Opinión

La maquinaria de la muerte más infame de la Segunda Guerra Mundial

Entre las atrocidades incesantes que las Fuerzas Armadas Unificadas de la Alemania Nazi perpetró en el Viejo Continente a lo largo del Tercer Reich, resulta complicado distinguir cuál de éstas se convirtió en la más determinante y monstruosa. Sin embargo, entre lo macabro y brutal, podría seleccionarse una de las páginas más tajantes como la ‘Matanza de Babi Yar’, que no igualó a ninguno de los campos de exterminio en un período de tiempo similar.

Acaeció hace ochenta años, cuando las Tropas de Adolf Hitler (1889-1945), en pleno hervor por controlar y rendir a la Unión Soviética, oficialmente, Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS, se hicieron con la capital ucraniana el 19/IX/1941 y sólo diez días más tarde, realizaron la barbarie en una única operación: en cuarenta y ocho horas, escuadrones de ejecución itinerantes especiales formados por integrantes de las SS, SD y miembros de la policía secreta y colaboradores locales, asesinaron a destajo 33.771 judíos, trasladando indiscriminadamente a hombres, mujeres y niños hasta el borde de un barranco, donde sistemáticamente se sacrificaban para que sus cuerpos se despeñaran en una enorme fosa común anónima.

Lo que, sin duda, pudo conjeturar el asalto irrevocable del régimen nazi hacia la limpieza étnica y el ‘Holocausto’. En otras palabras: aquellos hechos aberrantes que no poseen calificativo alguno, sin motivo y razón y valga la redundancia, sin juicio previo, familias enteras fueron exterminadas; pero antes, hubieron de cavar su propia tumba, acostarse desnudos sobre otros cadáveres en sentido contrario y esperar a ser fusilados.

Actualmente, faltan por desenmascarar las señas de identidad de 5.471 difuntos, con el precedente que la víctima más joven reconocida recae en un bebé de escasamente dos días.

Asimismo, este episodio aciago que rebasó la escala de la indignidad, maldad y depravación, representó un intervalo crucial en el consabido ‘Holocausto de balas’, con el posterior fusilamiento de 1,5 y 2 millones de judíos en las primeras auras de la ‘Segunda Guerra Mundial’ (1-IX-1939/2-IX-1945), básicamente, entre Polonia y la Unión Soviética.

Porque, las cámaras de gas no eran tanto una fórmula exclusiva de matar a judíos, nacionalistas ucranianos, rumanos, comunistas, prisioneros de guerra, partisanos, resistentes y gitanos en una única jornada, sino un medio en el que los homicidios resultaban más llevaderos, para quiénes a sangre fría y sin ningún tipo de complejos realizaban los asesinatos en masa.

Con estas connotaciones preliminares, la ‘Matanza de Babi Yar’, que pasó a la Historia como uno de los epicentros críticos del ‘Holocausto’ en la Europa del Este, simbolizó un salto cualitativo en la progresión de los Ejércitos germanos en dirección al corazón de la URSS, como venía sucediendo desde 1939 en las franjas invadidas. Llámense, Ucrania y otros espacios rusos, ahora transformados en laboratorios de la ‘Solución Final’: la liquidación total.

“Babi Yar, epítome de lo inicuo e inhumano combinado con lo macabro, escenifica la voluntad nazi de dar un paso al frente sin retorno hacia el abismo de los judíos, produciendo un punto de inflexión, porque en el fondo de esta hondonada, la tierra todavía parece sacudida por lo que se desencadenó y agitada por lo que encubre”

Hoy, ‘Babi Yar’, es una grieta y, a su vez, una fractura de cientos por miles de almas que ya no pueden ser reparadas. Digamos, la primera cita del ‘Holocausto judío’, preparada con eficacia mortal por los comandos de ejecución a las afueras de Kiev. Y, a modo de quebrada angosta, es un socavón inexpresivo, donde el genocidio se asoció con la orografía, abriéndose camino al vacío que en aquel momento se hallaba al borde de este barranco, el justo y necesario para que los cuerpos acribillados contorneasen cuesta abajo con el resto de los infelices.

Durante dos meses y al objeto de no dejar un mínimo indicio o rastro de toda la evidencia, se amontonaron los cuerpos desenterrados y los incendiaron en series de dos mil, no sin examinar los restos consumidos y putrefactos, con la ambición de localizar dientes de oro o alguna otra adquisición que no hubiesen decomisado. Los fuegos fatuos se distinguían a lo lejos desde el centro de Kiev, y los huesos que no se carbonizaban seguidamente eran aplastados.

Pero, para percatarnos de la mayor masacre cristalizada en un tiempo récord y comparativamente insignificante, es preciso hilvanar dos componentes ingeniados para recrear el caldo de cultivo.

Primero, el ‘nacionalsocialismo’ aunaba nueve años de alinear el emblema de la judería europea, con la propaganda como punta de lanza y uno de los instrumentos más mortíferos, hasta prensar el terreno favorable a ‘Babi Yar’ y el mismo que labró el complejo de Auschwitz. Otorgando autoridad moral a los habitantes de los estados de Europa y enfervorizando a los que no se atrevían a acometer cuantas fechorías e insensateces se conformaron.

Precisamente, en Ucrania se ratificaba un descontento extendido contra el estalinismo, además de la impronta soviética que inculpaba a los judíos. Simultáneamente, los nazis combinaron el bolchevismo con el judaísmo, hasta integrarlo en un mecanismo discriminatorio: ‘todo judío era comunista y todo comunista era judío’. Con lo cual, la escalada de intemperancia y aborrecimiento que inducía, únicamente se concibió años después. Y, segundo, el 22/VI/1941, Hitler quebrantó tajantemente los Acuerdos rubricados en el ‘Tratado de Paz y No Agresión’, estampados encubiertamente por los Ministros de Relaciones Exteriores de la Alemania Nazi y la Unión Soviética, conocido coloquialmente como ‘Pacto Ribbentrop-Mólotov’ o ‘Pacto germano-soviético’. A partir de aquí, se generó la hecatombe con el mandato expreso de aniquilar cualquier unidad o afinidad judía que surgiese en la invasión.

Horas antepuestas al exterminio, o séase, el 28/IX/1941, los judíos de Kiev eran convocados para personarse en la plaza y la advertencia al pie de la letra descorchaba los tintes despiadados: “Todos los judíos residentes en Kiev y sus alrededores deben presentarse mañana lunes a las ocho de la mañana en la esquina de las calles Melnikovsky y Dokhturov. Deben portar sus documentos, dinero, objetos de valor y también ropa de abrigo. Cualquier judío que no cumpla estas instrucciones y que sea encontrado en algún otro lugar será fusilado. Cualquier civil que entre en las propiedades evacuadas por los judíos y robe sus pertenencias será fusilado”.

Retrocediendo unos meses, el 22/VI/1941, los contingentes nazis y sus aliados penetraron en la Unión Soviética con la ‘Operación Barbarroja’ (22-VI-1941/5-XII-1941). Constatándose imágenes de judíos ucranianos ahondando sus sepulcros en la localidad de Storow, Ucrania, hasta que la consternación dejó de ser imparable.

‘Babi Yar’, en ucraniano, ‘barranco de la abuela’ y próximo a él ubicada una penitenciaría y un psiquiátrico, era un área perfecta que no quedaba distante de Kiev, sin entorpecimientos e interrupciones y lo mejor de todo: sin testigos aparentes de primerísima mano. La pócima estimulante sobrevino el 27/IX/1941, cuando se mataron 752 pacientes de la Clínica. El General Kurt Eberhard (1874-1947) y el Comandante de la Policía del Ejército Grupo Sur, Friedrich Jeckeln (1895-1946), se empecinaron en tachar del mapa a los judíos de la periferia.


Un dato influyente que no ha de soslayarse de esta disertación: en 1939, vivían en Kiev 175.000 judíos, constituyendo el 20% poblacional, aunque con el desbordamiento germano, ya había numerosos evadidos, dejando la cuantificación en algo más de 50.000. Fijémonos en el escritor y periodista soviético judeoruso Vasili Semiónovich Grossman (1905-1964), al referir que realmente concurrieron dos Shoah, del hebreo שואה, "catástrofe": primero, la efectuada mediante las balas; y, segundo, valiéndose de un pesticida como cianuro de hidrogeno y un irritante ocular preventivo.

‘Babi Yar’ era la puesta de largo de un acto encaminado a devastar a un grupo nacional, étnico, racial o religioso: los judíos. Sucintamente, redundó el protagonismo de los 3.000 individuos pertenecientes a los ‘Escuadrones de Ejecución’ o ‘Einsatzgruppen’, en total cuatro: el ‘Einsatzgruppen C’, adjudicado a Ucrania con los Ejércitos del Sur y operando con los ‘Sonderkommandos’ 4a y 4b llamados a agrupar a la urbe que habría de finiquitar; además, los ‘Einzatzkommandos’ 5 y 6, prestos a los fusilamientos indefinidos; y finalmente, otras entidades concernientes a la primera línea que no intervenían en las matanzas.

Ni que decir tiene, que, con las embestidas de la conflagración percutiendo, el punto de mira era clarividente: la limpieza étnica para garantizar la seguridad política de los enclaves ocupados.

Entre tanto, las vías se ensancharon desde la infiltración de Polonia, y cuando las Fuerzas del Eje atravesaron los límites fronterizos el 22/VI/1941, se abordó la riza de los varones judíos. Ya, el 16/VII/1941, Hitler amasó a sus cómplices para exponerles radicalmente, que Ucrania se transmutaría en una joya del Imperio nazi, gobernada por las SS y otros Cuerpos de Seguridad.

En las postrimerías de agosto de 1941, Kiev terminó a merced de los germanos: tras las incertidumbres de Iósif Stalin (1878-1953), el General a cargo de la jurisdicción, Mijail Petróvich Kirponós (1892-1941), acogió la encomienda de retirarse de Kiev el 17/IX/1941.

Transcurridas cuarenta y ocho horas, los nazis comparecieron en las inmediaciones de la metrópoli y algunos distritos colindantes; en la jornada del 21, los ciudadanos prestaron oídos a un mensaje emitido por radio del ‘Gabinete de Información Soviético’ o ‘Sovinformbureau’, lo que es la agencia de noticias, comunicando que las facciones soviéticas abandonaban la zona. Pero, con anterioridad, llevaban semanas mencionándoles que eso no ocurriría.

En paralelo, en la capital un número importante tenían parientes adscritos al ‘Ejército Rojo de Obreros y Campesinos’, denominación oficial de las Fuerzas de la República Socialista Federativa Soviética. Como del mismo modo, no eran pocos los hogares que quedaron diezmados y a su suerte, por las diversas hambrunas y la colectivización impuesta en la década de los treinta, desatando nada más y nada menos, que más de tres millones de extintos.

Paulatinamente, el escenario y contexto que se cernían entre los activos del ‘Ejército Rojo’, obviamente, con el deber de salvaguardar Kiev, continuaba rondando en el aislamiento y llama poderosamente la atención, que, en las estadísticas realizadas a posteriori, se indicaran autolesiones de aproximadamente 500 heridos en enfermerías, mostrando una descarga en el brazo izquierdo.

Mientras, en el horizonte se atisbaba el vuelco de la ‘concentración’ a la ‘eliminación’.

En aquellos trechos, residía un antibolchevismo acentuado, en oposición al ala del partido laborista socialdemócrata ruso y muchos dieron el parabién a los alemanes, presuponiendo que les rescatarían de la supremacía estalinista.

Otros, se entusiasmaron al creer que, definitivamente, como llanamente se diría con palabras grandilocuentes, pusiese en ‘su sitito’ a los judíos, a los que la propaganda soviética denunciaba de ser los promotores de la elevada tasa de mortalidad por el hambre y la desnutrición que, evidentemente, indujeron a la colectivización agraria.

Algo así, como una política puesta en movimiento para apuntalar la tierra en dominio popular, y la mano de obra en granjas de aprovechamiento colectivo y de explotación estatal. A sabiendas de todo ello, jugaba a favor de los nazis la resonancia de lo acaecido en la ‘Primera Guerra Mundial’ (28-VII-1914/11-XI-1918), en el momento que los alemanes invadieron la superficie y difundieron una disposición para impedir el acometimiento de cualquier minoría, incluyéndose la judía.

Claro, que Alemania era una potencia europea, de ahí que se valorase que una hipotética incursión, no sería peor congeniada que en el caso de los bolcheviques. Progresivamente, el relieve agreste y las peculiaridades insólitas que englobaba el barranco de ‘Babi Yar’, proporcionaría el desenlace integral para la realidad que sobrevolaba en las mentes y corazones. Los decibelios y las sospechas cundían sin demora, desde la revelación de la batida nazi.

Pero, las víctimas a duras penas sopesarían la magnitud de lo que se avecinaba, porque en un lapso relativamente efímero, ‘Babi Yar’, iba a convertirse en la mayor de las masacres.

Quizás, cabría preguntarse, por qué con el avance sobre Ucrania, permutó drásticamente la política de los nazis con relación a los residentes judíos, pasándose de centralizarlos a liquidarlos precipitadamente.

En esta tesitura, historiadores y especialistas coinciden en fundamentar, que una de las motivaciones respaldadas radicó en trasegar el conflicto a escala global: las maquinaciones de despachar a los judíos más allá de Alemania, se tornaron enrevesadas. Sin desbancar, la alternativa de Madagascar.

En un abrir y cerrar de ojos, Ucrania, Bielorrusia y otras demarcaciones soviéticas, se erigieron en chivos expiatorios del ‘Holocausto’.

De la noche a la mañana, se determinó quitar cuanto antes a hombres, mujeres y ancianos. E idénticamente, ocurrió con los niños, porque de lo contrario, habiendo sido testigos directos de los excesos realizados, se revelarían y retornarían de adultos para resarcirse hasta las últimas consecuencias. Alternativamente, los capítulos deplorables se multiplicaron: primero, en Kaunas, en la región centro-meridional de Lituania se asesinaron 3.800 judíos; y, segundo, en Ucrania occidental, les llegaría el turno a 24.000 inocentes.

Si el sector al que me refiero incumbía a una fosa común, debían tenderse carentes de ropa encima de los despojos anteriormente ejecutados, pero en dirección inversa: la cabeza coincidiendo con los miembros inferiores, apelativo que los nazis lo calificaron ‘formación en lata de sardinas’.

Para dar por consumada esta barbaridad, los soldados implicados procuraban estar ebrios para evitar cualquier presunción de misericordia o piedad a los condenados, completando su tétrica ocupación hasta dilapidar a sangre fría a los civiles desamparados.

“Babi Yar, es el indicativo de cómo la malignidad, la depravación y el empuje de la industria moderna se fusionaron para encarnar el ‘genocidio’ en mayúsculas. Así, las almas que yacen entre las malezas, fragosidades y espesuras, se oprimen aclamando justicia”

Pero, en el procedimiento empleado de ‘Babi Yar’, el resalte geográfico incitaba a una recurso impecable con concavidades excavadas en bosques o descampados cerca de los núcleos urbanos. Los guardias les destinarían hasta el sitio puntual para ser fulminados, ordenándoles que se despojasen de las indumentarias al objeto de verificar que no portaban consigo algún dinero u objeto valioso.

Haciendo un ejercicio de introspección en esta espiral fatídica, imaginemos por unos segundos las vías próximas a un camposanto judío, los niños sollozando angustiosamente y los padres y allegados tratando de apaciguarlos. Entretanto, aquella muchedumbre se desplazaba lentamente, algunos se exasperaban pensando que sería deportado en tren.

Toda vez, que, a unos pocos metros del traslado, a la altura de la verja, había que prescindir de los bultos y equipajes, dando la sensación de ingresar en un vagón especial. Amén, que desde esa travesía ya se escuchaba el estrépito de los artefactos en acción, lo que inevitablemente presagiaba los temores entre los presentes. Más aun, en el margen interior de la cancela se había instalado un puesto de control infranqueable, donde se requería la identificación a todo el que intentase retroceder o regresar a las afueras del recinto. Si era judío, debía reintegrarse al grupo de sentenciados.

En breve, cada persona con el pálpito ahogado en el hálito inapreciable que le quedaba, alcanzaba la línea donde era situado junto a otros, creando grupos de diez; pero, antes, habrían de surcar un recoveco vigilado a buen recaudo por los nazis que portaban estacas para el tormento.

¡De pronto! se oyó un grito inesperado, ¡schnell! ¡schnell!, ¡rápido! ¡rápido!, vociferaban reubicando al gentío hasta una extensión abierta para que se desarropasen, y si alguien exhibía reticencias a la petición, inminentemente se le aporreaba y vapuleaba hasta doblegarlo.

El aturdimiento y la desorientación hacían mella, ahora, únicamente el destino conclusivo le reportaba a una ciénaga de lágrimas: el barranco de ‘Babi Yar’ congregaba un océano de cadáveres teñidos de sangre. Los judíos eran puestos en el filo y sin contemplaciones se les disparaba. En milésimas de segundos, los cuerpos caían derrotados al infierno de la depresión.

Conforme los judíos que acudían a la cola descubrían los restos, se desató el espanto y muchos en su tentativa de despertar de aquel sueño sombrío, evadiéndose o huyendo, clamaban poniendo la mirada en el cielo: los nuevos sacrificados habrían de recostarse sobre los cadáveres calientes, para a su vez, ser abatidos.

En atención a lo declarado literalmente por un superviviente: “No se podía escapar. Los golpes eran brutales, la sangre fluía inmediatamente de las cabezas, partes posteriores y hombros, a la izquierda y a la derecha. Los soldados reían divertidos como si miraran un circo actuar. Incluso habían encontrado la manera de golpear con mayor dureza en los lugares más vulnerables: las costillas, el estómago y la ingle”.

Con el transitar de los tiempos, saldría a la luz un ‘Informe de Situación’ del Einsatzgruppen manifiesto en Kiev. Los días 29 y 30 de septiembre, 33.771 judíos se eliminaron. Pero, las escabechinas aumentaron considerablemente, alcanzando la cifra escalofriante de 50.000, al menos, en esas jornadas demoledoras.

Hasta prolongarse en los meses subsiguientes con otras minorías.

La lucidez y entereza de los hombres de las SS y SD y los comandantes y soldados para atajar a los judíos, se aparejó por su profunda tipificación con la doctrina nazi, fundamentada en un antisemitismo extremo que contemplaba a los hebreos y al judaísmo como el origen de todos los desbarajustes de la humanidad.

Para enmarcar este enfoque retórico, los judíos eran para los germanos, algo así, como una fuerza diabólica que proyectaba regir el planeta, espoleando revueltas sociales y concatenando el comunismo, siendo una raza voraz que contamina y socavaba los principios de la subsistencia humana.

Después de años de asechanza maquillados por afrentar, cercar y despojarlos de sus derechos y dignidad, la cosmovisión nazi se hizo duradera.

En consecuencia, ‘Babi Yar’, epítome de lo inicuo e inhumano combinado con lo macabro, escenifica la voluntad nazi de dar un paso al frente sin retorno hacia el abismo de los judíos, produciendo un punto de inflexión, porque en el fondo de esta hondonada, la tierra todavía parece sacudida por lo que se desencadenó e infaliblemente, agitada por lo que encubre.

A saber, ‘Babi Yar’, es el indicativo de cómo la malignidad, la depravación y el empuje de la industria moderna se fusionaron para encarnar el ‘genocidio’ en mayúsculas. Así, las almas que yacen entre las malezas, fragosidades y espesuras, se oprimen aclamando justicia.

Tal vez, dando la impresión de que esto nunca se producirá…

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