Si pasa una vez es noticia. Si pasa dos, es casualidad, pero si pasa siempre entonces aquí hay gato encerrado. No falla: cada vez que baja la ocupación en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes de Melilla hay un salto masivo a la valla, que nos deja la reputación online por los suelos, pero garantiza puestos de trabajo en el CETI y en toda la gama alta y baja de ONG que llegan hasta donde no puede llegar la Administración.
Cuando apenas quedaban unos 50 migrantes en el Centro de Estancia Temporal, entran 500 de golpe a Melilla. Así funciona, al parecer, por decisión divina, la maquinaria de la inmigración en nuestra ciudad. Nos guste o no, es una de las grandes industrias de esta tierra.
Y esto no es de ahora. Llevamos años denunciando esta situación. Porque cuando no hay subsaharianos a la vista, el CETI se nos llena de marroquíes que huyen de su país perseguidos por su condición sexual o porque practican religiones minoritarias. Siempre hay una salida para no cerrar unas instalaciones abonadas al límite de su capacidad.
No me explico cómo es que en Marruecos nadie no vio a 1.200 personas de piel negra corriendo en tropel hacia la valla. Es inexplicable para quien no sepa cómo se las gasta nuestro vecino. Para nosotros, los melillenses, aquí no hay misterio. Está todo muy visto.
El latiguillo de que Marruecos colabora es sólo un eufemismo. Si usted pone a una decena de mejanis a vigilar todo el perímetro fronterizo aparenta que colabora, pero en realidad está actuando como un catalizador de los saltos a la valla.
Desde luego diez mejanis, ni adiestrados por el Cuerpo de Marines de Estados Unidos, pueden parar un regimiento de 1.200 migrantes subsaharianos, como el que intentó saltar la valla este miércoles en Melilla.
Ya conocemos las costuras de la colaboración de Marruecos. Creer a día de hoy que nos va a guardar las fronteras con lealtad es una temeridad. Por tanto tenemos que reforzar nuestro perímetro fronterizo con recursos propios o procedentes de Europa. Tenemos que dejar de creer ciegamente en la propaganda marroquí que dice que destinan "ingentes recursos" a la vigilancia de la frontera sur de la UE.
Sólo hay que ver el vídeo del salto a la valla de Melilla del miércoles pasado desde el lado marroquí. Hay policías en Haití con mayor agilidad y más nervios a la hora de enfrentar un suceso sin precedentes en la historia de esta ciudad.
Por tanto, no podemos seguir negando la entrada de fuerzas del Frontex en Melilla sólo porque esto puede herir la sensibilidad de determinados cuerpos. Aquí no podemos tolerar a gente incómoda con Europa.
También sería interesante que el Ejército español colabore en las labores de vigilancia del perímetro fronterizo. Es inexplicable que en pleno salto a la valla efectivos militares patrullen la zona llevando a cabo ejercicios rutinarios, como defendieron desde la Comgemel.
Señores, esta es la realidad. Lo demás es el metaverso. No podemos seguir simulando que lo que tenemos ante nuestros ojos no está pasando o en caso de aceptarlo, que no es tan grave como parece. Negar la realidad no soluciona los problemas. Nos convierte en fantasmas. Porque eso es lo que somos hoy: fantasmas de nuestros miedos y esclavos de nuestra debilidad internacional.
Melilla merece más que imágenes durísimas en los telediarios de hombres jóvenes saltando la valla que divide el tercer del primer mundo. Pero, sobre todo, merece hacer algo por nuestros agentes de la Guardia Civil heridos.
Los familiares de esos efectivos del Instituto Armado son conscientes del riesgo que entraña su trabajo, pero aspiran a que vuelvan cada día sanos y salvos a casa. No podemos mandarlos a un escenario violento con cascos endebles, escudos frágiles y en un número notablemente inferior a quienes quieren entrar por la fuerza porque tienen hambre física y mental. No sólo sueñan, sino que además, aspiran a vivir en un paraíso que no existe.
La práctica nos demuestra que los compromisos de los políticos no se acaban de cumplir. La valla de Melilla se ha convertido en un amasijo de alambre que engulle millones y millones de euros sin que consiga cumplir su objetivo.
Los migrantes saben que la ruta europea está ahora colapsada por los refugiados ucranianos y previsiblemente probarán otras vías. Melilla siempre es una alternativa recurrente, sobre todo, para los que no tienen nada que perder.
Los migrantes que entran en nuestra ciudad son cada vez más jóvenes. Nos hemos convertido en la única salida para un África subsahariana a la que nadie quiere ir a poner paz. Al parecer nos sale más barato conceder asilo que ayudar a poner las cosas en orden en el avispero del mundo.
Está bien que venga la directora general de la Guardia Civil, que venga el ministro Marlaska o que llame Pedro Sánchez. Eso significa que saben de qué va esta historia. Saben a lo que nos enfrentamos. Ahora sólo falta que se pongan a trabajar para solucionar este entuerto.
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