Hablemos sobre sus inicios. Tuvo una infancia marcada por las artes y se graduó en Ciencias Políticas. ¿Cómo llegó a entrar en el mundo de la pintura?
Sí, mi formación fue de otro tipo y luego empecé con la pintura. Ciencias Políticas y Sociología es una cosa que aparentemente no tiene absolutamente nada que ver con las Bellas Artes, pero siempre me había gustado y siempre había querido pintar.
Entonces, una vez terminé la carrera, empecé, primero, de una manera muy sencilla y modesta haciendo exposiciones pequeñas en casas de cultura y una cosa fue a otra. La verdad que tuve ahí mucha suerte. Poco a poco me fui formando yo misma en la parte de la pintura. Soy autodidacta, porque he estado viendo pintura y obras de arte desde pequeña y aprendes.
Muchísimas exposiciones individuales, también colectivas, y ahora por primera vez se encuentra en Melilla con ‘Acordes Cromáticos’.
Es la primera vez que hago una exposición en la que hay distintas épocas y distintas etapas. Normalmente han sido monográficas, hay partes en las que aparecen unas cúpulas y unas cosas que hice sobre la Alhambra para una exposición en Madrid. Otra era de jardines, solo eran jardines.
Y entonces, aquí me ha permitido, además por la propia configuración del museo tan bonito que tenéis aquí en Melilla dividido en distintas plantas y bóvedas, distribuir la obra muy bien, que luzca muy bien y que se vean muy bien los cuadros.
¿Y cómo es para usted todas esas obras juntas en un mismo lugar?
Pues de alguna manera hasta a mí me resulta raro. Algunas son obras que yo he conservado porque fueron especiales en algún momento y te las quedas. De otras pues no he hecho eso y hay algunas series de las que no me queda nada y están distribuidas en colecciones particulares. Ahora ya normalmente sí que, de cada exposición que hago, me quedo con un cuadro, por lo menos como muestra. Y entonces así he podido traer varias a Melilla.
La verdad que es una sensación curiosa verme a mí misma, cómo ha ido pasando el tiempo por mí y por mi pintura.
La explosión de colores es algo muy característico de sus obras. ¿Cómo llegó a ese estilo? ¿Lo eligió por algo en particular?
Pues no lo sé. La verdad es que eso es una elección. La tendencia al color la he tenido siempre, desde que empecé. Y eso es una cosa que a mí me sale natural, es espontáneo la utilización y el manejo del color.
De alguna manera puede ser por lo que he estado viviendo y por el tipo de pintura que a mí me gusta y las cosas que me gustan. Lo único que pretendo a lo mejor es pintar cosas muy pequeñas que la gente ni siquiera ve.
En muchos cuadros aparecen macetas pequeñas, que cuando le das otra dimensión y la sacas de su contexto, parecen otra cosa. Y eran a lo mejor macetitas pequeñas, cuando la pandemia, que las tenía ahí en mi casa y era la única cosa bonita que tenías ante los ojos. O, por ejemplo, que hay cuadros que tratan mucho las orillas, pero son los cañaverales esos tan feos que nadie mira ni nadie ve. Pues de pronto tú los sacas de ahí, le das un color y aquello se convierte como en otra cosa. Y eso no sé cómo me viene, me sale espontáneo; no me cuesta trabajo.
Otra de las piezas que llama la atención en la exposición son los pañuelos.
Sí, eso es una técnica completamente distinta a los cuadros, no tiene nada que ver. Sí que empiezo –que se puede ver en una de las vitrinas que hay en la exposición– con el original, que es de donde parto, y es siempre una pintura, un dibujo o un color, que luego manipulo con la multiplicación de ejes. Yo hago el diseño completo y luego lo estampan en Barcelona.
Pero eso es otra cosa distinta, que no tiene nada que ver con la pintura. Lo he hecho porque me lo encargó la Universidad para regalos institucionales y me encargó una serie, que hice seis. Y como me divertí muchísimo haciéndolo, porque precisamente era tan distinto de la pintura, luego hice una serie para mí por gusto, que es la que tengo.
Y a la hora de los referentes, ya que me hablaba del color y las técnicas, ¿cuáles han sido para crear su estilo?
A mí siempre me gustó la pintura realista y los impresionistas franceses. En mi casa había muchos libros de pintura y además, como eran amigos de mi padre, tuve la oportunidad de tratar con muchos pintores y escultores, como Manuel Rivera, y esos eran completamente abstractos. También con José Guerrero. Pero yo siempre he tendido a la figuración. Por más que me proponga, me sale sola.
Y los referentes, hay cuadros en los que se ve clarísimo. Entre los impresionantes, mis favoritos son Monet; en España, Sorolla, que me parece un monstruo de la naturaleza. Y todos los grandes.
Yo de pequeña vivía en Madrid y me pasaba la vida en el Museo del Prado. Muchísimo. Y al Casón del Buen Retiro, porque cuando yo era pequeña todavía no estaba el Thyssen funcionando, eso empezó después.
Y luego ya, pues claro, siempre estoy viendo pinturas y hay mucha gente, no podría decirte una sola línea. Todo lo que sea color siempre me llama la atención. Pero también me pueden llamar la atención otros por lo contrario, por lo que yo no tengo. Por ejemplo, de Goya quizá lo que más me gusta son las pinturas negras, que no tienen absolutamente, aparentemente, nada que ver con mi forma de expresión, pero precisamente por esa diferencia es por lo que me gusta. O sea, un abanico muy grande de cosas.
Y bueno, aunque es difícil elegir, ¿cuál diría que es su obra favorita de las que ha hecho o la que más cariño le tiene?
Pues no sabría decirte. Sí es verdad que hay unas mejor que otras, o unas al revés, que les cojo cariño porque, de pronto, hay una obra que se te tuerce y al final se resuelve, y no sabes por qué; y hay unas que te cuestan más trabajo. En cambio hay otras que salen con una facilidad, que salen de esas que salen como del tirón y no depende de que esté inspirado o no, simplemente salen.
Hay algunas que sí, que les tengo especial cariño a algunas y muchas son de las que están aquí porque son obras que yo he conservado para mí.
Bueno y ahora que se marcha de Melilla, ¿cuál ha sido su experiencia? ¿Planea regresar?
Pues sí, planeo regresar y ojalá pueda ser pronto. Es la primera vez que vengo a Melilla y me ha sorprendido mucho, relativamente para mejor porque ya me habían hablado muy bien de la ciudad –tengo amigos de Melilla, e incluso familia, viviendo aquí–, pero luego cuando lo ves en directo es mucho más bonito de lo que pensaba.
Además la gente es extraordinariamente acogedora. La atención que hemos recibido por parte del director del museo, de toda la gente que trabaja en el equipo, ha sido estupenda. Estoy muy contenta de esta experiencia.