ME encanta que la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, haya delegado en la secretaria de Estado de Exteriores, Cristina Gallach, la llamada a consultas a la canciller marroquí Karima Benyaich, a raíz de que el primer ministro de Marruecos haya dicho a la prensa de su país que melillenses y ceutíes somos marroquíes. El protocolo, cuando se usa con arte, da estos resultados.
Ni por asomo Benyaich puede aspirar a que en estas circunstancias la tratemos de tú a tú. Sobre todo, cuando sabemos de sobra lo que tenía que decir: que el primer ministro marroquí Saadeddine El Othmani no ha dicho nada que no se haya repetido hasta la saciedad en los medios de comunicación marroquíes: que Melilla y Ceuta son tierras ocupadas.
González Laya, con fama de tecnócrata, ha tirado de protocolo para demostrar nuestra superioridad occidental sobre la embajadora marroquí. Ni en sus mejores sueños, Marruecos puede soñar con nuestro PIB y nuestro Estado de Bienestar. No somos iguales y en momentos como éste, es bueno recordárselo a Rabat.
Muchos pueden pensar que la llamada a consultas no ha servido para nada. Marruecos sigue reivindicando la marroquinidad de Ceuta y Melilla y España mantiene la españolidad de las ciudades autónomas. ¿Seguimos como estábamos? Ni por asomo. España le ha hecho saber a Marruecos que ese no es el camino para ser tratado de igual a igual. No somos lo mismo, por más que el rey de Marruecos nade en oro. No está a nuestra altura y de vez en cuando no está de más restregárselo en la cara.
Y mientras en Madrid se llevaba a cabo el diálogo de sordos entre la número dos del Ministerio de Exteriores español y la canciller de Rabat, el periódico Al Sabah publicaba un supuesto rifirrafe entre agentes de inteligencia española y del Magreb, que habría abortado el establecimiento en Melilla de un centro cultural argelino, que disgusta a Marruecos. Dicen las malas lenguas que se barajó su establecimiento en un edificio de la avenida Juan Carlos I, pero eso no hay forma humana de contrastarlo. A día de hoy no hay centro cultural argelino en Melilla y tampoco ha avanzado el proyecto de la línea marítima que nos una con puertos argelinos. De momento, lo único que compartimos con Argelia es el barco de Trasmediterránea. Pero ojo al tema, que escuece en Rabat.
Y no es la única novedad. Según ha podido saber El Faro, supuestamente el Gobierno de Nador ha recibido orden de Palacio para promover en Melilla manifestaciones en contra del Gobierno local, enfocadas a ‘testear’ a la opinión pública para saber qué piensa de la cosoberanía con Marruecos, pero también tensando la situación, exigiendo la apertura de la frontera.
A este tipo de informaciones tan difíciles de contrastar únicamente hay que darles tiempo. Sólo hay que sentarse a esperar a que pasen (o no). Pero no pensemos, ni por asomo, que Marruecos se va a quedar de brazos cruzados. No lo hará.
Nuestro vecino se ha envalentonado con el apoyo explícito de Trump a la marroquinidad del Sáhara y a los contactos con estados europeos como Portugal e Italia que, siempre según Marruecos, estarían dispuestos a desoír a la ONU y reconocer la soberanía marroquí sobre territorio saharui.
Hasta que no lo vea, no lo creo. Marruecos saca pecho porque en el último año varios gobiernos le han dado su apoyo en el tema del Sáhara. ¿Pero quiénes le apoyan? El Congo, Gabón, Santo Tomé y Príncipe, la República Centroafricana, Costa de Marfil y Burundi. No están precisamente entre los estados que destacan por su democracia consolidada. Eso y nada es lo mismo.
Pero ha venido Trump a darles la palmadita en la espalda que necesitaban y a Marruecos se le ha ido el santo al cielo. Ojo, que Trump está de salida. Veremos a ver qué ocurre con Biden.
A Marruecos no podemos quitarle ojo de encima. Cuando habla de la cosoberanía, me pregunto ¿qué quiere que compartamos? Democracia y dictadura son incompatibles. Son contrarios. No hay consenso posible.
Los melillenses no estamos dispuestos a renunciar a la libertad a cambio de dátiles y atún fresco. Tenemos que repensar nuestra relación. Esta que teníamos ha hecho aguas. Y ahora sólo pedimos a nuestras autoridades que estén a la altura del momento histórico que nos ha tocado vivir.
Si queremos que nuestros hijos crezcan en esta tierra, hay que buscar la manera de forjar nuestra identidad. No tiene que ser ni 100% de un lado, ni 100% del otro. Tenemos que trabajar sin complejos en lo que hoy somos: una ciudad multicultural en la que cabemos todos. No nos sobran nuestros vecinos musulmanes, ni los cristianos, ni los judíos ni los gitanos, ni los chinos. Somos Melilla y eso hay que asimilarlo.
Da igual lo que quiera Marruecos si todos y cada uno de nosotros tiene claro lo que quiere ser: español, demócrata y europeo.
Espero con ansias el discurso de hoy del Rey Felipe VI. Ojalá Melilla y Ceuta formemos parte de sus mejores deseos. Sería una buena manera de contestar a Rabat.
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