Opinión

Marruecos, en aprietos con Europa

El ministro de Exteriores de Marruecos, Nasser Bourita, ha acusado a España de querer europeizar una crisis que ellos entienden que es exclusivamente “bilateral”. O sea, este señor pretende geolocalizar el conflicto de manera que sea sólo hispano-marroquí porque él, unilateralmente, entiende que estas desavenencias sólo pueden terminar con el reconocimiento español de la soberanía de Mohamed VI sobre el Sáhara Occidental.

Según dice el ministro marroquí, su país ha recibido apoyos de naciones europeas que, por cierto, no menciona. Nosotros le invitamos a que lo haga. A que diga qué país de la Unión ha decidido cambiar a España por Marruecos. ¿Cuál es el misterio?

A Rabat se le olvida que somos un país miembro de la Unión Europea no sólo porque nuestra moneda es el euro; porque nuestros ciudadanos y mercancías pueden circular libremente por el espacio Schengen o porque compartimos presupuestos comunitarios con 27 países, entre ellos las grandes potencias: Alemania y Francia.

Somos europeos, sobre todo, porque compartimos valores y la defensa del Estado de Derecho. Somos europeos porque tenemos diputados en el Parlamento Europeo y por tanto, tenemos voz y voto, en la Unión.

El problema es que Marruecos, harto de mirarnos y tratarnos como si fuéramos una república bananera, terminó creyendo que lo éramos. Y no sólo eso, olvidó que somos un país europeo y que quien se mete con uno, se mete con todos.

Tras la marcha sobre Ceuta, Marruecos se dio de bruces con la realidad. Su osadía de abrir las fronteras y enviar 10.000 mujeres y niños a España, encontró el rechazo de la UE y una ratificación de la españolidad de la frontera sur en África. Y no sólo eso, este jueves estaba previsto que gracias al impulso de la diputada española Soraya Rodríguez, de Cs, en Europa se apruebe una condena a Rabat por violar la Convención de los Derechos del Niño.

Preso de la ira, a Marruecos se le olvidó no sólo que Ceuta y Melilla son españolas y, por tanto, europeas. También obvió que los menores de edad están protegidos internacionalmente y no se pueden usar como herramientas para resolver conflictos diplomáticos.

¿Qué habría pasado si en lugar de 10.000 personas (mujeres y niños fundamentalmente) hubieran intentado entrar en España 100.000? ¿Qué decisión habría tenido que tomar el Ministerio de Defensa español que ya tenía los tanques desplegados a pie de playa?

Esto es Europa. Aquí no puedes utilizar a los niños como escudos humanos e irte de rositas. Que los derechos de los menores no estén a salvo en Marruecos es algo que no sólo Europa, sino además, la Organización de Naciones Unidas está obligada a condenar.

El problema de Marruecos no es que estuviera furioso por la entrada de extranjis del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, en España, muy enfermo de coronavirus. El problema de Rabat es que estaba esperando cualquier excusa para saltar como un león sobre España. Y se centró tanto en la técnica del salto mortal, que olvidó que un zarpazo a nuestro país es necesariamente un zarpazo a la Unión Europea.

Una organización, no se nos olvide, que Marruecos pretende que le trate como socio preferente. ¿Y quién le avala en Bruselas? Pues nada y más y nada menos que España. Vamos, que de momento, está sin aval y sin crédito. Porque la responsabilidad, la lealtad y la seriedad de Marruecos salieron muy mal paradas en Ceuta.

Ya el último argumento del ministro de Exteriores de Rabat es comparar a los independentistas catalanes con el Frente Polisario. Nasser Bourita pretende que legitimemos su invasión de 1975 y que ignoremos el conflicto armado que está teniendo lugar en estos momentos o que aún queda pendiente un referéndum en el Sáhara Occidental, evidentemente, controlado por observadores internacionales.

¿Por qué si el Sáhara es marroquí hay guerra en estos momentos? ¿Por qué si El Aiún es marroquí, el Gobierno de Rabat no quiere un referéndum? Sencillo: en Marruecos saben que lo tienen muy difícil para ganar unas votaciones de autodeterminación y los estados totalitarios nunca se arriesgan a promover elecciones libres. Eso, para ellos, es un riesgo innecesario que no están dispuestos a correr.

Evidentemente no es comparable el independentismo catalán con el Frente Polisario. Quien crea que son la misma cosa, tiene una miopía política y debe hacérselo mirar con urgencia. No lo son ni pueden serlo porque Cataluña es una comunidad autónoma española y la ONU no ha pedido que se haga un referéndum. Lo piden quienes han decidido que no quieren ser españoles y que, por cierto, no tienen el apoyo de la mayoría de la población. Tienen la región partida en dos.

Marruecos sigue empeñado en enconar una crisis que debería resolverse por el bien de la economía de los dos países. Evidentemente, en medio de la pandemia, el reino alauí necesita desviar la atención sobre los problemas que de verdad preocupan a su gente. El sentimiento nacionalista no se come ni financia la construcción de hospitales. Están en un aprieto y no sólo con España y con toda Europa. Están en un aprieto con sus ciudadanos, que están hartos de tener que emigrar en busca de un futuro prometido que sólo es eso: una promesa que nunca se cumple.

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