para los playeros.
Han pasado dos años de aquello, y todavía sigue sin haber garantías ciertas de que el baño, al menos por cuestión de escombros y material residual, no sea perjudicial. Queda el último trámite, un informe de los submarinistas que dictamine si se puede o no permitir el acceso a esta playa.
De momento y ante los enésimos anuncios de que estaba próxima su apertura, seguimos esperando a poder disfrutar de una playa que se vendió como la mejor de Melilla, principalmente porque sus aguas están abiertas al Mediterráneo.
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