En la Segunda Guerra Mundial, por Casablanca fluía un río de refugiados huyendo del nazismo. Judíos, exiliados políticos y ex soldados derrocados por Hitler llegaban en barcos y trenes con el anhelo de viajar a Estados Unidos. Muchos pasaron por las manos de una mujer, una abogada judía marroquí, hoy olvidada, que se propuso no dejar que durmieran en la calle ni murieran enfermos.
"Hay que devolver a esta mujer su lugar en la historia". La que habla es la investigadora Susan Gilson Miller y "esta mujer", Nelly Benatar, cuya vida ha conseguido reconstruir escrutando 18.000 documentos que muestran cómo ayudó desde Casablanca a miles de refugiados, que se toparon allí con un frío protectorado francés bajo el gobierno pronazi de Vichy.
Buceando en la historia marroquí que tan bien conoce, Gilson, catedrática de Historia en la Universidad de California, se topó con esta figura pionera e "inusual", de buena familia criada en Tánger, sofisticada, políglota, culta y, sobre todo, dispuesta a ayudar a toda costa a los que acabaron en Marruecos escapando de Europa.
A base de cartas, facturas, fichas, cuentas, notas, listas y recibos, guardados en la casa de Benatar de Casablanca, Gilson ha reconstruido el puzzle de su vida y lo muestra ahora en su nuevo libro "Years of Glory" ("Años de gloria").
De haber sido "Casablanca" efectivamente rodada allí, Benatar habría coincidido con Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en las calles de la ciudad, donde recrearon, desde Hollywood, una historia de amor con el trasfondo de esos mismos refugiados a los que ella dio techo, vistió y dotó de salvoconductos con dedicación absoluta durante más de cinco años.
Desde su casa de Davis (California), por videoconferencia, Gilson relata ahora a Efe la fuerza de Benatar, que "rompía moldes en todos los sentidos". Fue la primera mujer abogada de Marruecos tras graduarse a distancia en su treintena y con dos hijos a las espaldas.
"Tenía el poder de reunir a la gente. Como estaba entre la élite de la comunidad judía, gente con dinero, los organizó para apoyar a los refugiados. Fundó un comité de asistencia, con lo que tenía dinero para comprar comida y ropa a los que llegaban".
Es difícil calcular cuántos arribaron por mar desde Francia o por tren desde Argelia, buscando embarcarse rumbo a Estados Unidos. "Ella decía que 60.000 personas transitaron Marruecos en la Segunda Guerra Mundial y que ella les ayudó. Otra gente dice 20.000 personas. Es imposible saberlo porque no se llevaba la cuenta", lamenta Gilson.
En esa época, en Marruecos había una amplia y comunidad judía de 250.000 personas (hoy apenas quedan 2.000) que se movilizó, comandada por ella, para ayudar a los exiliados y preservar sus derechos, mermados por el Protectorado francés de Vichy.
Gracias a sus conocimientos en leyes y su influencia -tenía contactos en el consulado americano, el gobierno francés y la magistratura-, los sacaba de barcos bloqueados en el puerto y les conseguía visas, protección, comida y trabajo.
Incluso ayudó a los olvidados de los olvidados: prisioneros judíos, y también españoles, en campos de concentración del desierto del noreste de Marruecos que trabajaban en minas y construyendo el ferrocarril Transahariano, planeado para llevar desde África minerales al régimen nazi.
La penuria de esos prisioneros, resume Gilson, "no es una historia bonita, no es una historia que nadie quiera contar, no se ha publicitado mucho y apenas se ha escrito sobre ella".
Los judíos presos y, sobre todo, los españoles -entre 2.000 y 4.000 republicanos que lucharon en la guerra civil en España- "eran como huérfanos, a nadie les importaba y nadie intentó ayudarlos".
Benatar, enterada de su existencia por las cartas que recibió de los propios presos, recorrió en coche 1.700 kilómetros en 1943, cuando los aliados habían desembarcado en el norte de África y parecía que por fin iban a ser liberados, para visitar esos lugares y ser testigo de sus lamentables condiciones de vida.
La hazaña de esta mujer quedó sin embargo enterrada entre sus papeles. Después de la guerra Benatar viajó Estados Unidos -donde se encontró con algunos "salvados" por ella- y dio conferencias, se reunió con Eleanore Roosevelt y pidió reconocimiento a Francia por su papel en la resistencia. No lo consiguió. No hay calles a su nombre, ni monumentos en su honor, recuerda la investigadora.
"Mientras otros que actuaron de una manera similar se han hecho muy famosos, a ella se la ha guardado en un cajón. Su historia personal se ha olvidado completamente. ¿Quizás porque es una mujer? ¿Porque es judía? Es difícil de decir, pero ha sido olvidada".
El único tributo, de momento, es la inscripción que sus hijos le dedicaron en su lápida del cementerio Pantin de París, donde murió en 1979: "A nuestra madre, mujer heroica que ayudó a tantos necesitados".
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