Marruecos-España: una relación ‘mejorable’

ENTRE el 27 de abril y el 29 de mayo hay apenas un mes de diferencia. Sin embargo, en esos 32 días las relaciones entre Marruecos y España han pasado de ser “absolutamente perfectas” a ser “mejorables, pero muy estrechas”. Detrás de estas definiciones del estado de la relación bilateral entre los dos países está la misma persona: el ministro socialista del Interior, Fernando Grande-Marlaska, que ha pasado de verlo todo color rosa a reconocer que las cosas no son tan perfectas como él decía (o creía) que eran. Pero ¿qué ha pasado para que la perfección se desvirtúe y baje a la categoría de “mejorable”? ¿De verdad tenemos relaciones “estrechas” con Marruecos? Mucho me temo que aquí lo único que se ha estrechado es el cerco sobre Melilla y Ceuta, hoy más asfixiadas que nunca. No soy ni la primera ni la última persona que cree que en la relación bilateral entre Madrid y Rabat, es éste último Gobierno quien lleva la voz cantante. Nos chantajea con la presión migratoria porque no hemos podido conseguir un compromiso claro de la Unión Europea de manera que Marruecos sepa que cuando hace la vista gorda en la frontera no echa un pulso a España si no a la UE; que cuando ataca a uno nos ataca a todos. Porque los inmigrantes, y eso lo tienen todos más o menos claro, entran por nuestras fronteras pero en su gran mayoría continúan camino a Francia, Alemania, Bélgica o los países nórdicos. Pero por más dinero que le demos a Marruecos o que Europa le destine, Rabat es consciente de que tiene la sartén por el mango y de que mientras sea un país de tránsito la inmigración seguirá siendo una gran industria que da de comer a mucha gente. Y no hablo solo de las redes ilegales de tráfico de personas sino de toda la infraestructura montada para frenar los flujos migratorios. No estamos en los tiempos de Aznar ni pretendemos que se responda como en Perejil, por ejemplo, a la ampliación de las fronteras marítimas de Marruecos hacia España, haciendo suyas por la vía de los hechos consumados aguas canarias que nuestro país solicitó a la ONU en 2014. Pero es evidente que algo no va bien. El ministro del Interior dijo el 27 de abril que las relaciones entre España y Marruecos son “absolutamente perfectas”. Eso ocurrió apenas un mes después de que Rabat publicara en su Boletín Oficial las dos leyes que amplían la delimitación de aguas territoriales y que echa un pulso a España y a sus fronteras marítimas en Canarias. Curiosa respuesta. El gesto de “rabia” de Mohamed VI de sacar a 200 marroquíes de Melilla en respuesta al fallecimiento de una de sus nacionales, acogida en la Plaza de Toros, a la que el propio Marruecos privó de la posibilidad de confinarse con su familia en su país tras cerrar unilateralmente la frontera con un despliegue espectacular de efectivos en ‘tierra de nadie’, nos lleva a pensar que esas relaciones son, en efecto, mejorables. Y no vamos a desmentir al ministro. Si él dice que estamos en “estrecha” relación, habrá que llevarse las manos a la cabeza porque no sabemos a qué se refiere exactamente Marlaska. Si eso fuera verdad, entonces nuestra preocupación debería ser aún mayor de lo que es hoy. Si nuestro Gobierno mantiene un contacto cercano con el país vecino, y a nosotros nos va como nos va, entonces deberíamos tomárnoslo más en serio. Esto es grave. Os pongo un ejemplo. Es difícil entender que la prensa marroquí, muy controlada por su Gobierno, salga en multitud a cuestionar la decisión de la delegada Sabrina Moh por devolverle entre esas 200 personas atrapadas en Melilla a algunos ciudadanos que tenían doble ciudadanía (española y marroquí). ¿Cuál es el problema para un país que no reconoce la doble nacionalidad? Yo no lo veo por ninguna parte. Pero con esto, desde el otro lado de la frontera, escenifican la tensión que todos adivinamos y que nuestro ministro del Interior se esfuerza en disimular. Melilla y Ceuta no están hoy en una situación holgada como para que nuestro Gobierno se permita tibiezas. Marruecos lleva años preparando nuestra asfixia. Ha dado pasos en ese sentido y nosotros hemos pecado de incautos o eso parece. Porque en política las decisiones más importantes no se toman ante una tribuna pública. Los habitantes de las dos ciudades autónomas nos sentimos abandonados políticamente por el Gobierno de la nación. Podemos rediseñar nuestra economía, lo hemos hecho a lo largo de la historia, pero eso no es algo que se hace de la noche a la mañana y mucho menos en un contexto de crisis sanitaria, económica y social como la actual. Lo tenemos difícil y lo que debería ser bueno para los dos países (el tráfico fronterizo y el intercambio comercial) hoy por hoy no existe.

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