Categorías: Sociedad

María Orlinda, protectora de los más vulnerables

Ya son tres décadas de lucha por la defensa de los animales y plantas sin recibir nada a cambio.

María Orlinda Montiel tampoco busca galardones ni reconocimientos, sólo el necesario sustento financiero para atender a más de 500 animales que abarrotan las modestas instalacciones de la Sociedad Protectora de Animales y Plantas. Orlinda -Linda, le dice su gran amiga Isabel Amigó- es infatigable y tiene muy claro, desde hace más de 30 años, que ha de dedicar su vida a la especie animal.
Las administraciones, a veces, parecen insensibles porque, acaso, sus mandatarios puedan pensar que el respeto y el cariño a estos seres vivos es una cuestión secundaria. Afortunadamente, las amigas de María Orlinda no piensan lo mismo, sino todo lo contrario y no dudan en invertir todo su tiempo de ocio en el cuidado de esas criaturas masificadas en la Protectora, masificadas porque se dan casos curiosos. Sí, como la señora o el señor que llega a la puerta y deja a su perro o gato para que Linda se encargue de él o ella.
"Hay que ser responsables. Antes de adquirir un animal hay que pensar que es uno más de casa y que no se le puede abandonar", dice la presidenta, dama que teme la llegada de las Navidades porque, 'ay qué ilusión, le voy a regalar un perrito a mi niño'. Al principio ese cachorro es el rey de la casa, a todos gusta y todos lo quieren porque no se han dado cuenta sus receptores que el perro caga, mea y se pone malo, como todo quisqui y, entonces, llegan las 'madresmías'. El cachorro, que ya no es un juvenil, se convierte de ser querido en un aparato molesto.
Lo peor llega seis meses después de las Navidades. Hay que irse de vacaciones, 'caramba, ¿qué hacemos con el perro?'. No se selecciona un establecimiento hotelero que admita a mascotas. 'Bueno, total', como hemos disfrutado bastante del bicho, lo abandonamos o se lo mandamos a Orlinda'. Sí, éste suele ser un final habitual -no todos los ciudadanos se comportan igual- de la que fue la feliz llegada del cachorro en casa. "Y ya no puedo más", señala la señora Montiel: "He llegado a poner dinero mío, he llegado a vender joyas muy personales, me he sacrificado, doy mi vida por estas criaturas, pero cada día es más difícil".
Cuando la guarnición melillense superaba las 20.000 almas armadas, de todas las unidades sobraba comida y la Comandancia General la hacía llegar a la Sociedad Protectora de Animales y Plantas y a María Orlinda se le iluminaba la cara cada vez que veía acercarse un camión color caqui. Hoy es distinto porque hay menos soldados y, en la mayoría de los casos, comen en sus hogares. Poco llega a los gatos y perros de Linda de la milicia. Poco recibe, por otro lado, de la Ciudad Autónoma pero la Montiel es una idealista que confía en el futuro, aunque con recomendaciones.
"Hay que castrar a los animales de manera que su población no supere las posibilidades de la sociedad, sobre todo a los gatos". Y es que los felinos son demasiado promiscuos y no es cuestión de sembrar Melilla de una sinfonía de maullidos.
No hace tanto, la Asociación de Estudios Melillense (AEM) -estaba presidida por don José Luis Blasco, otrora también Protector del Patrimonio Cultural de Melilla-, digo que no hace tanto que la AEM reconoció la labor de María Orlinda y ella, tan pancha "no me lo merezco"; estaba y está equivocada. Seres humanos tan comprometidos con una causa hay pocos. Coqueta y solidaria, la señora Montiel es significada parte del patrimonio humano melillense.

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