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Martes Santo: Jesús se enfrenta al poder religioso

Qué tuvo que suceder para que el ‘profeta’, el ‘maestro’, el que se sentaba en la sinagoga a enseñar, fuese condenado y sentenciado por los líderes religiosos del pueblo?

Jesús, desde muy pronto, entró en conflicto con los fariseos, saduceos. Ellos eran el brazo fuerte de la línea religiosa del pueblo de Israel.

Los fariseos eran un grupo formado por letrados, muy familiarizados con la llamada Ley de Moisés y además eran muy estrictos y rigurosos en el cumplimiento de la misma. Probablemente influían mucho en la vida de la gente con sus sentencias y sus exigencias. Israel era el pueblo elegido por Dios y por lo tanto debían esforzarse en cumplir las normas prescritas en la Ley. De esta forma se diferenciarían del resto de pueblos de la tierra. Sus desvelos se centraban en las prescripciones más comunes: el sábado, el pago de los diezmos al templo o la pureza en los ritos. Tal era su celo que les llevaba a exigir al pueblo normas marcadas exclusivamente para los sacerdotes.

Los saduceos eran una minoría aristocrática que desarrollaba su vida en torno al templo de Jerusalén. No les preocupaba la vida fuera de las murallas de Jerusalén, centrándose en ella como la ciudad en la que se encontraba la “casa de Dios”. Tenían sus propias tradiciones, en ocasión distintas a las de los fariseos y eran un grupo vinculado al poder, que colaboraba con las autoridades romanas para mantener su estatus. No les interesaba la doctrina de la resurrección, porque no creían en la ‘otra vida’. Lo importante era vivir esta.

El enfrentamiento de Jesús con los fariseos y saduceos queda reflejado en numerosos pasajes de los evangelios. Ellos iban a buscar a Jesús con sus preguntas y él les echaba en cara toda su falsedad e hipocresía. La mutua hostilidad fue en aumento a medida que Jesús progresaba en su enseñanza y subía hacia Jerusalén.

Era evidente que no podían ignorar a un hombre que hablaba con tanta pasión de la voluntad de Dios y de su reino. Muchos de ellos le escuchaban con agrado e incluso se hicieron discípulos suyos (Nicodemo, José de Arimatea…). Sin embargo, Jesús los desconcierta ya que no vive la ley como ellos proponen. Jesús no se preocupa de los aspectos rituales del lavado de manos, o incluso de las leyes sobre el sábado. Y otro aspecto que también les va a irritar será cuando habla en nombre de Dios directamente, cuando se apropia de la autoridad de Dios y llega a perdonar los pecados, algo relegado exclusivamente a Dios. Jesús asombraba con su forma de enseñar, con su autoridad (Mc 1, 22).

Mientras ellos se esfuerzan por interpretar, explicar y actualizar la Ley de Dios y las tradiciones, Jesús insiste en comunicar su propia experiencia de un Dios Padre. Lo importante no es observar la ley sin más, sino escuchar la llamada de Dios. Dios ha irrumpido en la vida del hombre y no hay vuelta atrás, porque lo que busca es una vida más humana y menos legal.

Jesús se va ganando poco a poco el rechazo de los fariseos y saduceos. Es un transgresor de la ley y además no se esconde a la hora de acoger a los pecadores, a los que están fuera de la ley, incluso con mujeres y niños se le ha visto. Todo esto resulta ofensivo para ellos que no les queda otra solución que tratar de deshacerse de aquella persona tan indigna.

Hasta donde llegaría su odio por Jesús que en el evangelio se nos habla de la unión entre fariseos y herodianos, eternos enemigos, para poder acabar con la influencia de Jesús en el pueblo. Si bien, la muerte de Jesús no se va gestando en sus enfrentamientos con los fariseos, sino más bien en la aristocracia de Jerusalén.

La aristocracia de Jerusalén estaba formada por una minoría de ricos e importantes del pueblo. Muchos de ellos eran sacerdotes. Poseían grandes riquezas, mansiones y propiedades que iban adquiriendo con distintos engaños y presiones. Vivían de los diezmos, las tasas, las donaciones que llegaban al templo. Era un sector muy corrupto.

El Sumo Sacerdote, en tiempos de Jesús, tenía poder de gobierno en Jerusalén y en Judea. Gozaba de plena autonomía en las cuestiones del templo: sacrificios, diezmos, el tesoro… Contaba con su propia policía que mantenía el orden dentro del recinto del templo. Además, intervenía en los litigios y en los asuntos de los habitantes de Judea, aplicando la ley y tradición de Israel.

Tal era su poder que no se centraban exclusivamente en autoridad religiosa, sino que también ejercían poder político en colaboración con el precepto romano, que además era quien lo cesaba y designaba.

Conocían a Jesús no sólo por lo que habían oído de él, sino también por lo que habían visto cuando Jesús subía a Jerusalén. Por lo menos en tres ocasiones pudo haber subido y en ellas se enfrenta al poder del templo (expulsión de los vendedores, proceso de purificación de los pecados, rechazo de los sacrificios…). No podían ver con buenos ojos las curaciones que realizaba Jesús, ya que ellos eran los únicos que podían ejercer de intermediarios entre Dios y la salvación del pueblo.

Aquel poder de Jesús de, no solo curar sino perdonar los pecados, era para ellos un gran desafío, porque la creencia que existía era que la enfermedad era producida por el pecado. Y ese derecho de eliminar el pecado sólo estaba otorgado a Dios. Y, por otra parte, Jesús lo hacía sin pertenecer al linaje sacerdotal, otro de los requisitos prescritos en la ley.

Así pues, las disputas o el rechazo por parte de las autoridades religiosas, fue quizás el origen de la condena de Jesús. Hemos de recordar que, una vez apresado Jesús, lo primero que se le hace es llevarlo al Sumo Sacerdote para que este realizase el juicio religioso sobre él. Y posteriormente es llevado ante Pilato, porque ellos no podían condenar a muerte a nadie, ya que eso les correspondía a los poderes políticos de Roma.

Para nuestra exposición hemos utilizado las ideas del libro de Pagola, J.A. (2007). ‘Jesús. Aproximación histórica’. Editorial PPC.

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