Categorías: Editorial

Más conciencia

Año tras año, verano tras verano, las noticias sobre la suciedad en las playas y fondos marinos de Melilla se suceden. Hoy mismo, El Faro publica un artículo en su versión en papel y un vídeo en las redes sociales en los que puede apreciarse el estado en que se encuentra la zona submarina de la Ensenada de los Galápagos, una de las calas con mayor afluencia de la ciudad.

Parece que de poco sirven las advertencias del consejero de Medio Ambiente, Manuel Ángel Quevedo, que informó a los ciudadanos antes de que comenzara la temporada de baño de los peligros y el incivismo que supone arrojar basura en playas y entornos marinos.
Mucha gente tampoco hace caso de los consejos de la única asociación en favor del medio ambiente de Melilla, Guelaya-Ecologistas en Acción que, desde un punto de vista de conservación de espacios naturales, alerta de cómo puede afectar al ecosistema de nuestra ciudad actos tan poco cívicos como no tirar los desperdicios en el lugar que corresponde.
De hecho, esta organización, visto lo visto, propone ser más duros con las sanciones para aquellas personas que, por comodidad o por falta de conciencia, se empeñen en llenar de basura el litoral melillense.
Parece obvio que hay que transmitir a la ciudadanía por qué no hay que arrojar desperdicios en lugares no habilitados y exponer por qué es peor aún hacerlo en entornos marinos y de uso público como son las playas.
Este tipo de hechos desemboca en imágenes como las que hace públicas hoy mismo El Faro, con montones de basura bajo el mar, una situación que es mucho más difícil de arreglar que cuando los desperdicios se tiran en la vía pública, una actuación también del todo reprochable.
A nadie se le escapa que todos los veranos se producen casos de personas que se cortan con cristales que arrojan ciudadanos poco cívicos que simplemente no piensan en sus convecinos.
Se trata de bienes comunes, de los que toda Melilla puede hacer uso y disfrute. No es cuestión, por tanto, de molestar a los demás dejando basura en lugares públicos por pura comodidad. No es responsabilidad de nadie más que el que tira los desperdicios el recogerlos.
Quizá este tipo de personas deba preguntarse por qué lo hace, cuánto le costaría hacer las cosas bien y los beneficios que traería a toda nuestra ciudad.

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