Es un verdadero lujo, y más tras dos años sin Feria del Libro, contar en nuestra ciudad con Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) ¿Conocía ya Melilla?
Estuve hace muchísimos años, tocando la guitarra con un grupo flamenco. Entonces era muy joven, podía tener unos 19 años. Y nos alojamos en una especie de sitio para niños que se llamaba La Gota de Leche. Hace tanto tiempo que apenas recuerdo nada de la ciudad. Pero luego no he tenido oportunidad de volver.
Hace unos meses, en febrero, publicó la que es su última novela: 'Una historia ridícula'. Esta obra se puede ver como un giro después de la anterior, de 'Lluvia fina', escrita en 2019. Es cierto que las dos hablan de relaciones, de personas -si es que les queremos buscar alguna similitud - pero son totalmente diferentes ¿De dónde surgió esta última historia?
Cada novela es distinta, afortunadamente. Porque si uno se repitiese, ya sería bastante aburrido escribir. Lo bueno que tiene escribir es que las historias que se te ocurren o que aparecen son distintas. Entonces, 'Lluvia fina' tenía un aire de tragedia. Es una tragedia doméstica, familiar, pero tragedia al fin y al cabo. Y esta última, sin embargo, tiene un tono más cómico, más desenfadado. No sé de dónde ha salido esta historia. Uno se pone a escribir y de pronto surge algo; en el caso de 'Una historia ridícula', surgió una voz, surgió el tono de una voz. Y yo escuché cómo hablaba este hombre, que es un hombre con muy poca formación, ni tan siquiera ha hecho el Bachiller, y se enamora de una chica que es muy buena y muy culta. Y su familia también es muy distinguida y selecta. Su manera de hablar es lo que me arrastró. Lo puse a hablar. Y al final lo tuve que parar porque si no, esto no se acababa nunca. Tengo la sensación de que la historia la ha escrito más el personaje, que se llama Marcial, que yo. Él es el que tenía que estar en Melilla para hablar de esto y no tanto yo…
En el caso de Marcial o del personaje femenino, Pepita, ¿Se ha fijado en alguien concreto de nuestra sociedad?
Pepita son esas chicas guapas, maravillosas, que aparecen en muchas novelas. Por ejemplo, en 'El gran Gatsby', donde hay una chica preciosa de la que se enamora el pobre Gatsby. Y es imposible acceder a ella. Pero eso también tiene algo de autobiográfico, porque yo también me enamoraba cuando era adolescente de chicas guapísimas, inalcanzables, y además ricas y cultas. Y yo creo que esas cosas te quedan ahí. Marcial también está inspirado en personajes de la realidad. No en una persona en concreto pero sí en aspectos de varias.
Se dice que España es el país de la envidia, de querer lo que tiene el otro, ¿El personaje de Marcial también va un poco por ahí?
No. No creo que Marcial sea especialmente envidioso. Es un personaje también contradictorio. Hay lectores que me dicen que les cae bien, otros mal, otros regular. Cada uno dice una cosa, lo cual a mí en cierto modo me halaga, eso de que mi personaje sea contradictorio.
De ahí se puede deducir que es un personaje bien construido. Porque se suele afirmar que hay tantas novelas como lectores…
Es verdad: hay tantos libros como lectores. Porque el lector es el que termina por hacer la novela. La novela no está hecha hasta que alguien la lee. Ojalá sea porque está bien construido el personaje. El dueño de la novela, mientras la está escribiendo, es el escritor. Pero luego el dueño ya es el lector y él es el que tiene la última palabra.
Se ha referido a los lectores, que por supuesto son importantes ¿Y los premios? ¿Qué papel juegan en la carrera de un escritor?
Ha habido grandes escritores que no han recibido un premio nunca y no por eso han dejado de escribir. Y hay otros que han recibido muchos y no son precisamente grandes escritores. Los premios están bien, es cierto, pero siempre que no estén manipulados. Porque los premios comerciales están manipulados prácticamente todos. Pero hay otros que no, que son limpios. Y a un escritor siempre le gusta gustar. Es un poco como el actor que cuando termina la función le gusta salir, saludar y que le aplaudan. A veces tiene que salir hasta dos veces. Pero ya llega un momento en el que dices, bueno, vamos a retirarnos ya y vamos a seguir escribiendo. Pero no hay que dar más importancia a los premios ni depender de ellos porque eso es muy engañoso.
Entonces, ¿se puede decir que los escritores tienen un puntito de vanidad?
Un puntito y un puntazo es lo que tenemos a veces de vanidad. Como en todos los gremios y profesiones. A todos nos gusta hacer un trabajo y que te aplaudan y te halaguen. Pero la vanidad hay que controlarla. Con un mes o dos de éxito, de decirte que está muy bien tu novela, ya vale. El problema es cuando la vanidad se convierte en algo adictivo y necesitas que te halaguen todos los días del año. Cada uno tiene su dosis de vanidad. Y yo también la tengo pero creo que la controlo bastante bien.
Un instituto de su pueblo, de Alburquerque (Badajoz), ha creado un concurso literario de creaciones cortas que lleva su nombre. Tengo que confesarle que a mí me preocupa ya no solo lo poco que a los jóvenes, en general, les gusta escribir, sino también su escaso amor a la lectura y a la literatura, ¿qué podemos hacer en este sentido?
En España siempre se ha leído poco y ojalá yo tuviera la solución. Me temo que no la tiene nadie aunque todos sabemos por dónde debería ir: tendría que haber primero un pacto por la educación. Y luego en la educación no solamente se tiene que implicar la escuela. La educación es una cosa de toda la sociedad. Es también la casa, la familia, el ambiente social, incluso los medios de comunicación. Entonces la escuela está demasiado huérfana, está dejada de la mano de Dios. Todos dicen: pues que lo arreglen en la escuela. No, no, no. Es tarea de todos educar en el buen gusto, en los buenos hábitos, en la lentitud, en tareas lentas. Leer, por ejemplo, va en contra de la rapidez con la que se hacen hoy en día todas las cosas. La lectura es algo que entrena en la lentitud, en la concentración, en la soledad… Son hábitos extraordinarios y absolutamente necesarios. Pero todo el sistema, todos los hábitos, van en contra de esto. Cuando voy a los institutos de algún modo me reconcilio con la enseñanza y con los jóvenes. Y sobre todo, mi gran esperanza son los profesores. Al margen de planes de enseñanza, ellos son los que realmente trabajan a pie de obra. Yo confío mucho en ellos. Hay que hacer que los niños lean desde pequeños y dejarse de tanta gramática y de tantos requilorios teóricos.
Me extraña que no haya sacado a relucir en este sentido las ‘pantallitas’…
Yo creo que la pantalla está en contra de la lectura. Son hábitos totalmente distintos: uno es instantáneo, es táctil, es la imagen, el cambiar continuamente… Y el otro es, lo que decíamos antes, la lentitud y la concentración. Ahí entra de nuevo la familia y el ambiente, el controlar el consumo excesivo de pantallas. Porque es realmente adictivo. Yo lo noto. Sin darme cuenta, yo también me he hecho un poco adicto al móvil. Me veo enredando con el móvil y me digo: ¿Pero qué estoy haciendo? Es un juego y eso hay que controlarlo. Aunque es cierto que también hay familias que tienen una conciencia clara de que a los chavales, si se les quiere educar bien, no se les puede dejar demasiado tiempo con una pantalla. Eso es embrutecedor y poco les va a aportar en cuanto a valores intelectuales.
Se dice que una de las pocas cosas buenas que nos trajo la pandemia fue que en España se empezó a leer más. Pero también vemos que se editan muchísimos títulos, los libros duran poco en las estanterías de las librerías. Parece un producto efímero, poco menos de usar y tirar…
Efectivamente. Hoy en día todo el mundo escribe libros. Esto es un negocio. Un cocinero se hace famoso, pues escribe un libro. Un deportista se hace famoso, pues también… Entonces, se publican una barbaridad de libros que, exactamente, son como destellos. Venden mucho de golpe, normalmente es mala literatura, incluso literatura ínfima, pero que da dinero y tiene su público. Se escribe mucho que no merece la pena llamarse literatura. Es basura, sencillamente, ¿para qué vamos a llamarle de otra manera? Y es increíble que en un país con unos índices de lectura tan bajos, haya tantísimos libros. Pero es una industria. Con todo esto, es muy difícil crear un buen gusto en la lectura porque es mucha la presión que reciben por parte de libros que son efímeros, como usted ha apuntado, pero que venden mucho. Ahora se puede decir que se vende mucho pero a continuación habría que decir: Sí, de acuerdo, ¿Pero qué se lee?
¿Qué será lo próximo que veremos de Luis Landero? ¿Está trabajando ya en una nueva obra?
Llevo cinco meses que prácticamente no paro porque estoy con la promoción. Tampoco me ha venido mal porque así me paso unos meses sin escribir que también es bueno. Así uno vuelve luego con fuerzas renovadas. De momento tengo vagas ideas en la cabeza acerca de un par de proyectos pero todavía no he trabajado en ellos. Y ahora, después de Melilla, que es mi último viaje, ya me voy a encerrar y voy a recuperar la soledad, el silencio, mis viejos hábitos. Llevo demasiado tiempo zascandileando de un lugar para otro.
Vuelve a acudir a ferias y vuelve a recuperar el contacto directo con sus lectores, ¿Lo echaba de menos?
Siempre es grato pero es que yo, de por sí, soy bastante solitario. El contacto con los lectores me gusta, claro. Pero tampoco soy mucho de ir a ferias y demás porque me gusta la soledad y el recogimiento. Soy perezoso para acudir a las ferias. Además soy tímido y me da corte. Pero una vez que voy y que empiezo a hablar con los lectores y demás, me animo y me alegro mucho. Vuelvo animado a casa porque, de algún modo, mi libro tiene vida. Lo noto al tener contacto con los lectores. Y esto es una cosa que te llena de orgullo.
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