Marruecos y el enemigo externo

Que no haya en Marruecos ninguna autoridad intermedia que en estos dos meses de confinamiento haya conseguido repatriar a los cientos de marroquíes que se quedaron atrapados en Melilla cuando su país cerró la frontera a cal y canto nos deja claro que la orden del cierre no se tomó en Nador sino que vino de Rabat. Este viernes el rey Mohamed VI decidió, en un gesto de “rabia” como ha publicado El Español, abrir el paso por Beni Enzar para dejar entrar en el país a 200 personas a las que el Gobierno marroquí había privado de uno de los derechos humanos que más nos tocan el corazón: el derecho al retorno.

Y esto ha ocurrido después de que una mujer marroquí atrapada en Melilla muriera en la Plaza de Toros, donde estaba acogida junto a compatriotas a los que Marruecos les negó el derecho a pasar el Ramadán con los suyos.

Para darle la vuelta a la tortilla, el rey ha dejado entrar en Nador a 200 personas a las que se les ha preguntado, siempre según la información de El Español, sobre las condiciones en las que han sido alojadas en España. Tiene narices. No les preguntan qué creen de que no les hayan dejado volver con los suyos como se ha hecho hasta ahora, practicándoles PCR o test sino que les preguntan por el supuesto trato vejatorio que pueden haber sufrido en nuestro país, su aliado y principal socio económico. Me tengo que estar perdiendo algo porque esto no hay por dónde cogerlo.

Marruecos sigue sin entender que no es nuestra obligación dar de comer a los marroquíes que abandona por el mundo. Aún así, lo hacemos hasta donde podemos. Compartimos lo que tenemos, pero el Gobierno marroquí no puede pretender que metamos a su gente en hoteles de cinco estrellas a la espera de que Mohamed VI intervenga.

¿Los 200 marroquíes repatriados estaban en condiciones precarias en Melilla? Sí, pero tenían techo, cama y comida asegurados sin que le costara un duro ni a ellos ni a su Gobierno. Es evidente que esto no es Berlín, pero tampoco es Burundi. Si los marroquíes han quedado atrapados en Melilla no ha sido porque nosotros les impedíamos salir sino porque Marruecos no los quería de vuelta. Como tampoco quiere de vuelta a los cientos de marroquíes atrapados en Ceuta o a los 28.000 que quedan abandonados a su suerte en otros puntos de nuestro país.

Pero con un fallecido de por medio y el peligro de un estallido social en Nador, hay que aplacar los ánimos y buscar la única fórmula que siempre da resultados: el enemigo externo. Marruecos necesita hacer creer a los suyos que la pobreza y falta de trabajo en la que viven los rifeños de Nador desde que ha cerrado la frontera es culpa de España. Y para eso, no hay mejor argumento que enrabietarse con la muerte de una marroquí atrapada en Melilla para abrir las puertas y aplacar los ánimos.

Tenemos demasiado recientes las declaraciones del ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, diciendo que las relaciones con Marruecos son “absolutamente perfectas” como para obviar el detalle del “gesto de rabia” de Mohamed VI. La práctica demuestra que Melilla sigue siendo el objetivo número uno a batir, por delante de Ceuta. No es una cuestión reciente, ni mucho menos.

Cuando el extinto Comité de Liberación de Melilla y Ceuta atacaba a finales de 2013 día sí y día no, lo hacía más en Melilla que en Ceuta. La ciudad caballa, por su cercanía a Algeciras y su menor dependencia de Marruecos, era una presa más difícil. Sin embargo, nosotros estábamos asediados por los saltos a la valla y con revueltas continuas en nuestros islotes cercanos a la costa marroquí; en Beni Enzar y Barrio Chino. Fueron años duros que han quedado atrás. Marruecos zanjó la cuestión metiendo en prisión a Said Chramti, el cabecilla de ese movimiento antiespañol que, curiosamente, para salvarse de la cárcel dijo que había montado sus pollos en ‘tierra de nadie’. Sin embargo, un juez de Marruecos no tragó con eso y se quedó a gusto diciendo que al ser Melilla una ciudad ocupada, en la zona neutral rige la ley marroquí. Y tragamos con eso. Chramti fue a la cárcel y España se sintió resarcida por el castigo ejemplarizante recibido por el alborotador. Rabat nos dio una cal y otra de arena. Nos cambió el castigo de Chramti por la humillación de llamarnos ciudad ocupada y aplicar la legislación marroquí en ‘tierra de nadie’.

Marruecos tiene un problema grave en el Rif desde las revueltas de Alhucemas y especialmente por la proliferación de células yihadistas en las zonas más pobres de las inmediaciones de Melilla. Demasiados frentes abiertos para una región (la de Nador) que aspira a dar el salto y convertirse en paraíso turístico de ingleses y europeos. A las autoridades se les escapa que esos ‘guiris’ son, mayoritariamente, de la tercera edad y que necesitan, sobre todo, atención médica y libertad para consumir barriles y barriles de cerveza al aire libre. Ni el Hospital Hassani está en condiciones de prestar servicios geriátricos de calidad ni el alcohol sale por los grifos con alegría en Marruecos.

Nos congratulamos de que Rabat haya repatriado a parte de los suyos. Muchos melillenses tienen familia del otro lado de la frontera. Lo que le duele a Nador, duele también en Melilla. Pero si de verdad quieren hacerlo bien, deberían llevarse a los 28.000 marroquíes que a día de hoy siguen esperando poder volver a sus hogares. El derecho al retorno es sagrado en democracia.

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